La felicidad y la infelicidad.
Se alternan en nosotros como los ritmos respiratorios y los latidos cardíacos.
Nada es permanente.
Pero nos apegamos a la felicidad y acabamos en la infelicidad.
Cuanto más duro lo intentamos peor nos sentimos.
Menos felices somos.
Si queremos ser felices debemos comprender la naturaleza de la felicidad.
Hay muchos intentos por definirla, por entenderla.
Pero yo tengo una forma muy práctica de aplicarlo.
Felicidad es conexión.
Infelicidad es una pobre conexión.
Cuando estamos conectados todo funciona de maravilla en nuestra vida.
Es como cuando nuestro ordenador se conecta fluidamente con el caudal ilimitado de información que circula por internet.
Se accede fácilmente a cualquier tipo de abundancia.
Música, deportes, noticias, amistades, viajes, lugares y hasta cotilleos de los ricos y famosos.
Se experimenta una sensación de euforia, de poder, una gran emoción y gratitud por tanto, tanto, tanto.
Pero cuando la conexión es de baja calidad, la navegación se atasca, es un fastidio, es exasperante.
Hay que esperar interminables minutos para averiguar cómo estará el tiempo o para acceder a los comentarios de nuestros amigos.
Conexión poderosa es felicidad.
Y cuando se experimenta la pérdida de la conexión se siente infelicidad, frustración, limitación, carencia, pobreza y hasta miserables.
Por eso apple vende tan bien, porque sus máquinas logran la mejor calidad de conexión.
Velocidad y estabilidad en la conexión.
Pero cuando el ordenador o el móvil tienen poca calidad se experimenta una sensación de pobreza, parece que todo se traba como cuando circulamos en la ciudad en la hora de máximo tránsito y no podemos hacer nada para salir del embotellamiento.
Nuestro cuerpo es el receptor de la energía universal.
Si está sano y fuerte, tendrá una fuerte conexión.
Y se experimenta la felicidad.
Una felicidad creciente si logramos que nuestro receptor se vuelva más y más excelente en calidad.
Por eso las culturas más antiguas del mundo dan una importancia capital al mantenimiento de la salud.
En extremo oriente aún hoy en día los asiáticos entrenan sus cuerpos y sus mentes con devoción infinita.
Se nutren básicamente según las prácticas tradicionales.
Crean la mas poderosa conexión porque saben que la energía es la base de todo lo que existe.
Son maestros de la energía.
Pero nosotros podemos ser aún más felices que ellos debido a que buscamos alimentarnos como lo hacían ellos hace siglos.
Antes de que la civilización occidental comenzara la lenta degradación de su maravillosa cultura.
Por esa razón mi gratitud hacia la macrobiótica es eterna.
Martín Macedo
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