Estoy acostumbrado a contemplar el cielo, por eso ningún viaje es largo para mi, por eso sé que vengo de muy lejos y que tengo millones de años, por eso nada me asusta y lo fantástico me excita.
Son palabras bellísimas de Facundo Cabral.
Comparto su sentir; esta reflexión nunca puede surgir desde la mente lógica o del entrenamiento académico.
Estas palabras sólo pueden brotar luego de refinar la conciencia por la práctica asidua de la meditación durante años.
Al igual que Facundo medito diariamente desde hace más de 25 años.
Estas palabras muestran el estado de salud de esa alma avanzada.
No hay prisas, no hay apremios, no hay miedo ni necesidad de competir.
No hay divisiones, ni separaciones ni distancias que nos separen de lo que más amamos.
La contemplación de lo infinito en nosotros, disipa los miedos, la ilusión de la "falta de tiempo" y los sentimientos de carencia y desamparo.
La salud absoluta no se consigue únicamente con una óptima nutrición.
Este tipo de salud debe basarse en una inquebrantable convicción de que somos seres eternos, en constante evolución y aprendizaje y que la muerte no existe porque no es posible morir.
Sólo cambiamos el papel, como los actores de una gran obra de teatro que cambian sus vestidos.
Si siempre hace de villano o siempre hace de héroe, un actor no podrá mostrar su calidad.
Si siempre encarnamos como vegetarianos o siempre como defensores a ultranza de la necesidad de comer carne no podremos ampliar la comprensión desde los infinitos ángulos con que los humanos percibimos la vida y las verdades.
Por eso no debemos luchar ni tratar de convencer.
Dejemos que la vida siga su curso perfecto, pues la inteligencia infinita se ocupa de todo.
Sólo hagamos nuestro papel de una manera magistral.
De lo contrario deberemos volver a rendir examen.
Una y otra vez hasta graduarnos con honores.
Porque el destino de lo pequeño es hacerse grande.
Infinitamente grande hasta desaparecer como una bruma en los rincones más lejanos del universo.
-Martín Macedo-
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