El
modo de hacernos preguntas sobre aquello que generamos en nuestra vida lo cambia
sustancialmente todo.
Si nos preguntamos “¿POR QUÉ?”, esta pregunta nos conduce
irremediablemente al egocentrismo y, por ende, al victimismo. Además la pregunta ¿por qué? no remite inevitablemente al pasado con el peligro de quedar atrapados del mismo buscando explicaciones a un presente que solo requiere una mirada prospectiva. Nos deja a merced
de “fuerzas superiores” frente a las que poco o nada podemos hacer, a
interpretar todo como “problemas” y a sentirnos impotentes.
Sin embargo, si nos
preguntamos “¿PARA QUÉ?”, el destino inexorable de esta pregunta es la
responsabilidad, la comprensión y entonces los problemas se convierten en
oportunidades, en retos. Es una pregunta que abre. Desde ahí que podemos tomar las riendas de nuestra vida, ser los verdaderos protagonistas, descubrir el sentido oculto de cada evento y el re-aprendizaje que se nos regala detrás de cada experiencia, sea ésta la que sea.
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