Ser apasionado es algo natural.
Los niños lo son….ellos se fascinan cuando ven algo que llama su atención como un pez o un ave.
Cuando juegan se apasionan.
Se sumergen con alma y vida en su juego, en su mundo.
Y gozan inmensamente del proceso.
Por eso Jesús decía….”dejad que los niños vengan a mi porque de ellos es el Reino de los Cielos”……
Esa intensidad llamada pasión, esa maravillosa fuerza que parece que se incrementa sin agotarse como un manantial infinito, es una clara señal de una excelente salud.
Pero mucha gente no siente pasión.
No tiene pasión por su trabajo, ni por su pareja, ni por el deporte ni por los viajes.
Esa apatía es muy triste.
Algunos lo llaman fatiga crónica.
Es un yin extremo.
Es lo opuesto a la felicidad.
Las personas sin pasión podrán poner mucha voluntad para hacer las cosas.
Pero no consiguen entusiasmarse, no consiguen extasiarse con las cosas que hacen y experimentan.
Porque están enfermas.
Su enfermedad se llama falta de pasión.
No consiguen enfocarse.
No logran encontrar su poder infinito.
Entonces luchan duramente pero las cosas se consiguen con grandes esfuerzos y los resultados son magros.
La pasión es Yang.
Está en la sangre.
La pasión se come, porque sólo aparece cuando el contenido de sales minerales crea una sangre altamente cargada de magnetismo terrestre y celeste.
Así como un pararrayos atrae al relámpago sin esfuerzo.
Una sangre de alta calidad atrae grandes cantidades de energía vital.
Así el poder infinito pasa a habitar el cuerpo finito.
Para quedarse allí definitivamente.
Porque la calidad de la vida es la calidad de la sangre.
Y la pasión aparece espontáneamente y sin esfuerzo.
Porque lo grande busca lo grande.
Para hacerse cada vez más grande.
-Martín Macedo-
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