Vandana Shiva (Dehradun, India, 1952), incansable luchadora por la soberanía alimentaria y la agroecología, teórica del ecofeminismo y autora de una veintena de libros, acaba de presentar ¿Quién alimenta realmente al mundo? (Capitán Swing, 2018).
Las élites políticas y económicas del mundo se encuentran reunidas en Davos. Y hemos visto allí la utilización de parte del discurso antiglobalización y feminista por esas élites. ¿Cómo lo interpreta?
En Seattle, en 1999, paramos la cumbre de la Organización Mundial del Comercio [OMC]. Después de eso, el Foro Económico Mundial de Davos nos persiguió para hablar y abordar cómo corregir los excesos de la globalización. Habíamos empezado un movimiento llamado Mujeres Diversas por la Diversidad, estuvimos en Seattle diciendo que la globalización, el neoliberalismo, es una guerra contra las mujeres, en todos los sentidos: es una guerra contra el pensamiento de las mujeres, contra las mujeres reales que tienen que tener varios trabajos para mantener a sus familias a flote, y es una guerra con nuevos niveles de violencia, violaciones y brutalidad contra las mujeres; el feminicidio es ahora una epidemia global. En la cumbre de la OMC en 2017 ya empezaron a usar a las mujeres como la razón para el libre comercio, dicen que nos beneficia, y algunas feministas compraron esta idea. Pero las verdaderas feministas identifican el libre comercio como un proyecto capitalista-patriarcal de los hombres poderosos para hacer más dinero. Y vamos a reclamar la verdadera riqueza y nuestra capacidad para hacer riqueza. El uso de las mujeres es una medida desesperada del proyecto deslegitimado de la globalización para intentar dar una imagen falsa de feminismo.
Su experiencia está ligada con el ecofeminismo. ¿Cómo ligar el feminismo con el ecologismo también en el mundo urbano? ¿Debe el feminismo ser ecologista?
El ascenso del patriarcado capitalista junto con el ascenso de la industria de los combustibles fósiles y la consolidación del poder del gran capital empieza con la creación de las corporaciones, como la Compañía de las Indias Orientales, y el colonialismo. Todo eso crea la bestia llamada hoy capitalismo. En la raíz se encuentra el presupuesto completamente falso de que la naturaleza está muerta y es solo un producto para explotar, y que las mujeres son pasivas, el segundo sexo, que no trabajan, no piensan, son meros apéndices para el poder. Pero las mujeres son productivas, son creativas, y la naturaleza es vida, así es que el hecho de reclamar nuestro poder como mujeres reconociendo el poder de la tierra como un sistema vivo inteligente es el mismo proceso. Y esto no es solo para las mujeres. Después de todo, si las especies están amenazadas de extinción en un siglo, sería una gran crisis para el ser humano imaginar que podemos seguir conquistando la tierra hasta que destruyamos el último ecosistema, que podemos seguir brutalizando a las mujeres y que seguirá habiendo naturaleza y sociedad.
¿Quién alimenta realmente al mundo, y cómo hemos llegado a la situación en que las grandes corporaciones controlan esa comida?
La ilusión de que las corporaciones nos alimentan, a través de químicos y venenos, fue creada por las propias corporaciones que trajeron a la agricultura los químicos que habían usado para la guerra, para matar gente: los fertilizantes químicos siguen los mismos procesos y se hacen en las mismas fábricas que hicieron explosivos y municiones en la Alemania de Hitler. Los pesticidas están derivados del Zyklon B, con el que se gaseó a la gente en los campos de concentración. Los herbicidas, como el agente naranja, fueron parte de la guerra de Vietnam.
El hecho de reclamar nuestro poder como mujeres reconociendo el poder de la tierra como un sistema vivo inteligente es el mismo proceso
Todos estos químicos son químicos de guerra, pero el “cártel del veneno” (las multinacionales Monsanto, Syngenta, Dow Chemical, Cargill...) expandió la idea de que sin el sistema de alimentación industrial no habría alimentación. Hicieron que todo el mundo creyera que la comida viene de los químicos y las corporaciones. Mi libro ¿Quién alimenta realmente al mundo? es un abordaje científico de lo que está pasando con los fertilizantes químicos: no dan fertilidad, matan la fertilidad del suelo; no controlan las plagas, crean más; las corporaciones no crean semillas, sino que las roban y las manipulan genéticamente. Las pequeñas granjas producen más que las grandes granjas, donde necesitas usar cada vez más químicos y máquinas.
Incluso en la ciudad, tienes dos tipos de alimentos: la alimentación real que gente real produce, que sigue siendo el 70% de lo que comemos hoy, tras 50 años de agricultura industrial que ha destruido muchas pequeñas granjas y atacado a las mujeres que trabajan en la agricultura. En la ciudad la gente también se alimenta gracias a los organismos del suelo, a los polinizadores a los que no ven, a las mujeres, campesinos, pequeños agricultores, a los pequeños procesos de alimentación real. Pero un 90% del maíz y la soja que se producen con la excusa de alimentar al mundo se destinan a los biocombustibles y la alimentación de animales. El sistema industrial, la producción industrial y el procesamiento industrial no te dan alimentación, provocan enfermedad. Vacían los alimentos de su parte nutritiva.
¿Un ejemplo?
En la India tenemos magníficos cultivos, como el de la caña de azúcar. Pero lo que nos dan en los productos es sirope de maíz con alta fructosa, que es una molécula sintética que afecta al hígado. Hay niños pequeños con cirrosis, porque eso se añade a todo y es adictivo. Se encuentra en todos los refrescos y productos industriales. Maíz y soja transgénicos están en todos los productos que compras en el supermercado. Las corporaciones obtienen grandes beneficios mintiéndonos, y si se dan cuenta de que la gente come alimentos producidos a nivel local por pequeños agricultores, lucharán contra ello. Se trata de una lucha del monocultivo contra la diversidad, de la falsa ciencia contra el conocimiento real, de la globalización de esas corporaciones contra los sistemas locales.
Si la alimentación industrial y los químicos en nuestra comida se extienden un poco más, la carga de enfermedades será tan alta que ninguna sociedad será capaz de hacerle frente
Además, el sistema extractivo de esas corporaciones no puede mantenerse. Está destruyendo el planeta, sigue destruyendo el agua y no tendremos agricultura sin agua, no pueden producir comida sin semillas reales por más modificaciones genéticas que hagan. Están destruyendo los cimientos del sistema alimentario, incluyendo nuestro conocimiento.
Creo que el próximo peligro es que las mismas compañías que dicen que sin veneno no puedes tener alimentos están diciendo ahora que sin comprar datos de ellos no puedes cultivar comida. Somos seres de la Tierra, relacionarse con la tierra y conocerla es importante. Cómo producir buena alimentación es parte del conocimiento que las mujeres deben transmitir a la sociedad. Creo que las mujeres tienen que empezar a decir: “Todos los niños deberían aprender a cocinar”. Hacer tu propio pan y tener tus propias semillas va a ser la próxima libertad.
En los últimos 20 años, 300.000 campesinos indios se han suicidado por las deudas y la pérdida de soberanía alimentaria. Además, India es uno de los mayores productores y exportadores agrícolas del mundo, pero un niño muere de hambre cada 30 segundos. ¿Podemos hablar de crimen? ¿Qué instituciones o políticas son responsables?
Es un crimen muy claro, contra la naturaleza y contra la humanidad. Parte de ese crimen es vender químicos innecesariamente, transgénicos que han creado enormes problemas de plagas, semillas transgénicas que Monsanto sigue vendiendo a pesar de que no se le permitió tener una patente. Y el precio de las semillas aumentó casi un 80.000%. Monsanto es responsable por el genocidio de nuestros agricultores.
También es un genocidio las 200.000 personas en el mundo que mueren envenenadas por pesticidas cada año según la Organización Mundial de la Salud. La gente está enfermando de cáncer. Monsanto sabía en 1984 que el glifosato provoca cáncer, y aún hoy ataca a las agencias de la ONU que lo hicieron público. En nuestras tierras se cultivan tantos alimentos que podemos alimentar dos veces a la población india. A escala mundial, si protegemos nuestra tierra, tendremos suficiente comida para toda la humanidad.
En Las nuevas guerras de la globalización decía: “Un puñado de corporaciones y países poderosos buscan controlar los recursos de la tierra” y “quieren vender nuestra agua, nuestros genes, nuestras células, nuestros órganos, nuestro conocimiento, nuestras culturas y nuestro futuro”. Con las leyes sobre propiedad intelectual, ¿no lo han conseguido ya?
El plan de Monsanto y otros cuando trajeron el acuerdo de la OMC de propiedad intelectual es que hasta la última semilla estuviera en sus manos, pero como empezamos a salvar semillas, hay semillas en manos de agricultores. Y lo bonito de esto es que una semilla se convertirá en mil semillas. La idea de salvar semillas en un país se convertirá en un movimiento en otro país, como ha pasado en los últimos 30 años. Monsanto no ha conseguido su proyecto de hacer de cada semilla una mercancía transgénica que les tenemos que comprar. Y cada día más y más gente está siendo consciente de lo importante que la semilla viva y no patentada tiene para el sistema de alimentación. La gente se está dando cuenta de que las cualidades nutricionales están relacionadas con los micronutrientes y los oligoelementos, que es lo que nos da el sabor y el olor. Lo maravilloso de los sistemas vivos es que se multiplican y reproducen. Monsanto controla los químicos; los químicos no se multiplican, pero las semillas sí.
¿Cuál es nuestro futuro si no revertimos la situación?
Tenemos dos posibilidades: una es trabajar con la tierra y hacer agroecología, construir sistemas locales, tener alimentación y gente saludable y comunidades con economías saludables. La otra es la continuación de la guerra: nos dan la “revolución verde”, los transgénicos, ahora nos dan la inteligencia artificial, el big data, junto con los tóxicos. Ese sistema ha destruido ya un 75% del planeta. Si sigue un poco más, nos dejará un planeta muerto, lo que significa que nuestra especie no podrá sobrevivir. Si la alimentación industrial y los químicos en nuestra comida se extienden un poco más, la carga de enfermedades será tan alta que ninguna sociedad será capaz de hacerle frente.
Pero hay otra lección sobre los sistemas industriales, que estudié cuando traté de entender por qué los campesinos de Punjab estaban hambrientos. Ahí me di cuenta de que muchos conflictos hoy están provocados por un sistema que genera escasez de suelo fértil, de agua, de semillas, de tierras para cultivar. Esos conflictos son llamados por el sistema dominante “conflictos étnicos y religiosos”, pero no tienen que ver con la religión. El asunto de Punjab no era sobre la religión, era sobre campesinos diciendo “somos esclavos y no podemos elegir qué cultivamos y cómo lo hacemos, y no podemos elegir a qué precio lo vendemos”. Estaban luchando contra el sistema esclavista de la agricultura industrial.
Y la revolución química industrial usa diez veces más agua para cultivar la misma cantidad de alimentos. Puedes coger la zona más fértil y provocar escasez de agua, como en Punjab (pun significa “cinco”, jab significa “agua”). La tierra de las cinco aguas se está quedando hoy sin agua.
Si el 80% del agua que debe verter al lago Chad no llega porque la agricultura industrial necesita extenderse para cultivar productos de primera necesidad para la exportación, esa diminuta masa de agua genera conflictos entre pescadores, pobladores y agricultores. Eso es lo que se vino a llamar el conflicto religioso de Boko Haram. Y en Siria un millón de campesinos fueron desplazados en 2009. ¿Has oído alguna vez sobre el desplazamiento de los campesinos por la sequía prolongada? La “revolución verde” había secado toda el agua de los pozos, el suelo ya no tenía capacidad de absorber el agua. Si no nos tomamos en serio la salud del planeta, nuestra salud y los hechos que generan los conflictos, no tendremos sociedades sostenibles. Estamos hablando de cien años. Estamos hablando, literalmente, de dos generaciones.
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