Desde ahí, desde el refugio, aturdidos y como efecto de esa loca creencia tomada muy en serio, comenzamos a escuchar: “lo podremos criar, se logrará, será el momento propicio para tenerlo y si debo renunciar a lo que me gusta por esta llegada, como lo voy a mantener ???...será igual a mi, será de mi mismo equipo de fútbol, será mi sostén, será bello, será líder, será bueno para las matemáticas, será constante como su abuelo, será persistente, será inteligente, será, será, será...”
Y todo esto, a quien anda en busca de la supuesta identidad perdida, en busca de la respuesta a quien soy ?... viene como anillo al dedo.
Así llegamos, intentando complacer esas voces a cambio de una identidad.
Crecemos siendo “constantes, persistentes, buenos hijos, puntales, respetuosos, serviciales, buenos para biología y pésimos en matemáticas”... eso nos dijeron, eso nos creímos, eso aprendimos a canjear a cambio de “amor”.
No somos las víctimas. Ni mucho menos.
Somos la consecuencia de lo que elegimos creer.
Creímos por la necesidad de pertenecer. Eso pareció darnos vida. Cobijo. Refugio.
Sentimiento de pertenencia al clan. Ni bueno ni malo.
No hay clanes mejores ni peores.
Son los maestros perfectos, las almas con las que hicimos un pacto, un acuerdo: venir a recordar al Amor que nos creó.
Perdonarnos juntos por lo que nunca pasó. Ahí la clave.
Padres, madres, víctimas de víctimas de un profundo olvido general y colectivo.
Maestros que percibidos correctamente, nos curten, nos templan, nos dan la oportunidad de recordar juntos y retomar así juntos, el camino de regreso a casa.
Les culpamos ignorante, infantil e irresponsablemente por mucho de lo vivido. Por decisiones que han sido sólo nuestras, desde el habernos zambullido en un vientre, desde haber elegido un hogar.
Un hogar que insisto, percibido desde los ojos del perdón, desde los ojos del amor y el milagro, desde una percepción misericordiosa, ha sido el perfecto para aprender todo lo aprendido y llegar hasta donde estamos hoy.
De nuestro perdón, perdón que no perdona nada ni a nadie, más que la locura con la que interpreté todo, incluidos a estos queridos maestros que dijeron: “si” a la invitación de bajar juntos al terreno de la experiencia llamada “vida”, de esa mirada compasiva, dependerá ni más ni menos que la calidad de los próximos pasos en este viaje sin distancia y la altura de nuestro vuelo.
De nuestra mirada depende estancarnos en el resentimiento y el reproche o bien, liberarnos juntos para siempre.
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