Si tienes que forzarlo, no es tu talla. Esta afirmación es válida para cualquier elemento que de alguna manera tenga que encajar con nosotros, ya sean prendas de ropa o relaciones, amistades, etc.
Muchos se identificarán con esa situación en la que vemos una prenda que nos encanta, preguntamos y nos dicen que nuestra talla se ha agotado. Entonces pedimos una talla más grande o más pequeña, para ver si hay suerte. Muchas veces nos empeñamos en que algo nos encaje y no nos damos cuenta de que en realidad nos está haciendo daño.
La inercia, los mensajes dañinos que nos envía la sociedad, las expectativas, las oportunidades… Todo esto, traducido en una relación disfuncional, solo puede tener un resultado: el dolor.
Lo que origina esto es la falta de amor. Pero no de cualquier tipo de amor, sino de amor propio específicamente. Es un verdadero triunfo atreverse a dejar a un lado nuestras esperanzas y abrir los ojos para darnos cuenta de que los buenos sentimientos no se acompañan nunca de sometimiento.
Si no es tu talla, no lo fuerces, el amor no se mendiga
El amor no se mendiga ni se ruega. Si no nos quieren, empeñarnos en que lo hagan es un suicidio emocional asegurado. No podemos esperar que ocurra un milagro y el amor surja. Mucho menos podemos mantener esas expectativas a costa de nuestra salud emocional y de nuestra libertad.
De esto tiene mucha culpa la educación que recibimos. Así, por ejemplo, estamos cansados de que una y otra vez aparezcan en nuestros televisores películas que fomentan la dependencia y que atribuyen a cualquier relación la capacidad de superar cualquier tipo de obstáculo.
Esto no es así, una relación que aprieta y duele está impidiéndonos crecer y oprimiendo nuestra capacidad de respirar libremente. Es casi tan simple como que si nos estamos ahogando, debemos salir del agua. Ahora, salir de una relación tortuosa habitualmente no es fácil y, sobre todo, da mucho miedo…
Cicatrizar las heridas que se han generado al forzar la relación
Hay una realidad muy bonita en relación a las perlas que nos ayuda a ilustrar cómo podemos sanar las heridas que han surgido de una relación de amor o de amistad forzada. Vamos a verlo…
En este sentido, lo primero que debemos saber es que una ostra que no fue herida de alguna manera, no produce perlas, pues la perla es una herida cicatrizada. Las perlas son productos del dolor, resultados de la entrada de una substancia extraña o indeseable en el interior de la ostra, como un parásito o un grano de arena.
En la parte interna de la ostra es encontrada una sustancia lustrosa llamada nácar. Cuando un grano de arena penetra en ella, las células del nácar comienzan a trabajar y lo cubren con capas y más capas, para proteger el cuerpo indefenso de la ostra. Como resultado, se forma una linda perla.
Sabiendo esto podemos hacer nuestro este proceso en forma de metáfora. Cicatrizar las heridas no es nada fácil, pero es el único camino que nos ayudará a cerrar una dolorosa etapa en nuestra vida.
Cuando se toca fondo
Que el mundo se desmorona, que estamos tocando fondo, que no vamos a poder estabilizar nuestra vida sin la presencia de esa persona o de ese grupo de relaciones que tanto nos importaban… Todas estas sensaciones negativas son normales en situaciones de adversidad emocional.
Sin embargo, esa misma “debilidad” que tanto nos asusta puede ser usada para reforzarnos. Para ilustrar esto vamos a echar mano de la técnica llamada Kintsugi que los japoneses usan para reparar piezas rotas. Esta consiste en recomponer los pedazos de las piezas de cerámica rotas con oro, de tal manera que lo que una vez se rompió, ahora se convierte en la parte más bella y fuerte.
Si echamos mano de la sabiduría oriental para comprender esto, entendemos que aquello que nos ha hecho sufrir también nos proporciona valor. Es más, la belleza de nuestra rotura dependerá de lo que profundicemos en nuestro interior y de cómo trabajemos nuestro dolor.
Atendiendo a esto, es bueno que pongamos empeño en bordar con oro los desgarros de nuestras vestiduras, que aceptemos la necesidad de cerrar círculos, decir adiós y no complicarnos la vida intentando una y otra vez encajar un vestido que no nos sirve.
Intentar rehacer un libro con una historia que ya se mostró sin futuro en otras ocasiones, empeñarnos en una talla que no es la nuestra, es engañarnos a nosotros mismos. Por eso debemos ser conscientes de una herida no se logra sanar si estamos enredando con ella de manera constante.
Puede que nos queden cicatrices, sí, pero siempre podremos lucirlas con orgullo y, sobre todo, con total libertad sin que nada nos apriete.
Raquel Ardana
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