miércoles, 12 de junio de 2019

4 preguntas para hacerte antes de dar consejos

¿Alguna vez has notado que cuando intentas dar consejos, a veces termina saliendo mal? ¿O la persona discute contigo, se enoja por haber ofrecido tu opinión o no termina aceptando tu consejo en absoluto?


La mayoría de estos problemas provienen de nuestro ego. Se siente bien pensar que tenemos todas las soluciones. Nos damos palmaditas en la espalda porque estamos “ayudando”. Nos hace sentir en control, experimentados y sabios. Nos consideramos como Oz el Poderoso con las respuestas a los problemas de todos. 

Pero si este fuese realmente el caso, dar consejos siempre resultaría sin ningún inconveniente. Una vez que indagamos, es evidente que en realidad estamos haciéndonos sentir bien a nosotros mismos y no a la otra persona.


He aquí las preguntas más importantes para hacernos a fin de asegurarnos de que nuestra mente y nuestro corazón estén en el estado apropiado antes de ofrecer consejos:

Cuando alguien se acerca a nosotros con una preocupación, es natural que queramos resolverle su problema. Después de todo, queremos apoyar, y pareciera que acuden a nosotros por esta precisa razón. Pero no siempre es el caso.


Muchas veces la gente acude a nosotros para desahogarse y compadecerse, no para obtener soluciones. En estas situaciones, quieren que comprendan sus miedos o frustraciones. Quieren escuchar que les digan: “¡Vaya! ¡No puedo creer que te haya ocurrido eso! ¡Lo lamento mucho!”.


Cuando en lugar de ello les decimos lo que deberían hacer para solucionar su problema, se podría sentir como si estuviéramos menospreciando su situación y ofrecer consejos podría sonar un poco altivo. Lo que ellos escuchan de nuestra parte es: “¿Por qué estás haciendo un gran asunto de esto? Lo podrías solucionar fácilmente si tan solo hicieras esto”. 

Esto nos hace sonar como insensibles sabelotodos. Si alguien acude a nosotros en busca de apoyo, es importante que lo escuchemos y ofrezcamos la calidez que busca en lugar de soluciones.


Entonces, ¿cómo sabemos cuando alguien en realidad está buscando nuestra opinión? Esto nos lleva a la segunda pregunta: ¿Escuché genuinamente?

Alguien que quiere nuestra opinión dirá: “¿Qué crees que deba hacer?” o “¿Crees que hice lo correcto?”. Esta es la señal de que quieren nuestro apoyo.

Y para poder dar soluciones, requerimos asegurarnos de que primero hayamos escuchado genuinamente el problema. A veces nos enredamos tanto en ofrecer una respuesta que no estamos prestando toda nuestra atención a lo que la persona está diciendo. Podríamos asumir que sabemos a dónde va su historia o pensamos que lo hemos descifrado todo antes de que terminen de hablar. En el proceso, quizá nos perdamos información vital o hagamos grandes suposiciones que están completamente erradas.


Es importante que no estemos distraídos y que no interrumpamos. Dejemos que la otra persona termine de hablar, incluso si eso significa que su historia se extienda mucho más de lo que nos gustaría. Una vez que le hayamos dado toda nuestra atención, ellos pueden ofrecernos la suya.

Solo porque alguien nos pida consejos no quiere decir que debemos tener la solución. Hay veces en las que las personas están pasando por algo con lo que no nos relacionamos o en lo que tenemos muy poca experiencia. En estos casos, el mejor consejo que podemos dar es que encuentren a alguien más que pueda apoyarlo más de lo que nosotros podríamos. 

Es válido decir: “La verdad no he pasado por algo como eso. No estoy seguro de qué deberías hacer. ¿Conoces a alguien que haya pasado por una situación similar a quien puedas preguntar?”.


Del mismo modo quizá hayan otras razones por las cuales no somos la persona indicada para esta tarea. Quizá estamos muy vinculados con la situación y sentimos que no podemos ser objetivos. O quizá no nos sentimos cómodos ofreciendo nuestra opinión sincera a alguien que no conocemos muy bien. No se puede esperar que tengamos las respuestas todo el tiempo.

Recuerda que un consejo es tan solo una opinión, por muy bien informada que pueda ser. Quizá pensemos que nuestra solución es una respuesta infalible a la situación de la otra persona, pero no hemos caminado en sus zapatos. Incluso si hemos tenido una situación similar, hay una multitud de diversos factores que tienen que ver con tomar una gran decisión.


Nuestro trabajo como consejeros es informar y motivar a la otra persona a que tome su propia decisión. Podemos decir: “Esto es lo que me ocurrió a mí, y esto es lo que creo que deberías hacer”. Podemos darle información, sugerencias y quizá hasta investigar a fin de ayudarla, pero no podemos obligarla a que tome nuestro consejo.


Si nos enoja la idea de que la otra persona no siga nuestro consejo, entonces el consejo no proviene del verdadero altruismo. Alguien podría estar profundamente agradecido con nuestra ayuda y, aún así, tomar otra decisión. Eso no significa que nuestras opiniones fueron descartadas o invalidadas.

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