Dice el aforismo: “Ten cuidado con cómo miras el mundo, porque el mundo será como lo mires”.
Y el poeta persa Rumi lo ilustra con un breve cuento sobre la historia de un hombre poco agraciado físicamente y que atravesó a pie el desierto.
En su travesía, el viajero vio algo que brillaba en la arena, se acercó y recogió entre sus manos una especie de pedazo de metal sucio. Lo limpió con sus dedos y resultó ser un trozo de espejo. Lo miró entre sorprendido y extrañado, ya que nunca antes había visto un espejo, y aunque se vio reflejado en él, no se reconoció.
–¡Que horror! –exclamó– ¡Qué feo! ¡No me extraña que lo hayan tirado!
Y arrojó de nuevo el espejo al suelo, prosiguiendo su camino.
(…)
Cuando miramos la vida y al otro, ¿qué vemos? ¿A la vida y al otro o a aquello que negamos y rechazamos de nosotros?
¿Vemos realmente al otro, o más bien lo fabricamos con nuestros prejuicios, miedos, deseos y proyecciones?
¿Nos damos tiempo para conocer al otro, sin idealizaciones, mitificaciones, o en el otro extremo, prejuicios y tópicos?
Creo, sinceramente, que no. Darse ese espacio para la desnudez en la percepción, para la mirada virgen que ni enaltece ni menosprecia a priori, no es tan fácil.
"Quien critica, se confiesa", escribió Baltasar Gracián.
Cuántas veces vemos en el otro y en lo otro lo que nos es propio y no podemos o sabemos cómo digerir.
Espejos frente a espejos, tan a menudo....
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