La verdadera medida del amor es el hacer lo mejor para la persona que amas. Claro, esto no es fácil. Por eso el amor verdadero es escaso, y eso lo hace más hermoso y valioso. Lo opuesto de amar es usar. Por ejemplo, los chicos frecuentemente usan a las chicas para satisfacción física y las chicas usan a los chicos para satisfacción social o emocional. Pero, nunca están satisfechos. He hablado con miles de alumnas de colegio y universidad y nunca he encontrado a una chica que quiera tener una serie de relaciones físicas. Pero sí he encontrado a un incontable número de mujeres que están tratando de encontrar el amor haciendo eso.
Tal vez están confundiendo la atracción física con el amor, o están buscando confirmar su propio valor, cosa que sus padres nunca les demostraron. De cualquier manera, estas chicas no encontraron lo que buscaban. De la misma manera, me he encontrado con “seductores” que dicen que desean saber cómo amar a una mujer en vez de dañarla. No era su intención dañar a las chicas, pero nadie les mostró cómo tratar a las mujeres con reverencia.
Enamoramiento: Fase aguda, la pasión, el recordar y pensar permanentemente en el otro, la taquicardia, la respiración entrecortada, el temblor que acompañan al deseo por el ser amado. Es un estrés y no puede ser eterno.
Amor: Es el sentimiento sosegado, que nos da seguridad, estabilidad, tranquilidad y nos hace agradable la convivencia con muestra pareja.
El amor se desenvuelve en torno a la creencia, el encuentro y la palabra. El amor, entre otras cosas, es una creencia, una creencia en la que se está, al modo en que Ortega contrapone las creencias a las ideas, que se tienen sin llegar a estar en ellas. En este sentido, el erotómano tiene creencias, no ideas: posee certezas. Sabe que es amado sin lugar alguno para la duda. El neurótico, en cambio, se instala en el territorio de las ideas cuando se enamora. El trabajo de enamoramiento no es otra cosa que un esfuerzo de suposición: se espera amar y ser amado. Es una mera hipótesis y, como tal, todo lo que gana en claridad lo pierde en firmeza: se duda, luego hay más de una opción posible.
Está presente la idea del enamoramiento pero el sujeto nunca llega a estar dentro ella, hecho que solo se vuelve posible cuando la idea amorosa ya es creencia delirante. La única experiencia neurótica en la que la pasión puede llegar a sostener al sujeto al modo de una creencia, la única excepción que no desemboca en el delirio, es el Amor verdadero. Del Amor no se duda porque no es necesario enfrentarlo con el otro: no hay una segunda opinión. El sujeto se conduce con su Amor como con el resto de sus creencias: teniéndolo automáticamente en cuenta en todo su comportamiento, aunque no necesite pensar en ello para hacerlo. Por este motivo, el Amor se comporta como una creencia limítrofe entre la certeza psicótica de la erotomanía y la duda neurótica del enamorado. Pero, además de una creencia, es un encuentro.
El Amor es un acontecimiento, no en el sentido que va de la mano del azar o la casualidad, sino en el de alejarse de lo mecánico y lo repetitivo, factores que lo ahogan y lo vuelven imposible. No existe amor si no existe sorpresa, aunque sea luego el sujeto el único responsable de dar respuesta a esa colisión. Popularmente se dice que «el amor oculta sorpresas», lo que nos sirve para demostrar los lugares comunes que el Amor mantiene con las psicosis. El erotómano vive un amor clínico como intento de superar el hecho de que el psicótico sea, por definición, alguien incapaz de sorprenderse. El delirio de amor le permite salir temporalmente de ese estado expectante y estático que psicopatológicamente correspondería a la pasividad del auto matismo y comenzar a responder a la sorpresa de vivir.
La interpretación delirante surge como un conato de salida falsa de lo repetitivo. Pero es una evasión que puede caer en una trampa inevitable: la ansiada «estabilización» que busca encarecidamente el psiquiatra y que puede, paradójicamente, acabar con el esbozo de sorpresa iniciado para relegarle de nuevo a la soledad y el vacío. Incierta consecuencia terapéutica que justifica la oportunidad de que alguno de estos locos nos pueda responder invirtiendo los términos para afirmar, al modo de Artaud, que no hay psiquiatra que no se conduzca, por sus certezas curativas, como un manifiesto erotómano.
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