Algunas personas tienen un estado de salud lamentable.
Les gustaría mejorar su situación.
Darían cualquier cosa para mejorar su estado.
Pero no comprenden que su estado es ése, porque han elegido quedarse allí.
En la casa de mi Padre hay muchas moradas, reza el evangelio de Juan (14:2).
Hay infinitos estados donde habitar.
Si no te gusta tu estado puedes mudarte a otro.
He asesorado a personas con un estado de salud deplorable.
Les he propuesto cambiar a otro estado más saludable.
Pero a muchos les aterra.
Porque para irse a otro estado es necesario morir al viejo estado.
Si la semilla no muere no puede convertirse en árbol.
No es suficiente con cambiar el régimen de comidas.
Es necesario morir al viejo yo.
A los viejos miedos.
A las viejas creencias.
Al antiguo concepto de nosotros mismos.
Cuando la gente enferma, simplemente va al médico, se hace unos estudios y empieza a tomar pastillas.
No ha cambiado de estado.
Sigue en el mismo estado.
Con sus mismas ideas, mismos miedos, mismos conceptos.
Sus mismas rutinas, sus mismas gratificaciones, sus mismas miserias.
Y abriga la esperanza de que luego de tomar las medicinas o de la operación su estado mejorará.
Para descubrir que al perder vísceras o tejidos biológicos ha perdido vitalidad y energía.
Que ha perdido salud.
Ha perdido la independencia.
Su calidad de vida está en manos de profesionales, de técnicos.
Para cambiar de estado sólo hay que tomar una decisión.
Es como hacer un viaje a un país lejano.
Una aventura hacia lo desconocido.
Un riesgo que vale la pena correr.
Una aventura llamada salud infinita.
Un llamado universal que tarde o temprano conquistará nuestro corazón.
.Martín Macedo-
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