domingo, 22 de septiembre de 2019

La importancia de "lo que digo" y "como lo digo"

"No te van a querer ni los perros", era la frase que ella siempre usaba para retar a sus hijos cuando se portaban mal. Primero, venía el pellizcón, y después, como de remate, esta frase punzante, aguda. Seguramente, si le preguntan, ella los educó con amor. Y en nombre del amor, dijo frases como estas...
"¿Quién quiere otra salchicha?", preguntó Carlos en el cumple de su hija. Ella estaba festejando sus 19 y él se había ofrecido de asador. "¿Quién quiere otra salchicha?", insistió. "Tú no, mi amor, que estás muy gordita", fue la frase que disparó delante de todos sus amigos. Ella se puso roja de vergüenza, un nudo enorme le cerró la garganta y no comió más. Se levantó despacio y la soledad de su cuarto adolescente fue el mejor refugio hasta la madrugada del día siguiente. El padre murió preguntándose qué hizo mal esa noche.
"Vamos, no seas mariquita", le dijo su profesor de natación cuando él –que en ese momento tenía 6 años– pidió una toalla al salir de la pileta porque tenía frío. Y todos sus amigos empezaron a reírse. "Mariquita, mariquita", le gritaron. Y el profesor, lejos de hacerlos callar, los alentó. Nunca más volvió a nadar.
"Eres un elefante dentro de la clase", le dijo su profesora de Dibujo el primer día del primer año de secundaria. Ella venía de una primaria impecable, donde Dibujo era su materia preferida. Y era, para hacer honor a la verdad, una joven promesa. Ese año, se llevó Dibujo a diciembre. Volvió a dibujar 28 años después, cuando –terapia mediante– descubrió cuánto la había inmovilizado esa frase.
Canadá en invierno fue el lugar elegido para festejar sus 10 años de casados. Caminata por el campo nevado, todos los turistas en zapatos de nieve para no resbalarse. Ella iba delante; él, detrás. "Tu trasero me tapa todo el sol", fue la frase que eligió él para hacer un chiste. Y no entendió por qué esa noche ella se encerró en el baño a llorar.
Estas como otras, son frases que no te matan, pero te marcan para toda la vida. No importa cuántas horas de terapia le dediques a deshacerlas, ellas están ahí... rondando, para reaparecer sin previo aviso. Son frases que, cuando las cuentas, te parece que estás exagerando, que no pudieron ser así, que quizá las recuerdas mal... Entonces descubrís la crudeza de esas palabras.
Lo bueno es que un día, porque ese día –créanme– finalmente llega, te sacas uno por uno todos los puñales que te clavaron en el cuerpo y en el alma, descubres que no fueron dichas con odio, que los responsables de escupirnos tamañas frases son seres que cargan, a su vez, con otras frases. Y entonces llega el perdón. Y perdonamos. Más adelante –bastante más adelante– viene la compasión. Es ahí cuando volvemos a sentirnos felices, con ganas de caminar sobre el bosque nevado más allá del tamaño de nuestro trasero, de nadar y gritar: "Tengo frío, tráeme una toalla", de hacer una lista con toda la gente que te quiere. Porque no solamente te quieren los perros...
Pensemos antes de hablar... ya que las PALABRAS QUE DUELEN tardan en salir del corazón del otro, y hasta a veces no salen... No perdamos tiempo con los que queremos, porque perdonar lleva mucho tiempo...
PENSEMOS ANTES DE HABLAR... NO HERIR EL CORAZÓN DE LOS QUE MAS AMAMOS.
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