miércoles, 19 de diciembre de 2018

Sin buscar, eres encontrad@

Sin buscar, eres encontrad@. Fue un amor por consciencia, por resonancia, por ternura, en paz y tranquilidad, aun así, no carente de profunda y nítida pasión. Un encuentro etéreo y natural, pues sin buscar, el uno al otro se encontraron.
Él no sabía explicar qué sucedía, ella realmente no quería hacerlo. Pero finalmente, ambos sólo se deleitaban frente a la cacofonía de sincronías que significaba cada sutil y minúsculo gesto, a través de cada acorde vital que se obsequiaban mutuamente algo melífero acuñaba uno dentro del otro al unísono.
Eran de distintas galaxias en esta dimensión, uno de cada punta del mundo, aun así, podían recordarse más allá de las fábulas narrativas de la mente, como de un mismo sitio, un origen esencial en común, pues compartían una esencia más allá de toda palabra, un aura de perfume similar. ¿Sino cómo podría explicarse de otro modo tal complicidad, tal amor a primera vista, tal sinfonía entre ojos y labios?.
“Qué curioso” - murmuraban intercurrentemente en el cinema interior de sus mundos respectivos, “algo parece estar conspirando para que ambos paso a paso, podamos reconocer algo que nuestros corazones ya han intuido hace muchas frases atrás”.
Finalmente, los hechos hablan más que nada en el mundo, y siendo quienes eran y sabiendo lo que sabían, ambos con claridad estaban conscientes de lo más decidero: sin ser ni hacer nada que no sea natural a sí mismos, sin importar tiempo o espacio, podían admirarse por horas, quererse con la mirada del alma, hacer el amor con sus consciencias. Aún cuando tenían diferencias radicales, amaban y admiraban sus ideas, eran integración pura, Ying y Yang.
Tenían tanto en común, ¿cómo podría reconocerse esto como coincidencia?. Había una afinidad afectiva tan profunda, amaban y veían como benditos contrastes. Sentían que cada elemento distintivo, era una clara invitación a una aventura de gratitud y complemento, de ser ambos maestros y aprendices, reales compañeros. ¿Sería ese el amor real?, ¿Un crecer juntos y admirarse en cada evolución?, ¿Ese sentir regocijo y compartir cada hito trascendental de cada uno y de ambos a la vez?, ¿Era el fulgor del amor maduro esto de ser dichoso de ver feliz al otro realizarse y desear profundamente compartir esa felicidad?.
Desde ahí todo era posible, pues la magia ya no era una limitante. No era como la mayoría de las relaciones contemporáneas en algo absolutamente crucial, pues en vez de que el acercarse entre sí, les alejara dentro consigo mismos, por el contrario, cada paso de amor del uno hacia el otro, significaba una sensación de adentrarse más allá de lo que jamás ninguno de ambos se había imaginado siquiera viajar hacia su encuentro con sí mismos, a amarse sin juicios, a religar sin criticarse. Pretender la felicidad del otro y cuidar ese vínculo sagrado.

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