sábado, 7 de marzo de 2020

El Yo esencial

Lo que ha cambiado con el tiempo, no es verdadero; lo que nunca cambia sí lo es.

Si echas la vista atrás, posiblemente puedes encontrar en tu pasado multitud de comporta-mientos distintos por tu parte, multitud de emociones y opiniones distintas entre sí. Infinidad de preocupaciones. Sin embargo, no perduraron.

Después se desvanecieron para dar paso a otra actitud, un punto de vista distinto o, lo que parecía "malo", acabó convirtiéndose en "bueno", o viceversa. 

Podrás darte cuenta de que muchas de esas veces, por no decir la mayoría, en aquel momento tu punto de vista parecía una verdad absoluta y te identificaste con tu postura. 

Seguramente sufriste por ello, o puede que rieras o disfrutaras. No todo ha de ser "negativo", por supuesto. Lo importante aquí es que te identificaste con algo que, más tarde, descubriste que no tenía tanto que ver contigo como pensabas.

Todo lo que cambia con el paso del tiempo o con la alteración de las circunstancias, no es verdadero, no forma parte de tu verdadera esencia. O, dicho de otra manera: no pertenece al ser sino al ego.

Vuelvo a repetir que el ego no es "malo" en sí mismo. De hecho, se requiere en nuestro transitar por la vida terrenal.

El problema viene cuando lo confundimos con nuestro yo real y nos identificamos con él, porque entonces le concedemos un poder que no le pertenece, y lo hacemos a expensas del verdadero poder que reside en nuestro interior. Así que empezamos a ignorar este último y a vivir en unos límites tan exagerados como innecesarios.

La vida, en gran medida, se trata de un juego. Hay algo inmutable y sagrado en ella y en nosotros, pero, en su aspecto más terrenal, no es más que un juego.

Imagínate jugando a un videojuego. Te lo puedes tomar muy en serio, y eres tú quien está jugando. Puedes poner tus capacidades y tus carencias en acción durante esa partida y puedes aprender habilidades que te sirvan en otras áreas de tu vida. Así que está bien que te entregues al máximo.

Sin embargo, es tan solo un videojuego. Esa partida no es tu vida y ese personaje no eres tú. Así que puedes hacer dos cosas: puedes jugar sufriendo y frustrándote cuando las cosas no te salen bien; o puedes, a pesar de dar todo lo mejor de ti, tener claro en todo momento que solo es un juego y convertirlo en un disfrute, sea cual sea el resultado.

Puede incuso, que ya liberado de la tensión innecesaria, hasta juegues mejor. Pues la vida terrena es a la vida espiritual lo que un videojuego es a tu vida cotidiana.

Hay una verdad más absoluta que no cambia. Tú sigues siendo quién eres, aunque en algunas ocasiones tengas éxito y otras no; aunque a veces estés delgado y otras hayas ganado unos kilos; aunque en una época tengas dinero y en otra, no. Tu verdadera esencia no cambia. Lo que cambia es el personaje en este enorme juego que es la vida.

Así que vive la vida, disfruta del juego, aprovecha para desplegar tus talentos y para conocerte a ti mismo, pero ten claro que tus circunstancias externas fluctuarán: a veces subirán y a veces bajarán, porque eso forma parte de la vida.

Sin embargo, puedes sujetarte a algo estable y fiable que siempre estará ahí: Tu presencia.

Seguro que también puedes recordar, aunque sea vagamente, sensaciones muy auténticas;  experiencias que te han conmovido profundamente. Digo que puede que las recuerdes vagamente porque, como se trata de algo completamente abstracto e imposible de describir con palabras, es posible que se hayan difuminado en tu memoria consciente. Sin embargo, siempre dejan un regusto imposible de olvidar del todo.

Son sensaciones de libertad, de poder, de ganas de expansión, de fuerza, de admiración. Todas ellas relacionadas, de uno u otro modo, con el amor. Puede haberlas ocasionado cualquier cosa, pero suelen tener lugar en situaciones extraordinarias: cuando nos salimos de nuestra zona de confort, de nuestra rutina diaria, de las cosas que conocemos y repetimos por inercia.

Puede ser en un viaje, ante una sorpresa inesperada, al conocer a alguien nuevo, al hacer una actividad desconocida para ti, o cuando ocurre algo que trastoca tu vida, ya sea que reste o ya sea que sume. 

Yo no sé si seré muy rara, pero nunca me he sentido tan libre como cuando he vivido la muerte de cerca. A pesar del dolor, hay algo que me libera; algo que me dice: “¡Adelante, puedes hacer lo que quieras! Al fin y al cabo, luego nos morimos. ¿Qué más da?”

En fin, lo que trato de decir es que esas sensaciones tan íntimas en las que te experimentas a ti mismo fuera de tus roles sociales, te acercan a la experiencia de quién verdaderamente eres. 

Permanece atento a esos momentos y, cuando lleguen, rebózate en ellos deliberadamente.  Incluso, provócalos un poco si te atreves. La meditación ayuda; la relajación ayuda; el sexo auténtico y sin tapujos ayuda; la sinceridad ayuda; transitar por tu zona incómoda ayuda y… definitivamente, la soledad ayuda. Caminar solo en la naturaleza, un día en casa incomunicado, la ausencia de móvil, el silencio. 

Una peregrinación, por ejemplo, es potentísima. En fin, hay muchos caminos que pueden acercarte a ti mismo. Pero todos empiezan desde el mismo lugar: la puerta abierta de tu alma. Adelante, ábrela y crúzala. No temas. No tienes nada que perder y sí mucho que ganar.

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