LA “RE-PROGRAMACIÓN DE LAS EXPECTATIVAS
Elvira: A lo largo de este diálogo, insistiremos en que, para nosotros, los problemas sexuales de los hombres y de las mujeres casi nunca son sólo sexuales, sino que implican, casi siempre, importantes desencuentros existenciales. Es decir, de acuerdo a distingos que ya comentamos en otros trabajos, podríamos afirmar que son expresión de “contradicciones de género” y no de “contradicciones de sexo”. Justamente, los sentidos contradictorios que los varones y las mujeres les atribuyen a las actitudes y a las conductas sexuales son las que las vuelven “disfuncionales”. La multiplicación de parejas “desparejas” sería el resultado forzoso de expectativas contrapuestas y discordantes, es decir de importantes desacuerdos entre lo que unos y otras esperan de sus vínculos amorosos, eróticos y sexuales.
Arnaldo: A propósito de eso que estás diciendo, recuerdo que el Dr. Bobet afirmaba que “en la relación entre el hombre y la mujer, en la relación de pareja, se decide, aún hoy, el destino de la mayor parte de los seres humanos”. Pienso que, si esta afirmación es verdadera, y yo creo que sí, que lo es, no nos puede resultar extraño que se multipliquen las separaciones, los divorcios y las relaciones profundamente conflictivas.
Elvira: Yo anotaría que estos problemas empiezan a aparecer con esas características hace unos cincuenta años con los cambios que se producen en la llamada “condición de la mujer”. Los roles masculinos y femeninos siempre fueron asimétricos. El varón era el típico proveedor y sostén material de la familia mientras que la mujer se agotaba en la función de madre, de esposa y de ama de casa. El varón actuaba en el ámbito de “lo público” (el trabajo, la política, la industria, el comercio, la guerra, el deporte) y la mujer en el ámbito de “lo privado” (lo doméstico, el cuidado y la educación de los hijos, la cocina, la limpieza). Es bueno que aclaremos que, a pesar de ello, las expectativas de ambos eran convergentes: los varones esperaban encontrarse en pareja con mujeres “bien mujeres” y las mujeres con hombres “bien hombres”. La pareja, aunque asimétrica en los roles, en las expectativas era “pareja”.
Arnaldo: Sí, esto cambia radicalmente cuando cambia la condición de la mujer. Que, a su vez, cambia cuando cambian sus condiciones de vida. A partir de la mitad del siglo pasado, las mujeres ingresan masivamente al trabajo asalariado, al estudio en todos sus niveles, a la tecnología, a la política, a la comunicación mediática, al deporte y al ejercicio de una sexualidad mucho más libre y permisiva. Es decir, ingresan a un mundo que, hasta entonces, había sido exclusivamente masculino. Naturalmente, este ingreso al “mundo ancho y ajeno” de los varones tiene el efecto de ir cambiando decisivamente la condición de la mujer. Y, al cambiar su condición, cambian también profundamente sus expectativas en materia amorosa, erótica y sexual.
Elvira: Es bueno que completemos el cuadro subrayando que, por el contrario, la condición del varón no experimenta ningún cambio. El mundo del varón sigue siendo, en lo fundamental, el mismo de antes y, consecuentemente, sus expectativas siguen siendo, también, las mismas de antes.El resultado es claro: lo que antes eran expectativas concordantes se vuelven, progresivamente, expectativas cada vez más discordantes. Y las frustraciones repetidas, al no cumplirse lo que cada uno o cada una espera del otro o de la otra, instala las discusiones, los reproches, el resentimiento, el conflicto.
Arnaldo: Ante esta realidad, surge la pregunta obligada: ¿Qué hacer ante la generalización de los desencuentros que precipitan la tan comentada y deplorada crisis de la pareja y de la familia?
Propongo una salida posible inspirada en otra crisis muy de actualidad hace unos meses: la crisis bancaria. Frente a la quiebra y el cierre de varios de los más importantes bancos de plaza, se frustran las expectativas tanto de los ahorristas como de las instituciones bancarias. Y, les guste o no a unos y a otras, aparece como única salida posible (aunque todos la consideren lamentable) la “re-programación de las deudas”. Es decir, la re-programación de las expectativas tanto de los ahorristas como de las instituciones bancarias.
Elvira: Si te entiendo bien, lo que tú sugieres como posible salida “constructiva” (o, por lo menos, la menos destructiva) a la crisis de la pareja y de la familia es la re-programación de las expectativas amorosas, eróticas y sexuales de hombres y de mujeres de modo tal que ambos “puedan pagar” las deudas contraídas en el momento crucial en que decidieron, libremente, comprometerse en la realización de un proyecto de vida en común.
LO MÁS DIFÍCIL DE LA VIDA ES CON-VIVIR
Arnaldo: Me parece interesante relacionar el planteo que venimos haciendo con un enfoque muy similar, aunque con fundamentos teóricos muy distintos de los nuestros. Nos referimos al enfoque del autor americano Cliffort J. Sager, en su libro titulado Contrato matrimonial y terapia de pareja.En una versión muy simplificada pero suficientemente intuible, podríamos sintetizar su tesis principal diciendo que él entiende que, cuando un hombre y una mujer contraen matrimonio o deciden pasar a vivir juntos, suscriben no uno sino dos tipos de contrato: un tipo de contrato explícito, constituido por los supuestos obvios que implican el contrato civil, el sacramento religioso, las participaciones e invitaciones, la fiesta, el pasar a vivir en una misma casa, compartiendo un mismo techo, una misma mesa y una misma cama, el estar dispuestos a tener hijos y a constituir una familia.
Pero, además, suscriben, en términos simbólicos, cada uno otro contrato, un contrato implícito, no expresado ni comunicado, en donde constan sus respectivas expectativas respecto de lo que cada uno espera recibir del otro o de la otra. Dicho gráficamente, estos dos contratos individuales, nunca compartidos, los lleva cada uno en “la manga”, y será la convivencia cotidiana la que los vaya explicitando, sobre todo en términos de expectativas frustradas.
Elvira: Sí, pienso que esta versión que tú das del pensamiento de Sager les debe de resultar muy familiar a casi todos los maridos y a casi todas las esposas. Es evidente que, a medida que pasan los meses y los años de convivencia, lo más frecuente es que la columna de las frustraciones recíprocas vaya aumentando con su reiteración repetida, mientras que la columna de las gratificaciones disminuya y se vea desplazada por la de los reproches, las decepciones y los resentimientos.
Por eso, cuando algunas de estas parejas aterrizan, después de muchas dudas, en nuestro consultorio, en busca de una solución para sus crecientes dificultades, nos encontramos con dos seres amargados y defraudados que sienten que han resultado engañados y trampeados en lo que consideran sus naturales y correctas expectativas.
Arnaldo: Lo peor de todo este proceso es que cuando, entonces, les proponemos una revisión crítica y autocrítica de esas expectativas y una posible “re-programación” de las mismas, descubrimos que resulta imposible re-programar porque, en los hechos, nunca se ha programado.
Elvira: La pregunta que se impone es la de cómo pudo no programarse la convivencia cuando se está abocado a la decisión indudablemente trascendente de comprometerse en un vínculo existencial de largo plazo. A propósito de esta incongruencia y de sus infelices consecuencias, es que nosotros insistimos mucho en lo importante que resultaría que los enamorados fueran capaces de diferenciar claramente los meros romances, por encantadores que puedan ser, del proyecto de vida en común. Es obvio que, para que los primeros resulten una experiencia inolvidable alcanza y sobra con la inundación de emociones, la sensibilidad erótica hiperestesiada, la pasión amorosa, el encantamiento de la intimidad compartida (recordemos, sin más, Un verano de felicidad o En una pequeña carpa un gran amor).
Arnaldo: Sí, como tú lo dices, es en esas circunstancias, donde el romanticismo es dominante, que resulta más difícil ser realistas y hacer una evaluación crítica y autocrítica de compatibilidades e incompatibilidades. Es aquí que resulta cierto aquello de que “el amor es ciego”. Y es ciego no porque no pueda ver, sino porque no quiere ver. Porque muy probablemente si los enamorados vieran la realidad tal-cual-es, no alcanzaría la euforia del enamoramiento para justificar el compromiso matrimonial o la decisión de iniciar una convivencia compartida.
Elvira: Sí, lo cierto es que el proyecto de vida en común, al contrario de lo que pasa con los meros romances, supone una evaluación crítica de pros y contras, de posibilidades e imposibilidades que, sin excluir los encantos de la emoción y del erotismo compartidos, se fundamente en el conocimiento y justipreciación realistas de una y otro tales como son, sin ceder a la ilusiones que siguen buscando “príncipes azules” y “bellas durmientes”.
Arnaldo: Dicho con las palabras de Saint-Exupery, supone partir hacia el futuro reconociendo que “amarse no es mirarse uno de los ojos del otro, sino mirar ambos en una misma dirección”.
Arnaldo: Me parece interesante relacionar el planteo que venimos haciendo con un enfoque muy similar, aunque con fundamentos teóricos muy distintos de los nuestros. Nos referimos al enfoque del autor americano Cliffort J. Sager, en su libro titulado Contrato matrimonial y terapia de pareja.En una versión muy simplificada pero suficientemente intuible, podríamos sintetizar su tesis principal diciendo que él entiende que, cuando un hombre y una mujer contraen matrimonio o deciden pasar a vivir juntos, suscriben no uno sino dos tipos de contrato: un tipo de contrato explícito, constituido por los supuestos obvios que implican el contrato civil, el sacramento religioso, las participaciones e invitaciones, la fiesta, el pasar a vivir en una misma casa, compartiendo un mismo techo, una misma mesa y una misma cama, el estar dispuestos a tener hijos y a constituir una familia.
Pero, además, suscriben, en términos simbólicos, cada uno otro contrato, un contrato implícito, no expresado ni comunicado, en donde constan sus respectivas expectativas respecto de lo que cada uno espera recibir del otro o de la otra. Dicho gráficamente, estos dos contratos individuales, nunca compartidos, los lleva cada uno en “la manga”, y será la convivencia cotidiana la que los vaya explicitando, sobre todo en términos de expectativas frustradas.
Elvira: Sí, pienso que esta versión que tú das del pensamiento de Sager les debe de resultar muy familiar a casi todos los maridos y a casi todas las esposas. Es evidente que, a medida que pasan los meses y los años de convivencia, lo más frecuente es que la columna de las frustraciones recíprocas vaya aumentando con su reiteración repetida, mientras que la columna de las gratificaciones disminuya y se vea desplazada por la de los reproches, las decepciones y los resentimientos.
Por eso, cuando algunas de estas parejas aterrizan, después de muchas dudas, en nuestro consultorio, en busca de una solución para sus crecientes dificultades, nos encontramos con dos seres amargados y defraudados que sienten que han resultado engañados y trampeados en lo que consideran sus naturales y correctas expectativas.
Arnaldo: Lo peor de todo este proceso es que cuando, entonces, les proponemos una revisión crítica y autocrítica de esas expectativas y una posible “re-programación” de las mismas, descubrimos que resulta imposible re-programar porque, en los hechos, nunca se ha programado.
Elvira: La pregunta que se impone es la de cómo pudo no programarse la convivencia cuando se está abocado a la decisión indudablemente trascendente de comprometerse en un vínculo existencial de largo plazo. A propósito de esta incongruencia y de sus infelices consecuencias, es que nosotros insistimos mucho en lo importante que resultaría que los enamorados fueran capaces de diferenciar claramente los meros romances, por encantadores que puedan ser, del proyecto de vida en común. Es obvio que, para que los primeros resulten una experiencia inolvidable alcanza y sobra con la inundación de emociones, la sensibilidad erótica hiperestesiada, la pasión amorosa, el encantamiento de la intimidad compartida (recordemos, sin más, Un verano de felicidad o En una pequeña carpa un gran amor).
Arnaldo: Sí, como tú lo dices, es en esas circunstancias, donde el romanticismo es dominante, que resulta más difícil ser realistas y hacer una evaluación crítica y autocrítica de compatibilidades e incompatibilidades. Es aquí que resulta cierto aquello de que “el amor es ciego”. Y es ciego no porque no pueda ver, sino porque no quiere ver. Porque muy probablemente si los enamorados vieran la realidad tal-cual-es, no alcanzaría la euforia del enamoramiento para justificar el compromiso matrimonial o la decisión de iniciar una convivencia compartida.
Elvira: Sí, lo cierto es que el proyecto de vida en común, al contrario de lo que pasa con los meros romances, supone una evaluación crítica de pros y contras, de posibilidades e imposibilidades que, sin excluir los encantos de la emoción y del erotismo compartidos, se fundamente en el conocimiento y justipreciación realistas de una y otro tales como son, sin ceder a la ilusiones que siguen buscando “príncipes azules” y “bellas durmientes”.
Arnaldo: Dicho con las palabras de Saint-Exupery, supone partir hacia el futuro reconociendo que “amarse no es mirarse uno de los ojos del otro, sino mirar ambos en una misma dirección”.
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