jueves, 11 de julio de 2019

Juzgar a los demás

Lo hacemos sin siquiera darnos cuenta. Vemos a un indigente en la calle y una ráfaga de juicios viene a nuestra mente: Esa persona probablemente sea demasiado perezosa para conseguirse un empleo. Seguro es adicta a las drogas. Ha perdido la cabeza y está sucia. ¡Ni siquiera sabemos la historia de esa persona! No tenemos ni una pizca de información, pero la voz del juicio suena fuertemente en nuestra cabeza y nos conduce a prejuicios apresurados, estereotipos o suposiciones.



¿Cuántas veces la gente ha hecho juicios injustos acerca de ti? Quizá cometiste un simple error y alguien asumió que eras un despistado. O quizá asumen tu posición política con base en tu género, raza o crianza.

Si sabemos que duele cuando nos lo hacen a nosotros, ¿por qué seguimos juzgando a otras personas de la misma manera? ¡Es todo un fenómeno! En lugar de desarrollar una conexión basada en el amor y la comprensión, la naturaleza humana es creer que los demás son diferentes a nosotros. Como resultado, pasamos una gran parte de nuestra vida alejando a las demás personas.

Si queremos entender esto, debemos observar lo que verdaderamente significa el juicio, por qué lo hacemos, y cómo podemos comenzar a juzgar menos y a amar más.


Un juicio es la suma de nuestros pensa-mientos, senti-mientos y observaciones. Nuestro cerebro es obligado a hacer miles de juicios cada día; algunos buenos, algunos malos y algunos neutrales. Cuando estamos conduciendo, tenemos que evaluar si es seguro cambiar de carril antes de hacerlo. Eso es un juicio que hacemos, ¡y uno bastante útil! Si vemos a alguien ayudando a una anciana a cruzar la calle, quizá hagamos un juicio positivo acerca de esta persona.

El problema con juzgar a la gente es que las reducimos a un puñado de características e ignoramos por completo el hecho de que las personas son seres complejos y tridimensionales con muchas facetas. Por ejemplo, quizá juzguemos a alguien por la crianza que tuvieron. Al catalogar mentalmente a alguien como “malcriado”, descartamos la noción de que a veces puede ser una persona altruista y generosa. 

Después de un momento de observación, solemos pensar que hemos descifrado a alguien en su mayoría y no dejamos espacio para aceptar lo contrario. En realidad no tenemos ni idea si la persona que ayuda a la anciana a cruzar la calle es un buen samaritano, ¡o si en ese momento le está robando sigilosamente sin que ella se dé cuenta!

Resistir el impulso de juzgar a alguien no significa que tengamos que estar de acuerdo con todo lo que hagan. Es válido no estar de acuerdo con las opiniones o acciones de alguien. Si tu jefe pierde la paciencia y comienza a vociferar insultos, está bien pensar que está actuando inapropiadamente. La diferencia entre tener una opinión y juzgar a alguien es que, cuando juzgas, descartas sus sentimientos y experiencias; en esencia, borras a la persona. 

Entonces, en lugar de ver a tu jefe como alguien que está teniendo un día muy difícil o ha tenido problemas para manejar su ira, lo ves como un maníaco impulsivo.


La raíz de todo juicio proviene de solo un lugar: el ego. Cuando vemos a alguien actuando de una forma con la que no estamos de acuerdo, pensamos: “¡Jamás actuaría así! Yo estoy por encima de eso. Yo soy más justo, más trabajador, más inteligente…”. Menospreciar a alguien nos hace sentir mejor con nosotros mismos temporalmente. 

El ego es el mago maestro, está constantemente desviando nuestra atención, distrayéndonos de nuestros defectos y el trabajo que necesitamos hacer para mejorar.


Veamos cinco métodos para comenzar a juzgar menos y amar más


Nunca podemos entender a totalidad la experiencia de alguien más. Ni podemos predecir cómo reaccionaríamos nosotros si tuviéramos que estar en su situación. Todos tienen temores, dudas y cargas que no siempre son evidentes. Cuando juzgamos, solamente miramos la parte visible de alguien. Sus acciones, comportamiento o personalidad podrían tener más sentido para nosotros si supiéramos lo que hay en el fondo.


El escritor Andrew Solomon dijo: “Es casi imposible odiar a alguien cuya historia conoces”. Cuando enfrentamos una circunstancia que no entendemos o nos incomoda, hay una oportunidad para aprender y crecer. Escuchar la historia de alguien e intentar entenderlos puede expandir nuestro punto de vista.


Cuando juzgamos a alguien, estamos enfocados en lo que consideramos que son sus características limitantes. En lugar de criticarla, intenta ver sus atributos expensivos; ¿qué está haciendo bien? ¿Cuáles son sus mejores cualidades?


Cuando alguien te hace alterar, hay una razón para ello. En lugar de condenar a la persona, obsérvate y pregúntate: “¿Por qué esto me molesta tanto?”. A menudo las cosas que no nos agradan sobre otras personas son un reflejo de nuestros propios problemas o nuestras inseguridades.


Podemos ofrecer opiniones, predicar con el ejemplo e inspirar a la gente, pero depende de cada persona mejorar su vida. Permite que los demás tengan espacio para ser quienes son. Las cosas que quizá no te agradan de alguien quizá sean precisamente las cosas en las que ya está trabajando.


Rav Berg, fundador del Centro de Kabbalah tal como lo conocemos hoy día, solía decir: “La razón por la que hay tanto caos en este mundo es que una persona no soporta a otra. ¡Y esto es muy simple! La intolerancia y la falta de dignidad humana es la causa de todo sufri-miento. Es hora de que asumamos la responsabilidad de, al menos, eliminar el caos que está en nuestro interior”.

Si se nos diera la oportunidad de elegir entre un mundo en el que las personas son juzgadas, criticadas y denunciadas, y un mundo en el que las personas son amadas y aceptadas, la mayoría de nosotros elegiría el segundo sin lugar a dudas. Es difícil recordar que crear un mundo amoroso y tolerante comienza con nosotros, tanto en nuestros pensamientos como en nuestras acciones. Cuanto más juzgamos a los demás, menos espacio tenemos para el amor.

Elijamos juntos reemplazar el juicio con comprensión, compasión  y amor.

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