Ser honestos con nosotros mismos no es tarea fácil. Nos cuesta aceptar cuando algo termina o que se va de nuestra vida. Se nos hace muy difícil cerrar capítulos, sumado a que somos expertos en excusas para no hacerlo.
Muchas veces quedamos anclados en algo porque creemos que necesitamos “eso”, o a “ese”, o a “esa” para vivir.
Cuántas relaciones muertas que prefieren seguir unidas a través del conflicto tolerando maltratos, abusos, mentiras, traiciones, solo porque creen no tener otra opción. Cuando de algo tenemos que estar totalmente seguros, siempre hay otra opción, quizá no sea la que uno quiera, o no se esté dispuesto a pagar el costo que viene con esa decisión y con ese cambio, pero siempre tenemos otra opción.
Cuántas personas viviendo de recuerdos lindos o dolorosos, dando vueltas una y otra vez en la misma anécdota y volviendo a sentir la misma emoción de aquel momento en que vivió esa situación: “es que me dejaron, se fue con otra…”, “no sabes todo lo que yo di en esa empresa y me despidieron…”, “es que le di todo y más, y al final me abandonó…”, “nunca más volveré a sentir lo mismo…me quedaré sola/o toda mi vida…”.
Es importante quedarse aquí un tiempo, lo que necesita el alma para alejar la mente del corazón pero cuando nos quedamos más tiempo de lo debido, girando con la misma anécdota, lo que logramos es quedar apegados al lado oscuro de esa historia.
Con la puerta entreabierta entra aire. El apego desde la parte oscura ocurre cuando sentimos que ese otro se nos está convirtiendo en algo muy importante en nuestra vida, y que de tan importante se nos hace indispensable. Y cuando entra esta indispensabilidad volcamos toda nuestra existencia en el afuera hasta llegar a sentir que el resto de nuestra vida carece de sentido cuando no lo tenemos.
Es importante saber que vivimos en una cultura del apego, nos bombardean constantemente a que dependamos del último teléfono móvil, a que usemos determinada ropa de marca, a que tengamos determinada marca de coche, a que estemos en pareja porque sino somos bichos raros. Satanizamos las palabras “apego”, “soledad”, “desapego”, sin ver la parte lumínica de estos términos.
Hay una gran diferencia entre estar en el mundo y ser parte del mundo. Seguir a la masa puede ser el camino más fácil y puede conducirnos a una gratificación inmediata, pero cuando el silencio empieza a gritar te das cuenta que vale mucho más la pena “sacrificar” el placer inmediato por la bendición que es la gratificación a largo plazo.
Por lo tanto nuestro trabajo personal es el desapego. Pero cuidado con este término porque como todo en la vida los límites son muy sutiles. A un paso del desapego puede estar la dejadez, la frialdad, la lejanía. El desapego real no es el de “me fui, no me importa”. El desapego real, o mejor dicho, el apego seguro desde el lado lumínico es, “hoy estoy contigo, me encanta estar aquí, te disfruto, pero sé que cuando no estés aquí también puedo vivir y puedo sentirme bien en esa situación”.
El desafío es aprender a desapegarnos del afuera para apegarnos a lo que verdaderamente es nuestra condición natural, que es a nosotros mismos, a nuestra esencia. Cada situación “negativa” es una oportunidad que nos da la vida para nuevamente regresar a casa, lo cual significa aprender a protegernos, a amarnos, a cuidarnos, a apoyarnos, a ser nuestro mejor amigo y nuestro primer amor.
Esto es muy importante entender porque mucha gente por miedo a la soledad necesita del ruido, necesita de fiestas todo el tiempo, estar acompañada constantemente sea de pareja, amigos, familiares. Y para un hambriento emocional cualquier migaja de amor le viene bien, y esto se huele. Es como un olor imperceptible pero muy perceptible a la vez. Es muy perceptible a las cosas más internas de uno, y esto huele a que estás buscando desesperadamente a alguien con quien estar, siendo esto un blanco fácil para manipuladores, estafadores, mentirosos.
Debemos tomar conciencia que cada etapa en nuestra vida tiene su propósito, saber que la vida son ciclos, y que todos necesitamos nuestro espacio y tiempo para reencontrarnos con nosotros mismos, y que la soledad puede ser maravillosa cuando descubrimos su sentido. Hay un tiempo para todo. Tiempo para sembrar, tiempo para cosechar. Tiempo que se caen las hojas, tiempo que las flores renacen. Tiempo de lluvia, tiempo de sol.
Si vemos esto y sabemos, ¿por qué habríamos de creer que todo lo que vimos de nuestra vida es todo lo que hay?.
Busquemos hacer cosas que nos den sentido, que nos nutran internamente y nos mantengan en ese silencio maravilloso, que es el silencio donde habita lo sagrado, y sólo a partir de entonces nos volcaremos al afuera de manera mucho más sana.
El poder de “Soltar”, del “Next”, “Siguiente”, está en el desafío de dejar ir aquello que ya está muerto simbólicamente en nuestra vida y avanzando en la certeza de que aún hay mucho más, que aún no vimos y que es una bendición.
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