domingo, 31 de mayo de 2020

El miedo

¿Y cómo lograste llevar tantas almas al infierno en aquella época?
-Por el miedo.
-Ah, sí. Excelente estrategia; vieja y siempre actual. ¿Pero de qué tenían miedo? ¿Miedo a ser torturados? ¿Miedo a la guerra? ¿Al hambre?
-No. Miedo a enfermarse.
-¿Pero entonces, nadie más se enfermaba en esa época?
-Sí, se enfermaban.
-¿Nadie más moría?
-Sí, morían.
-¿Pero, no había cura para la enfermedad?
-Había.
-Entonces no entiendo.
- Como nadie más creía y enseñaba sobre la vida eterna y la muerte eterna, pensaban que solo tenían esa vida, y se aferraron a ella con todas sus fuerzas, incluso si les costaba su afecto (no se abrazaban ni saludaban, no tenían ningún contacto humano durante días y días); su dinero (perdieron sus trabajos, gastaron todos sus ahorros, y aún se creían afortunados siendo impedidos de ganarse el pan); su inteligencia (un día la prensa decía una cosa y al día siguiente se contradecía, y aún así se lo creían todo); su libertad (no salían de su casa, no caminaban, no visitaban a sus parientes... ¡era un gran campo de concentración para prisioneros voluntarios!
Aceptaron todo, todo, siempre y cuando pudieran superar sus vidas miserables un día más. Ya no tenían la más mínima idea de que Él, y sólo Él, es quien da la vida y la termina. Fue así, tan fácil como nunca había sido».
Del libro «Cartas del diablo a su sobrino», de C. S. Lewis, el autor cristiano de las Crónicas de Narnia. El libro se publicó en 1942.

El infierno

El infierno es un lugar donde se sufre,,
donde se tiene miedo ,,
donde hay guerras y violencia,,
donde se juzga y no hay justicia,,
un lugar de castigo infinito..
Unos seres humanos actúan contra otros seres humanos en una jungla de predadores;
seres humanos llenos de juicios,,
llenos de reproches,,
llenos de culpa,,
llenos de veneno emocional:
envidia,, enfado,, odio,, tristeza,, sufrimiento y más..
..El infierno es un estado mental..
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Sobre amar la distancia y la separación

La filósofa Simone Weil sobre amar la distancia y la separación.

La distancia y la separación son elementos esenciales del amor, la belleza y la sabiduría; rechazarlos y resistirse a ellos es ejercer violencia sobre lo sagrado.
La filósofa francesa Simone Weil puede ser uno de los grandes faros de nuestra civilización, pues en ella se conjugan, de manera extraordinaria, la inteligencia radiante de la mente que discierne el conocimiento y la sensibilidad, y la compasión del corazón que resuena con el otro y que penetra lo esencial de la vida. Weil vivió una vida llena de acontecimientos que la llevó a morir antes de cumplir 35 años de edad, manifestando, además de una brillante aunque corta carrera intelectual, una de las posturas sociales y políticas más congruentes y valientes.
En sus inagotables cuadernos, en los que comparte reflexiones místicas, especulaciones sobre geometría y filosofía platónica, teoría social y momentos de la más intensa atención poética, Weil reflexionó sobre la distancia y la separación, dos temas que ahora han cobrado gran relieve. La misma Simone murió durante la Segunda Guerra Mundial en Londres, radicalmente solidarizándose con sus compatriotas, de los cuales estaba separada, y que vivían la invasión de la Alemania nazi.
Pese a que muchas personas tienen una reacción, que podría parecer completamente natural, de aborrecimiento y desprecio de la distancia y la separación, Weil nota, con gran sutileza, que la distancia y la separación son parte del amor y la belleza, y no sólo como un efecto secundario o un obstáculo que se tiene que sortear, sino como parte esencial de lo que constituye la amistad y la contemplación. En líneas generales, Weil entiende que la distancia es "el alma de la belleza" y que la separación es en sí misma una forma de amor, su condición y su purificación. Después de todo, si no hubiera una separación original, el amor sería imposible, no podría ser un movimiento radiante, no podría ser también encuentro. El amor es el péndulo de la separación y el encuentro, y no más uno que otro. El amor subsume a la separación y al encuentro en su gran arco: "Para los que aman, la separación, aunque dolorosa, es un bien, pues es amor". Weil agrega:

"Hay dos formas de amistad, el encuentro y la separación, y ambas son indisociables. Las dos encierran el mismo bien, el bien único, la amistad. pues cuando dos seres que no son amigos están próximos no hay encuentro, cuando están alejados, no hay separación. Conteniendo el mismo bien, son igualmente buenos."

La separación tiene, además, una función purificadora, pues, como Weil lo entiende, el amor es justo aquello que trasciende el deseo personal, el deseo objetivizante, la gratificación de necesidades a través del otro.

"La purificación es la separación del bien y de la codicia. Descender a la fuente de los deseos para arrancarle la energía a su objeto. Allí es donde, en tanto que energía, los deseos son verdaderos. Lo falso es el objeto. Pero al separar un deseo de su objeto, se produce un indescriptible desgarro en el alma. Si uno desciende dentro de sí mismo, se encontrará con que posee exactamente lo que desea."

Simone WeilSimone Weil , en una ilustración de Mark Linsenmayer

Trascender la necesidad del deseo, es también encontrar la libertad del amor. A través de la separación y del desgarro, se hace posible notar que existe un fondo en el ser en el que, si hay amor, toda separación es de alguna manera ilusoria y todo deseo ya ha sido satisfecho.
El amor, si es, no puede depender de satisfacer sus necesidades, de la proximidad de su objeto. Asimismo, el ser humano necesita soledad, separarse de la voz uniforme de la sociedad, vaciarse de conceptos y falsos imperativos para, en el silencio y en la oscuridad, encontrar su auténtica naturaleza, aquello puro e indestructible.
Simone Weil también encuentra sentido para la distancia desde una perspectiva estética y espiritual. Por una parte nos habla de una contemplación platónica, cristiana y hasta hinduista de las cosas, que va más allá de la mera sensualidad:

"A los demás objetos de deseo queremos comerlos. Lo bello es lo que deseamos sin ánimo de comérnoslo. Deseamos que exista. Permanecer inmóvil y unirse con aquello que se desea sin acercarse a ello. A Dios nos unimos de esa forma: sin poder acercarnos. La distancia es el alma de lo bello.... Belleza: una fruta a la que se mira sin alargar la mano."

Hay una forma de estar en el mundo, más cerca de la ligereza que de la gravedad, que es capaz de estar enamorado de las cosas que aparecen, que se muestran con una luz natural radiante, sin sucumbir al apetito, a la concupiscencia. Este modo requiere de cierta distancia, de no involucrarse demasiado con el objeto, de no querer poseerlo, de amarlo en su diferencia y querer que exista por cuenta propia.
El árbol que da fruto es bello porque sí, porque existe en el mundo y se me aparece, no porque me presenta con un objeto que tiene utilidad para mí. Hay una delicada forma de respeto y autonomía en la distancia. "Dominar es manchar. Poseer es manchar. Amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo qué se ama", escribe la filósofa- Weil incluso ve en este modelo de la distancia una imagen de la Trinidad:


"Ese amor, esa amistad en Dios, es la Trinidad. Entre los términos unidos por esa relación de amor divino hay algo más que proximidad, hay proximidad infinita, identidad. Pero por la creación, la encarnación y la pasión, hay también una distancia infinita".


De nuevo, hay aquí una danza entra la proximidad y la distancia, entre el encuentro y la separación. ¿Por qué elegir entre una o la otra? Es justo el no elegir, el sólo poner atención y esperar, lo que hace que la danza ocurra, que la acción de los dos polos del eterno juego se nos presente en su esplendor, el enorme dolor y el enorme amor de la existencia juntos. Pues, como Weil supo, el sufrimiento, las heridas de la vida, son también grandes aperturas, momentos de vulnerabilidad a través de los cuales, si no hay resistencia y deseo de imponer la voluntad, la luz de la sabiduría, la otra pareja del amor, puede empezar a hacernos su morada.
 Simone Weil (1909 - 1943) fue una filósofa, activista política y mística francesa. Formó parte de la Columna Durruti durante la Guerra Civil española y perteneció a la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.

El espíritu libre no se ata ni siquiera a sí mismo

El espíritu libre no se ata ni siquiera a sí mismo, según Nietzsche.

Nietzsche también abogaba por desarrollar virtudes y valores pragmáticos y contextualizados. No creía que las virtudes abstractas pudieran aportarnos algo valioso a nuestro desarrollo personal.
 Pensaba que cuando “la ‘virtud’, el ‘deber’ y el ‘bien en sí mismo’ adquieren un carácter impersonal y universal se convierten en fantasmas”. Afirmó que “un pueblo perece cuando confunde el deber personal con el concepto del deber en general”. Ese deber convierte el sacrificio en una abstracción. Entonces el sacrificio o cualquier otro valor o acción se vuelven vanos, carentes de significado.
Como antídoto, propuso que “cada persona descubra su virtud por sí sola”, porque esta debe ser el resultado de una “profunda decisión personal”. Para ello, primero debemos realizar un ejercicio de instrospección que implica reconocer y aceptar las sombras y luces que habitan en nuestro interior, de manera que podamos unificar nuestros impulsos y deseos. Solo entonces podremos desarrollar unos valores personales que no estén en continuo conflicto con nuestra esencia.
Encontrar esos valores también implica enfrentarse al pasado sin resentimientos e incluso recrearlo cambiándole el sentido, pero siempre teniendo en cuenta el carácter perspectivista: “todo sentido es creación provisional sin garantías ni seguridades y toda creación responsabilidad y riesgo sin juicio final”, como escribiera el filósofo. Eso significa tanto aceptar nuestro «yo» pasado como la incertidumbre del futuro.
Esa visión nietzscheana nos convierte en espíritus libres. Personas maduras que no están esclavizadas por su pasado y no temen al futuro. Sin embargo, ni siquiera en ese punto podemos bajar la guardia porque siempre podemos quedarnos atrapados en la telaraña de los valores que construimos. “Cuidemos de que no se convierta en nuestra vanidad, en nuestro adorno y vestido de gala, en nuestra limitación, en nuestra estupidez”, advirtió Nietzsche.
El espíritu libre es, por tanto, quien se esfuerza por cultivar su propia virtud en armonía con su naturaleza. Pero también es quien logra liberarse de sí mismo. Por tanto, es una persona consciente de que todo está en permanente cambio. Incluidos sus valores y virtudes.
 Jennifer Delgado en Rincón de Psicología

La ideología de la 'normalidad' a la que se quiere regresar es más peligrosa que el virus

El filósofo Markus Gabriel: La ideología de la 'normalidad' a la que se quiere regresar es más peligrosa que el virus.

Para el filósofo alemán Markus Gabriel, la cadena infecciosa del capitalismo destruye la naturaleza y atonta a los ciudadanos para convertirlos en meros consumidores y turistas. El pensador llama a impulsar "una nueva Ilustración global" que deje atrás un modelo "suicida".
Markus Gabriel cree que dejaremos de producir como antes y que la crisis de la covid-19 es la antesala de una mayor: la ecológica.
Existe una sensación, que esta vez incluye a intelectuales y al pueblo por igual, de que el nuevo coronavirus de alguna manera está ligado a los excesos y absurdos del capitalismo global y, al mismo tiempo, es un síntoma más de la gran crisis ecológica (el problema que subyace a todo).
Ya sea que el sistema económico neoliberal haya sometido al medioambiente a tal extremo de estrés que el virus ha brincado (vía la llamada zoonosis) como una especie de reacción y que se trate de alguna manera de un escarmiento planetario –bajo la idea, que parece poco científica pero que gana tracción cada día, de que de alguna manera el planeta es un sistema holístico que se autorregula– o, por lo menos, el hecho difícil de debatir de que el virus pone de manifiesto la enorme debilidad e insostenibilidad del capitalismo y la ideología que lo sustenta.
Parece cada vez más claro que en nuestra crisis actual –y en la crisis ecológica subyacente– existe un profundo problema moral.
El filósofo alemán Markus Gabriel (Remagen, Alemania, 1980), una de las estrellas de la filosofía contemporánea, en un artículo publicado en El País y en una entrevista posterior en el mismo medio, ha analizado de manera lúcida el tema de la covid-19 desde la óptica de la filosofía y el pensamiento crítico.
Gabriel nota que el virus pone de manifiesto el hecho de que nuestro orden actual –o el orden previo al virus– era en sí mismo "letal". Con una habilidad (y una miopía) extraordinaria, el ser humano de alguna manera ha logrado evitar afrontar esta realidad. Según Gabriel:
 "El mismo siglo XXI es una pandemia, el resultado de la globalización. Lo único que hace el virus es poner de manifiesto algo que viene de lejos: necesitamos concebir una Ilustración global totalmente nueva. Aquí cabe emplear una expresión de Peter Sloterdijk dándole una nueva interpretación, y afirmar que no necesitamos un comunismo, sino un coinmunismo. Para ello tenemos que vacunarnos contra el veneno mental que nos divide en culturas nacionales, razas, grupos de edad y clases sociales en mutua competencia."
 El filósofo alemán Peter Sloterdijk desde hace unos años viene hablando del "diseño de una inmunidad global" basada en "ascetismos cooperativos" y que pase del mero romanticismo de las fronteras abiertas a la operatividad real, resonancia e interdependencia.
Sloterdjik rescata la idea de la comunidad con intereses comunes del comunismo y la aplica a una salud global, a la construcción de una "coinmunidad" que reconoce que todo sistema inmune personal o nacional existe en dependencia del sistema inmune social y global. Esto queda claramente de manifiesto actualmente.
Gabriel cree que la pandemia ilumina la realidad de nuestra inmunidad extendida. "Y es que la pandemia nos afecta a todos; es la demostración de que todos estamos unidos por un cordón invisible, nuestra condición de seres humanos. Ante el virus todos somos, efectivamente, iguales".
Siguiendo a filósofos como Bruno Latour, juega con la idea de que la Tierra misma tal vez sea un ser vivo que en cierto sentido responde a nuestra conducta: "¿Es posible que el ecosistema de la Tierra sea un gigantesco ser vivo? ¿Es el coronavirus una respuesta inmune del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres vivos por codicia?". En una situación como la que vivimos, un filósofo como Gabriel recurre interesantemente a una especie de sentido mayúsculo, un eje ordenador, que de cierta forma se pone de manifiesto (o al menos, se atreve a preguntarse por ello).
Lo que es indudable es que el virus ha hecho patente la realidad de que nuestro sistema económico y la ideología de la cual depende no sólo destruyen el ecosistema sino que también nos hacen intelectual y emocionalmente vulnerables e inestables.
 "El coronavirus pone de manifiesto las debilidades sistémicas de la ideología dominante del siglo XXI. Una de ellas es la creencia errónea de que el progreso científico y tecnológico por sí solo puede impulsar el progreso humano y moral.
Esta creencia nos incita a confiar en que los expertos científicos pueden solucionar los problemas sociales comunes. El coronavirus debería ser una demostración de ello a la vista de todos. Sin embargo, lo que quedará de manifiesto es que semejante idea es un peligroso error.
Es verdad que tenemos que consultar a los virólogos; sólo ellos pueden ayudarnos a entender el virus y a contenerlo a fin de salvar vidas humanas. Pero ¿quién los escucha cuando nos dicen que cada año más de 200 000 niños mueren de diarrea viral porque no tienen agua potable? ¿Por qué nadie se interesa por esos niños?"
 No los escuchamos porque no nos interesan esos niños o esos problemas mientras no aparezcan como una amenaza inminente. No hacemos la conexión. "Sin progreso moral no hay verdadero progreso", nota Gabriel.
 "En las transacciones de la vida diaria, como comprar un juguete para tu hijo, un paracetamol o un coche, en muchos momentos, alguien tuvo que sufrir por la mera existencia de esa cadena. Todos somos responsables por el sufrimiento de otros.
Estas cadenas interconectadas han creado sistemas maléficos y al final de esas cadenas siempre hay alguien que muere por falta de agua limpia, por no tener cosechas, por las condiciones de explotación.
Esa es la cadena de infección de una enfermedad, que es el comportamiento inmoral. Si haces lo incorrecto moralmente, haces que la realidad sea un lugar peor. El neoliberalismo global se ha convertido en un modo de destrucción hiperrápido."

Markus Gabriel cultura inquieta Una pintada en el barrio berlinés de Prenzlauer Berg, con el Gollum diciendo 'Mi tesoro'. MARKUS SCHREIBER/AP 

El mayor peligro que enfrentamos no es que el virus diezme la economía o mate a cientos de miles de personas, el mayor peligro que enfrentamos es que regresemos a la tan mentada "normalidad". Pues, aunque este virus es terrible, no se compara con lo que estamos cocinando en el cuarto de enfrente:
 "Veo esta crisis como una preparación de la crisis ecológica. Esto no es nada comparado con la crisis ecológica, nada. Los gobiernos de todo el mundo saben que la crisis ecológica va a matar a cientos de miles de personas en los próximos 100 o 200 años y este es un peligro real. Lo sabemos porque los modelos climáticos son mejores que los del coronavirus."
 Bruno Latour ha notado que el virus actual ha demostrado que es posible detener el mundo y tomar medidas radicales. Pero cuando científicos y activistas señalan que es necesario hacer algo así, la respuesta es que es imposible. Sin duda, esta debería ser la enseñanza de la pandemia actual. Un primer aviso para una catástrofe incomparable, la cual hoy vemos que no es imposible evitar.
No obstante, la solución, según Gabriel, no ocurrirá solamente poniéndonos en las manos de los científicos y de la tecnología. Es necesaria una transformación moral que requiere también de la participación de las Humanidades.
 "¿Cuándo entenderemos por fin que, comparado con nuestra superstición de que los problemas contemporáneos se pueden resolver con la ciencia y la tecnología, el peligrosísimo coronavirus es inofensivo? Necesitamos una nueva Ilustración, todo el mundo debe recibir una educación ética para que reconozcamos el enorme peligro que supone seguir a ciegas a la ciencia y a la técnica. [...]
Tenemos que reconocer que la cadena infecciosa del capitalismo global destruye nuestra naturaleza y atonta a los ciudadanos de los Estados nacionales para que nos convirtamos en turistas profesionales y en consumidores de bienes cuya producción causará a la larga más muertes que todos los virus juntos."
 Más que una nueva revolución, quizá sea necesario un renacimiento, más un regreso a los ideales de la Florencia del siglo XV que de la Francia del siglo XVIII. "Cuando pase la pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica, una unión de todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos evadirnos".
Gabriel observa que la pandemia nos ha obligado a ralentizar nuestra vida y con esta nueva lentitud vienen posibles frutos morales.
 "Si pensamos en cómo era la vida hace un mes o dos, claramente era demasiado agitada, tenía una velocidad que ya es inimaginable. Esa dinámica es malvada por sus resultados y se ha parado. Ahora, llevamos una vida más moral, simplemente por el hecho de hacer menos. Esto es parte de la explicación de por qué paradójicamente nos sentimos de alguna manera bien en la nueva situación.
Hay un aspecto de solidaridad, de estar protegiendo a los mayores, y eso genera un buen sentimiento, pero también estamos dejando de hacer cosas que son perjudiciales para otros y hay una conciencia subliminal de esto."
 Lo esencial aquí es no regresar a la normalidad, no volver a echar andar la máquina con un suspiro de alivio y volver a nuestras vidas medianamente inconscientes y mayormente mecánicas, consumiendo y entreteniéndonos como la audiencia de una película de terror que no se ha dado cuenta de que ellos mismos son parte de la cinta.
Si es que existe un fuerte sentimiento de solidaridad y moralidad, este debe ser cultivado y no abandonado cuando ya no sea noticia y no haya una amenaza inmediata.

Cuando no sepas qué hacer, no hagas nada

Cuando no sepas qué hacer, no hagas nada: una preciosa historia de inspiración budista.

El contexto, la trama y los personajes apelan a una inspiración budista, pero es posible que se trate de un relato de autoría anónima (y generosa) inspirado en algunos motivos bien conocidos del budismo.
Veamos.
***
Buda y sus discípulos emprendieron un viaje por diversos territorios y ciudades. Un día en que el sol brillaba con todo su esplendor, vieron a lo lejos un lago y se detuvieron, asediados por la sed. Al llegar, Buda se dirigió a su discípulo más joven e impaciente y le dijo:
–Tengo sed. ¿Puedes traerme un poco de agua de ese lago?
El discípulo fue hasta el lago, pero cuando llegó, un carro de bueyes comenzaba a atravesarlo y el agua, poco a poco, se volvía turbia. Ante esto, el discípulo pensó: «No puedo darle al maestro esta agua fangosa para beber», por lo que regresó y le dijo a Buda:
–El agua está muy fangosa. No creo que podamos beberla.
Pasado un tiempo, Buda volvió a pedir al discípulo que fuera hasta el lago y le trajera un poco de agua para beber. El discípulo así lo hizo. Sin embargo, el lago todavía estaba revuelto y el agua perturbada. Regresó y con un tono concluyente dijo a Buda:
–El agua de ese lago no se puede beber, será mejor que caminemos hasta el pueblo para que sus habitantes nos den de beber.
Buda no le respondió, pero tampoco realizó ningún movimiento. Permaneció allí. Al cabo de un tiempo, le pidió al mismo discípulo que regresara al lago y le trajera agua. Este, como no quería desafiar a su maestro, fue hasta el lago; iba furioso, pues no comprendía por qué tenía que volver, si el agua estaba fangosa y no podía beberse.
Al llegar, observó que el lago había cambiado su apariencia: tenía buen aspecto, lucía calmo y cristalino. Recogió un poco de agua y se la llevó a Buda, quien antes de beberla la miró y le dijo a su discípulo:
–¿Qué has hecho para limpiar el agua?
El discípulo no entendía la pregunta. Él no había hecho nada, era evidente. Entonces, Buda lo miró y le explicó:
–Esperaste y la dejaste ser. De esta manera, el lodo se asentó por sí mismo y ahora tienes agua limpia. ¡Tu mente también es así! Cuando se perturba, sólo tienes que dejarla estar. Dale un poco de tiempo. No seas impaciente. Todo lo contrario: ¡sé paciente! Tu mente encontrará el equilibrio por sí misma. No tienes que hacer ningún esfuerzo para calmarla. Todo pasará si no te aferras.
***
Como decíamos antes, si bien esta historia no tiene visos de pertenecer a algún tipo de canon budista –sino, más bien, parece ser una suerte de fabulación libre que alguien tuvo a bien imaginar–, no por ello su buena factura y su enseñanza son menos válidas. La progresión de la historia entrega a la perfección el mensaje que se propone, enseñándonos que, en efecto, a veces "no hacer nada" puede ser la mejor manera de responder ante los desafíos de la vida.

Un pronóstico deseable del mundo post pandemia

Patricia Fernández Martín ejerce como psicóloga en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Suyo es el siguiente artículo de opinión, con una visión sociológica sobre escenario deseable de un mundo post-coronavirus.

Dejando constancia mi absoluto respeto hacia los colectivos más afectados por el coronavirus y a los que esta pandemia ha impactado más (los pacientes COVID, sus familiares, los profesionales sanitarios; y las personas a las que arrastra hacia una situación económica incierta) y para los que el nuevo mundo, tendrá inevitablemente un significado distinto; voy a reflexionar sobre cómo imagino el mundo post-coronavirus a nivel global, o más bien lo que pronostico que sería “deseable que sucediera”, teniendo en cuenta mi experiencia como psicóloga clínica.
Imagino una sociedad post-coronavirus, donde se ponga fin al mal uso de las redes sociales, y a sus mensajes vacíos que tanto estrés generan, y a través de las cuales las personas retratan en su “yo digital” una vida idílica, que dista mucho de serlo, en realidad. En los debates televisivos y en el debate público, necesitamos escuchar a personas con fundamentos, que generen admiración y fascinen; del mismo modo que necesitamos que el éxito social se deje de vincular con el dinero y con la fama, y se vincule al esfuerzo. Vivíamos sin referentes sociales; y sin verdaderos líderes.
En la antigüedad, se cultivaba la figura del maestro, del mentor. En esta nueva era, acudamos a que nos orienten, si “nos atascamos” en nuestros proyectos vitales o profesionales. Si nuestro sufrimiento psíquico se incrementara y nos impidiese funcionar de una manera adecuada, pidamos ayuda a un profesional de la salud mental, sin que nos de vergüenza. Todos tenemos necesidad de sentirnos escuchados sin juicios de valor. Hablar cuando alguien te consuela, te sirve para purgarte, legitimar tu experiencia, limpiarte y mantenerte a flote. Venimos de una sociedad donde se priorizaba el exceso del bienestar, ocultando el malestar de una forma perversa.
Muchas personas llevaban sin reconocerlo, una vida acelerada, estresante, rodeados de mensajes y de estímulos, incitando al consumo y a la acumulación; y al trabajo desmesurado. Pero era una felicidad ficticia, ya que un colectivo amplio se sentía vacío de existencia y la soledad ya emergía como un problema de salud, de extremada envergadura. Que este autoconocimiento, cultivado en el confinamiento no termine aquí, y perdure, para que sigamos anteponiendo nuestras necesidades a las que la sociedad nos impone, sin ser excesivamente autoexigentes.
Este virus ha supuesto un reto para flexibilizar nuestras creencias y nuestra mentalidad. Tratemos de promover la mentalidad de crecimiento, ya que es crucial para el mundo actual, en proceso de cambio continuo. En su ensayo de 1953 El erizo y el zorro el filósofo Isaiah Berlin, divide al mundo en dos categorías: los erizos y los zorros. Toca ser zorro y estar abierto a los cambios.
No tengamos miedo a sentirnos vulnerables. Que seamos conscientes de que un virus pueda paralizar nuestra vida, nos hace sentir miedo y vivir angustiados; pero esta sensación, si la gestionamos bien, nos hará menos prepotentes y menos frágiles. Vivíamos en la negación, en el exceso de confianza. Deseo un mundo, donde se priorice el cuidado de nuestra salud y la inversión de tiempo en el autocuidado personal, y donde se refuercen los recursos públicos para garantizarla.


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Foto: Barbara Twitch


En esta nueva realidad de paseos sin rumbo, abocados a la reflexión interior…ojalá se mantengan las horas de lectura y de consumo de horas de cine que tanto nos han entretenido. Imagino un mundo que no consuma la nueva serie de Netflix porque toca, sino que haya libertad para sentirte un extraño entre “las modas”, por ejemplo, consumiendo cine clásico, lleno de obras maestras, donde el tiempo se detiene y el poder de la fotografía te invade y hace que se te encoja el alma y te transformes por dentro.
Los vecinos se han convertido en personas de confianza; y su compañía y su amabilidad han ayudado a disminuir sentimientos de soledad, sobre todo en las ciudades grandes. Es hora de que la España vacía, como la denomina Sergio del Molino, dé lecciones de civismo a la España enjaulada, y que el recuerdo de los aplausos de las 20h permanezca para siempre en nuestra memoria común, la memoria de la polis.
En las relaciones sociales, se pecaba de la necesidad de validarse constantemente; buscando la autoafirmación. Es momento de elegir aliados, no jueces, compartiendo la verdadera intimidad no con cualquiera, sino con aquel que te hace sentir cómodo sin que sea necesario enseñar un retrato superficial de ti mismo. Los verdaderos amigos son los que se alegran de tus éxitos, pero también te acompañan y saben escuchar tus angustias y tus fracasos.


Tenemos la obligación de conservar el planeta con nuestras acciones porque nos hemos equivocado al maltratarlo. La naturaleza nos ha devuelto lo que le hemos inflingido, y tenemos el deber moral de recuperar una sana relación con ella. Ya volveremos a viajar… pero con más respeto. Como dice Paco Nadal, “viajar te hace sentir vivo”. Cuando volvamos a movernos por países y ciudades, experimentaremos la sensación de hermandad, al haber superado juntos un virus, que no ha entendido de fronteras, clases sociales ni razas. Esa es la verdadera globalidad, la que aumenta nuestra “conciencia de especie”; sin el grupo, no habremos podido hacer frente a esto. Tratemos de buscar puntos comunes que nos ayuden a reconstruirnos como individuos y como sociedad.

En definitiva, aunque la nueva normalidad nos asuste, podremos sentirnos más autosuficientes si conseguimos como dice, José Múgica “convivir mejor con nosotros mismos, porque el verdadero enemigo somos nosotros”. De eso trata la psicología, de ayudarnos a soportar mejor nuestras angustias. No tengamos prisa, evitamos compensar el sacrificio del confinamiento de una manera alocada. Es momento de ser pacientes. Con cada esfuerzo individual, superaremos el trauma colectivo.

El tiempo sin tiempo

El tiempo sin tiempo: una reflexión, a la luz de Baudelaire, sobre la eternidad consumista en que vivimos.

En nuestra época aparentemente se ha cumplido parcialmente una de las fantasías más imposibles del capitalismo: la abolición del tiempo.
Pocas cosas que asusten tanto al hombre contemporáneo como el tiempo libre, el tiempo vacío, los tiempos muertos, el tiempo ocioso, el tiempo sin obligaciones, el tiempo inútil, el tiempo sin sentido manifiesto ni propósito declarado; en pocas palabras: el tiempo para sí.

baudelaire cultura inquieta
Daguerrotipo de Charles Baudelaire tomado en 1850. El genial poeta tenía entonces 29 años


Apenas se encuentra con una de estas pausas, uno de esos intermedios en que no sabe qué hacer, en el hombre contemporáneo se dispara un acto reflejo: lleva la mano a su bolsillo, tantea un poco, encuentra su teléfono portátil, lo desbloquea, toca dos o tres veces la pantalla y comienza a ver el espectáculo mínimo que se despliega en la palma de su mano, ese teatro bufonesco que se monta a cada instante, infatigable, siempre renovado y siempre igual, y que por otro nombre se conoce como redes sociales.
No es nada urgente y ni siquiera necesario. No es que el hombre contemporáneo tenga el pretexto de contestar un mensaje impostergable o de revisar un correo relacionado con su trabajo. Nada de eso. Simplemente, el hombre contemporáneo no sabe estar haciendo nada; dicho de otro modo, parece que necesita estar siempre haciendo algo.
Pero no algo así como así. No algo ambiguo, indefinido, abierto, ni azaroso. Algo, por el contrario, muy específico: consumir. A juzgar por lo que sucede actualmente a todas horas, en muchísimos puntos del planeta, el hombre contemporáneo no sabe estar si no está consumiendo.
Desde hace algunos años, Internet ha vuelto realidad una de las fantasías más imposibles del capitalismo: abolir el tiempo real para convertirlo en una sucesión perpetua de consumo ininterrumpido.
Si por un momento y en un ejercicio de imaginación consideramos únicamente los minutos del día que pasamos conectados, ¿encontraremos alguna diferencia que indique la temporalidad de cada uno? ¿Podríamos decir que hacemos algo distinto cuando estamos conectados por la mañana que cuando nos conectamos en la tarde o en la noche? ¿No pasa que, en términos generales, al estar conectados hacemos siempre lo mismo?
Revisamos nuestro feed de Facebook, compartimos una imagen que nos hizo reír, subimos nosotros mismos una fotografía, miramos un video (o empezamos a verlo e, impacientes, lo dejamos a los 5 o 6 segundos si no cautivó nuestra atención)… y poco más que esto. Y esto, repetido a cada momento, todos los días, sin importar las circunstancias. Puede ser un día cualquiera, común y corriente, en nuestro trabajo; un domingo que pasamos con la familia; un sábado por la noche, en medio de una fiesta. Si reuniéramos eso que hacemos al estar conectados, si lo aisláramos y lo sacáramos de su contexto, ¿no nos quedaría una suma monótona, repetitiva, de actos siempre iguales?
Hace un par de siglos, Charles Baudelaire encontró inspiración en el aburrimiento. Al hombre contemporáneo esto le puede sonar contradictorio pero, aunque lo dude o le parezca absurdo, fue posible. Aburrirse no siempre fue tan terrible como a nosotros nos hicieron creer.
Baudelaire, decíamos, valoró el aburrimiento, al que en distintas ocasiones y por distintos motivos llamó ennui y spleen, el primero un tanto más vital, el segundo un tanto más fisiológico (como la melancolía, la “bilis negra” de los antiguos). Como si habláramos, en español, de tedio y de acedia, de esa pesadez que nos sobreviene y no nos suelta los domingos a partir de las 6 de la tarde, por ejemplo; y, por otro lado, esa desidia inexplicable que nos ha impedido emprender tantas cosas que quisiéramos hacer pero frente a las cuales algo siempre se interpone, así sea un maratón innecesario de la serie de la que todo mundo está hablando.
Más allá de estas especulaciones filológicas, lo importante es que Baudelaire, a diferencia del hombre contemporáneo, no rehuyó el aburrimiento. No intentó, como nosotros, evadirlo y llenar su vacío engañoso con ocupaciones triviales. Por el contrario: lo enfrentó, lo investigó, lo diseccionó, expuso sus entrañas y, finalmente, lo convirtió en otra cosa.
En poemas, sobre todo. Baudelaire, acaso intuitivamente, se dio cuenta de que no es cierto que el aburrimiento sea el reflejo de un tiempo vacío, un tiempo muerto, sino, en todo caso, es señal de nuestra falta de creatividad para vivir y hacer algo con el tiempo que nos fue dado. Mirar una nube, recordar nuestros amores pasados, imaginar qué diría el perro que acompaña nuestras tardes… Hacer algo que sea cualquier cosa.
Un par de poemas de El spleen de París arrojan una luz inesperada sobre este tiempo sin tiempo de nuestra época, este tiempo sin divisiones evidentes, sin separación clara entre tal o cual momento del día, este tiempo en que podemos estar conectados siempre que queramos y sin diferencia alguna para quienes convierten nuestra acción en consumo.

Charles Baudelaire por Étienne Carjat, 1863


Dice Baudelaire en “El crepúsculo de la noche”:
Va cayendo el día. Una gran paz llena las pobres mentes, cansadas del trabajo diario, y sus pensamientos toman ya los colores tiernos o indecisos del crepúsculo.
Y más adelante, en este mismo texto:
El crepúsculo excita a los locos.
¿Quién podría decir esto ahora? ¿Quién, en este reloj amputado de manecillas en el cual vivimos, podría elogiar o al menos distinguir así el crepúsculo? ¿Cuántos de los que viajan del trabajo a su casa por la tarde, absortos en su teléfono, tienen tiempo y atención para percibir los efectos del crepúsculo en su estado de ánimo?
En Baudelaire mismo encontramos una posible respuesta a estas preguntas. Escribe en “La estancia doble”, también de El spleen de París:
Ha reaparecido el tiempo; el tiempo reina ahora soberano, y con el horrible viejo ha regresado su demoníaco cortejo de recuerdos, pesares, espasmos, miedos, angustias, pesadillas, cóleras y neurosis.
Os aseguro que ahora los segundos están fuerte y solemnemente acentuados, y cada uno, al brotar del péndulo dice: "Yo soy la vida, la insoportable, la implacable vida".
Que el consumo nos aleja de nuestra propia vida es evidente por la forma en que lo ejercemos en nuestra época. Pero, si Baudelaire tiene razón, podría decirse que rehuimos los tiempos muertos, el aburrimiento, el aparente vacío propio de toda cotidianidad, porque éste, apenas rompemos la membrana finísima que separa la distracción de la atención, nos revela eso que señala el poeta: recuerdos, pesares, espasmos, miedos, angustias, pesadillas, cóleras y neurosis.
¿Y quién quiere enfrentar eso?
¿Quién quiere ahora vivir su propia vida, cuando parece más fácil vivir la vida que se nos ha asignado?


La caída del relato

No lo vemos al virus, pero sabemos que está. Nos dan indicios los contagiados, los muertos, los hisopados. Algo muy parecido sucede con los relatos simbólicos de la política y los partidos políticos. No están explícitos en ningún lado, pero están implícitos en todos los discursos y todas las acciones. En estos tres meses, el gobierno de Lacalle Pou logró desmontar dos tramas incorporadas al relato del Frente Amplio (FA) y a esa entelequia llamada “sensibilidad de izquierda”. En términos políticos, este logro es más importante y radical que el trabajo diario para controlar al coronavirus.
El primer golpe es a la noción de solidaridad, que el FA quiso adjudicarse como patrimonio exclusivo junto con la preocupación por el más débil. Habría una integridad moral que al practicarla implica, como consecuencia evidente, votar al Frente Amplio. El argumento siempre fue insostenible en términos técnicos (decir que la solidaridad es exclusiva de un partido político es como decir que los goles son exclusivos de un cuadro de fútbol). Sin embargo, como relato estaba instalado hasta que el coronavirus logró desmoronarlo (como está instalado que solo el Barcelona hace goles y nadie registra los que le hacen).
Es innegable que el nuevo gobierno tomó la bandera solidaria para paliar la pandemia. Cuidado, esto no debería implicar que ahora la coalición multicolor es la que tiene el patrimonio de la preocupación por el prójimo. La fuerza simbólica de lo sucedido es que ahora la solidaridad quedó diluida entre las fuerzas políticas y la ciudadanía, que es la mejor manera de entenderla, no como algo que pertenece a una agrupación específica sino como aquello que desarrolla espontáneamente los ciudadanos en el espacio público.
“Lo urgente es la solidaridad”, pintó el PIT-CNT para conmemorar el Día de los Trabajadores. Exactamente lo mismo podría haber pintado Pablo Bartol con un escuadrón del Mides o podría haberlo dicho Lacalle Pou al comenzar una de las tantas conferencias de prensa. Algunos niegan esto porque necesitan creer que el nuevo gobierno encarna el egoísmo neoliberal, explotador, capitalista, despreciador del prójimo, materialista y mezquino. Buscarán validar la creencia en todo momento. Es la fuerza del relato simbólico que no quieren perder. Si aún hay personas en esa posición, a pesar de la inmensa ola solidaria de las últimas seis semanas, imaginen lo que sería si no hubiera coronavirus. Es sensato creer que el gobierno de Lacalle Pou no hubiera podido siquiera darle un empujón a este relato. Ahora lo dejó tumbado.
Otro golpe, aunque más sutil, fue a la ciencia y la investigación como expresión exclusiva de la izquierda y de la Universidad de la República (Udelar). La ANII y el SNI son creaciones de la primera presidencia de Vázquez. Paradójicamente, desde que empezaron a funcionar fueron desmantelando el mismo relato que las hizo nacer. Investigar, innovar, producir ciencia no es patrimonio de una única universidad (aunque la Udelar lidere por historia y masa crítica) ni de una única sensibilidad política. Aun así, a pesar de que las universidades trabajan en conjunto y la mayoría de los investigadores no se preguntan a quién votan, en el imaginario social, la ciencia y la investigación son algo defendido por “la izquierda” y despreciado por “la derecha”.
El Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), formado por 55 científicos y liderado por Rafael Radi, Fernando Paganini y Henry Cohen, introduce una nueva era en la relación entre la ciencia, la investigación y el Estado. Que no haya sido con el FA en el gobierno, podrá ser algo anecdótico en algunas décadas, pero hoy es un golpe duro para una fuerza política que se autoproclamaba principal defensora del saber y la investigación.
La valiosa entrevista de Leo Lagos a Rafael Radi en la diaria del pasado sábado, sobrevuela otra arista de esta compleja relación entre la urgencia y la ciencia. La llegada del coronavirus activó una luna de miel entre la investigación científica y el gobierno. Todos nos favorecemos ahora de este romance. Pero al momento de firmar los papeles para el matrimonio, la situación será otra: la política es siempre urgente y la investigación es siempre lenta. La vida académica lleva tiempo y hay que respetar esa parsimonia. Merece los recursos, aunque no genere aplicaciones ni respuestas inmediatas. Que el gobierno apoye esa necesidad estructural es algo que todavía no sabemos.
En todo caso, regreso al argumento central: Lacalle Pou como presidente de la República desarrolló a partir de la pandemia una relación con la ciencia, la investigación y el sistema académico-universitario, que dio un golpe certero al relato hegemónico del Frente Amplio, que percibía al candidato blanco como alguien que no comprendía cabalmente el valor de la formación superior.
Sobrevuela en el aire, invisible como el virus, un tercer pliegue del relato y es el que refiere a la cultura. La izquierda se ha instalado como la única portavoz de las manifestaciones culturales, sobre todo capitalinas. ¿Por qué se da esta asociación casi inmediata entre cultura —artistas— e izquierda? Es una pregunta relevante. Hay que articular demasiadas pistas: el rol de los intelectuales en el siglo XX; el desprecio por el sistema capitalista y su necesidad productiva y rentable, enfrentada a la libertad del creador que no piensa en el lucro sino en la belleza; la falta de respeto del empresariado por el intelectual que no produce y por el artista que no piensa en el negocio; el desprecio de los círculos artísticos a los cálculos de viabilidad comercial, el desdén consumista de aquello que parece inútil o sin aplicaciones concretas, esa pregunta siempre impertinente de ¿para qué sirve leer El Quijote, contemplar las lunas de Cúneo o emocionarte con Pirandello?
Hay una madeja fascinante ahí y un desafío inconmensurable (no quiero llenar de siglas este paréntesis, pero acá está el MEC, la Dirección de Cultura, el Sodre, las artes escénicas, la industria audiovisual, museos, ferias del libro, festivales, fondos concursables, colectivos artísticos, diálogo Montevideo-interior, redes sociales, intendencias, intelectuales, universidades, teatros, tablados, bibliotecas, patrimonio). Hay señales alentadoras, como la de este martes, donde las máximas autoridades de la cultura se juntaron en la Biblioteca Nacional para recibir la donación de 84 cajas con libros, documentos, papeles y objetos que pertenecieron a Tomás de Mattos. Todo un simbolismo.
Si este gobierno logra quitarle al Frente Amplio la hegemonía del relato simbólico de la cultura, habrá logrado algo muy importante en términos de la salud de la democracia y del impulso creativo. Al igual que vimos con la solidaridad, pensar que algunas virtudes pertenecen a una fuerza política es algo que perjudica al sistema político todo. Hay que liberarlas, no apropiárselas, para que desarrollen todo su potencial.
Facundo Ponce de León

La sensibilidad es la salud

La preciosa sangre fluye por un complejo y extensísimo sistema de tuberías que aseguran el aporte de oxígeno, glucosa y múltiples nutrientes para todas las células del cuerpo (unos 50 trillones de células hambrientas de oxígeno y alimento) unas 70 a 100 veces por minuto.
La juventud de este sistema de tuberías es la edad biológica del individuo.
Si el sistema de tuberías está obstruido, rígido, el individuo será “viejo” aunque tenga 25 años.
Los órganos y tejidos reciben el precioso líquido, la sangre con una determinada presión.
Si fuera muy suave, los nutrientes y el aire llegarían con atraso y los órganos no podrían funcionar bien y no podríamos mover los músculos con dinamismo suficiente como para una marcha rápida y menos para practicar algún deporte. La presión debe ser suficientemente alta para que haya velocidad en los intercambios, porque le debe llegar sangre oxigenada y también a gran velocidad se debe drenar sangre venosa, con los desechos biológicos.
Pero si fuera muy fuerte la presión, se podrían lesionar las delicadas estructuras de los tejidos, los órganos y las células.
Ni muy baja (yin) ni muy alta (yang).
De forma similar cuando tomamos una ducha regulamos el flujo de agua de modo tal que tengamos el nivel de presión perfecto para una ducha perfecta.
Si la presión es muy baja la ducha será demasiado lenta y exasperante.
Si la presión fuera demasiado fuerte, sentiremos dolor e incluso se podrían abrir fisuras en la piel.
Nuestra sensibilidad determina el calibre justo para tener la presión perfecta para la ducha perfecta.
Esa sensibilidad es la salud, la pérdida de salud se manifiesta como insensibilidad.
La mano sensible, abre o cierra el grifo de acuerdo a lo que la piel sensible indica como óptimo; también además de regular la presión del agua, la mano sensible debe regular el nivel de temperatura perfecto para la ducha perfecta.
Sería triste que perdiéramos esa sensibilidad y que tuviera que venir un experto en patologías de la piel para que en función de mediciones de presión y temperatura (colocando sensores en la piel) determinara cuánto abre el grifo y cuál es el nivel de calor – frio adecuado para la ducha.
Y nosotros ahí desnudos mientras el técnico/a lo hace para nosotros.

-Martín Macedo-

sábado, 30 de mayo de 2020

Poner en perspectiva el momento actual

Para tener una pequeña perspectiva en este momento, imagina que naciste en el año 1900.
Cuando tienes 14 años comienza la Primera Guerra Mundial y termina cuando cumples 18 años, dejando 22 millones de personas asesinadas.
Más adelante en ese año, una epidemia de gripe española golpea el planeta y se extiende hasta tus 20 años, dejando 50 millones de personas fallecidas.
Cuando tienes 29 años comienza la Gran Depresión.
El desempleo alcanza el 25%.
El PIB mundial cae el 27%, y esto dura hasta tus 33 años.
Cuando cumples 39 años, comienza la Segunda Guerra Mundial.
Cuando tienes 41 años, Estados Unidos está totalmente involucrado en la Segunda Guerra Mundial.
Entre tus 39 y 45 años,
75 millones de personas mueren en la guerra,
y el Holocausto mata a 6 millones más de personas
A tus 52 años comienza la Guerra de Corea y perecen cinco millones.
A tus 64 años comienza la Guerra de Vietnam, y no termina por muchos años. 4 millones de personas mueren en ese conflicto.
Al acercarte a tus 62 años, ocurre la crisis de los misiles cubanos, un punto de inflexión en la Guerra Fría.
La vida en nuestro planeta, tal como la conocemos, bien podría haber terminado totalmente.
Cuando cumples 75 años, la guerra de Vietnam finalmente termina.
Piensa en todos en el planeta nacidos en 1900. ¿Cómo sobrevivieron a todo eso?
Un niño en 1985 no creía que su abuelo de 85 años entendiera lo difícil que era la escuela. Sin embargo, esos abuelos y ahora bisabuelos, sobrevivieron a través de todo lo mencionado anteriormente.
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Tratemos de mantener las cosas en perspectiva. Seamos inteligentes, ayudémonos unos a otros y superaremos todo esto. En la historia del mundo, nunca ha habido una tormenta que haya durado para siempre.
Esto también pasará.
De la red.