sábado, 10 de noviembre de 2018

Toma de conciencia

Tuve vergüenza de mí mismo. Me vi buscando, por falta de un padre cariñoso, gurús, dioses, más allás, toda clase de aspirinas metafísicas. Mi maestro Zen, Ejo Takata, aconsejaba arrancar de cuajo las admiraciones infantiles y las grandes esperanzas, hijas del miedo a la muerte. Mientras buscara la luz fuera de mí mismo, el mundo nunca estaría en paz. Observé mi cuerpo, invadido por temblores nerviosos, la voracidad de conocer, el deseo de arrancar el secreto a la manada de Maestros, en lugar de realizarme recuperando la autoestima que mi padre, como un competitivo niño, había destruido a base de sarcasmos. Ejo Takata afirmaba que todo lo obtenido tenía que ser dado: «Nada para mí que no sea para los otros». Encontrarse a sí mismo es darse en cuerpo y alma al mundo ... Es decir, ser parte del mundo, dejar que las cosas fluyan naturalmente, sin vanos esfuerzos, con entrega confiada al presente. Al aceptar como Maestro a Ejo Takata, del «yo» había pasado al «tú». Sin embargo viendo a los demás como «ellos», había descartado el «nosotros». Poniéndome la etiqueta de «artista» convertí a Ejo en una madriguera ideal donde me refugiaba del mundo por considerarlo ajeno. Sin embargo, aunque ajeno, era el territorio donde yo iba a robar aplausos, amores, premios, publicidad. Ni más ni menos que un parásito.. Tomando sin cesar para dar sólo en cambio mis autógrafos, retratos literarios de mi ombligo, y fotografías con máscara de divo, señuelos para atrapar el almíbar de la admiración social... Mientras tanto la miseria, las guerras, las enfermedades, el abuso infantil, las industrias asesinas, la información venenosa, la política corrupta, los banqueros inhumanos... y yo en mi mente-isla, creando un arte bufón, barniz brillante para ocultar la opacidad de otros ladrones como yo. Ladrones apoderándose de la tierra y del aire, haciendo del tiempo un caparazón personal, dividiendo el espacio en pequeños cubículos, apenas más grandes que una caseta de perro, donde los ciudadanos, con las paredes encima de los ojos, reciben una obligatoria miopía. Nada es mío, todo es prestado y aquello que no quiero soltar es robado... Llevo una mochila llena de semillas, así es mi mente. Si soy artista, debo sembrar, y si soy Maestro debo enseñar a los otros a sembrar, a hacer crecer, a cosechar. Si extirpo mi yo individual del mundo, el mundo se pone en paz. Las cosas dejan de ser como pienso que son, y vuelven a ser lo que en verdad eran.

Alejandro Jodorowsky

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