Se requiere mucha inteligencia para ser sencillo, y no, simplemente, amoldarse a cierta norma por meritoria que ella sea en su aspecto externo. Por desgracia, casi todos empezamos por ser sencillos en apariencia, en las cosas externas. Es relativamente fácil tener pocas cosas y estar satisfecho con ellas, contentarse con poco y hasta compartir ese poco con los demás. Pero una mera expresión externa de sencillez en las cosas, no implica por cierto sencillez en el fuero íntimo.
La verdadera sencillez, la sencillez fundamental, sólo puede originarse en el fuero intimo; y de ahí proviene la expresión externa. Cómo ser sencillos es entonces nuestro problema; porque esa sencillez nos hace más y más sensibles. Una mente sensible, un corazón sensible, son esenciales, pues así uno es capaz de percepción rápida, de pronta captación.
Es, pues, indudable, que sólo se puede ser interiormente sencillo cuando uno comprende los innumerables impedimentos, apegos, temores, que a uno lo tienen sujeto. Pero a la mayoría de nosotros nos gusta estar sujetos a las personas, a las posesiones, a las ideas. Nos gusta ser prisioneros. Interiormente somos prisioneros, aunque en lo externo parezcamos muy sencillos. Interiormente somos prisioneros de nuestros deseos, de nuestros apetitos, de nuestros ideales.
Por eso, ciertamente, uno tiene que empezar por el fuero íntimo, sin excluir ni rechazar lo externo. No hay duda de que llegáis a lo interno al comprender lo externo, al descubrir por qué el conflicto, la lucha, el dolor, existen en el mundo exterior; y a medida que esto se investiga más y más, penetra uno naturalmente en los estados psicológicos que producen los conflictos y miserias externas. La expresión externa es mero indicio de nuestro estado interior, y al comprender lo interno -no en forma exclusiva, ni rechazando lo externo, sino comprendiendo lo externo y de ese modo llegando a lo interno-, encontraremos que, al proseguir investigando las íntimas complejidades de nuestro ser, nos hacemos cada vez más sensibles y más libres.
Si no hay sencillez, no puede uno ser sensible a las profundas insinuaciones de las cosas. Una mente así es capaz de extraordinaria receptividad, porque no tiene barreras, no tiene miedo, no va en pos de nada. Ella es, por lo tanto, capaz de recibir la gracia. Pero la mente que persigue la realidad no es una mente sencilla. La mente que se ajusta a cualquier norma de autoridad, interior o externa, no puede ser sensible. Y sólo cuando la mente es de veras sensible, cuando está alerta y es consciente de todo lo que en sí misma ocurre, de sus propias respuestas, de sus pensamientos, cuando ya no se modela a sí misma para ser algo, sólo entonces es capaz de recibir aquello que es la verdad. Es sólo entonces cuando puede haber felicidad; porque la felicidad no es un fin, es la expresión de la realidad.
J. Krishnamurti, “La Libertad Primera y Última”
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