Basta con decir: «Te quiero». O tal vez resulte mejor no decirlo.
Que tus ojos lo demuestren, que tus manos lo digan, que tus canciones lo insinúen, que tu baile lo indique.
No digas: «Te amo», pues en el momento en que lo dices reduces algo inmenso a una pequeña palabra: «amor». Has matado algo.
No digas: «Te amo», pues en el momento en que lo dices reduces algo inmenso a una pequeña palabra: «amor». Has matado algo.
La inmensidad del amor, si se reduce a una pequeña palabra, se aprisiona. Se le cortan las alas. Es una palabra muerta.
Mi propia experiencia de miles de mis seguidores me ha aportado extrañas intuiciones que tal vez se le escaparon a Gautama Buda, pues él nunca habló del amor.
En el mismo momento en que le dices a alguien: «Te amo», ¡cuidado! Puede ser el comienzo del fin. Cuando había amor no había necesidad de decirlo. Sin decirlo, se oía. Sin pronunciar una sola palabra, cada vibración en tu entorno demostraba que estabas en primavera, floreciendo, bailando en el viento, en el sol, en la lluvia.
El que ama no camina, baila. Sólo los que no conocen el amor caminan.
El que ama no camina, baila. Sólo los que no conocen el amor caminan.
En el momento en que el amor florece en tu ser, el fenómeno es tan grande y tan arrollador que cambia todo en ti. Tus ojos ya no son como eran, sin brillo, muertos; ahora están encendidos.
La oscuridad de tus ojos desaparece y hay luz; la superficialidad de tu rostro desaparece y hay profundidad tras profundidad.
Tocas a alguien y tu mano deja de ser simplemente un objeto físico; fluye a través de ella algo no físico, algo inmaterial: la calidez.
La oscuridad de tus ojos desaparece y hay luz; la superficialidad de tu rostro desaparece y hay profundidad tras profundidad.
Tocas a alguien y tu mano deja de ser simplemente un objeto físico; fluye a través de ella algo no físico, algo inmaterial: la calidez.
OSHO. Háblanos de amor.
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