El parásito no da nada.
Sólo da su molestia.
La inteligencia infinita lo puso allí para eso.
Y debe cumplir su labor con excelencia.
El parásito sólo quiere recibir.
Es digno de lástima.
Porque no puede entender la ley del amor infinito.
Empleará su inteligencia para hallar la forma de seguir recibiendo sin dar nada a cambio.
Su aporte es negativo.
Muchos parásitos en el intestino debilitan cualquier organismo.
Por muy buena que sea su genética.
Si tiene suficientes parásitos su energía será abatida.
Muchos parásitos debilitan a una nación.
Pero es más responsable el que les da de comer.
Porque quien alimenta a los parásitos los anima a multiplicarse.
Y así su número aumenta.
Y aman a las manos que les da de comer.
El parásito no es feliz porque teme quedarse sin alimento.
Entonces pide más y más para "garantizar" su sustento.
Y el gobernante que los nutre debe extraer de las pocas reservas que le van quedando hasta que estas reservas huyen despavoridas buscando mejores condiciones para vivir.
Nuestro cerebro es nuestro gobernante.
Si toma alimentos ricos en hidratos de carbono refinados, alimentará gusanos, larvas y virus que tendrán un verano eterno.
El sabio no alimenta parásitos.
Sólo a los elementos celulares más valiosos y de mayor calidad.
Y se dedicará a nutrirlos con los mejores alimentos del mundo.
Elaborados según los principios del Orden del Universo.
La cocina suprema.
Que crea la grandeza y la aumenta hasta el extremo.
-Martín Macedo-
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