Un grupo de niños de inteligencia normal fue dividido al azar en dos grupos iguales.
Uno de los grupos fue asignado a un maestro a quien "se le dijo que "... aquellos niños eran casi "superdotados".
El otro grupo se asignó a un maestro a quien "se le dijo que"... los niños eran un poco "torpes".
Al año se les hicieron de nuevo test de inteligencia a ambos grupos.
La mayoría de los estudiantes del grupo que arbitrariamente había sido definido como "superdotado" obtuvieron una puntuación más alta que la lograda anteriormente, mientras que la mayoría del grupo que fue etiquetado como "torpe" ¡obtuvo puntuaciones más bajas!
Las creencias de los maestros sobre sus alumnos afectaron a la capacidad de aprendizaje de estos.
Muchas de nuestras creencias nos fueron implantadas durante la infancia por nuestros padres, por los maestros, por el entorno social y por los medios de comunicación, mucho antes de que nos diéramos cuenta de sus efectos o de que fuéramos capaces de elegir entre ellas.
Las creencias son difíciles de cambiar, porque cuando hay un hueco son llenadas por otras y así...un ejemplo,
Un hombre que está convencido de que es un cadáver.
No come, ni va a trabajar.
Todo lo que hace es permanecer sentado, repitiendo que es un cadáver.
El psiquiatra trata de convencerlo de que en realidad no está muerto. Después de estar un buen rato discutiendo, finalmente el psiquiatra le pregunta: "¿Los cadáveres sangran?".
Tras pensarlo un momento nuestro hombre responde:
"No, en un cadáver todas las funciones corporales han quedado ya interrumpidas, por lo cual no puede sangrar".
Entonces el psiquiatra le dice, "Bien, vamos a hacer un experimento, voy a tomar una aguja y te voy a pinchar el dedo para ver si sangras".
Como el paciente es un cadáver no puede hacer gran cosa para evitarlo, de modo que el psiquiatra lo pincha con una aguja y la sangre brota al instante.
El hombre la mira muy sorprendido y exclama: "¡Maldición! ¡Ahora resulta que los cadáveres sí sangran!".
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