Muy pocas veces hacemos las cosas realmente conectados con la actividad en cuestión; por el contrario, casi siempre estamos lanzados mentalmente hacia lo que vendrá después o seguimos pegados a lo que ocurrió antes.
Manejamos nuestro auto para llegar a casa. Nos bañamos para estar limpios. Descansamos para volver al trabajo. Trabajamos para ganar dinero. Mientras tanto, pensando en que llegaremos a casa, en que estaremos limpios o en el dinero que ganaremos, nos perdemos el sencillo placer cotidiano de conducir un auto sólo por conducirlo, disfrutando de una buena música, del sol,de un paisaje o del sencillo placer cenestésico de rodar.
Nos perdemos la delicia de bañarnos sólo por bañarnos, disfrutando del contacto con el agua, de la suavidad de la espuma, de los aromas de las esencias y del ambiente onírico de los lugares llenos de vapor (cuán mágico puede resultar el baño de todos los días, lo demuestra el hecho de que en algunos monasterios antiguos, sus miembros eran obligados a bañarse vestidos, a fin de que no “cayeran en las garras de la corporalidad”).
Del mismo modo nos perdemos la oportunidad de descansar y luego de trabajar en pleno contacto con los materiales de nuestro trabajo, con nuestra creatividad o con nuestros compañeros o clientes. Para la mayoría de las personas, todo lo que ocurre en sus trabajos es un obstáculo que hay que superar para alcanzar la ansiada meta de terminar e irse.
Pero ocurre que al irse la meta pasa a ser el llegar a casa. Al llegar a casa la meta pasa a ser terminar de hacer la comida. Al terminarla la meta es comerla. Al comerla la meta es lavar los platos. Mientras se lava los platos la meta es terminar pronto para irse a descansar... pero lo más frecuente es que al intentar relajarse surge la consciencia de que al otro día hay que volver al trabajo, y entonces ya estamos de nuevo allí.
Y algo similar ocurre con el pasado. Este fatídico círculo vicioso de la mente proyectada permanentemente hacia otro tiempo y lugar, es el que se resuelve con la meditación. La meditación consiste en la habilidad natural y sencilla de estar presentes en nuestros pequeños actos cotidianos, resolviendo la angustiante aceleración de nuestra mente y el enorme desgaste psico-físico que esto produce.
La mente quieta y despierta es la mente que ha resuelto el permanente fastidio que produce el vivir comparando el lugar en el que estoy con el lugar donde podría estar; lo que hago con lo podría estar haciendo; lo que tengo con lo que me gustaría tener y lo que siento con lo que debería sentir.
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