Todo frente tiene su dorso.
Toda ventaja tiene su desventaja.
Toda ganancia tiene su pérdida.
Toda cara visible tiene su cara oculta.
Si amamos la ventaja y no amamos la desventaja nuestro amor no es maduro.
Si sólo amamos el lado bonito de la ecuación, vamos a terminar lanzando esa moneda por los aires.
Porque tarde o temprano el dorso será tan pesado que no lo querremos llevar con nosotros.
Todos deseamos la salud y cuando estamos con amigos brindamos por la salud.
Y luego nos "salud-amos" al despedirnos.
Sobre todo a partir de los 40 años, comenzamos a desear esa salud que sentimos que se nos está diluyendo.
Ya no somos tan fuertes ni tan rápidos.
Ni tan resistentes a los excesos.
Entonces suspiramos por los buenos tiempos cuando parecíamos indestructibles.
Toda ventaja tiene su desventaja.
Pero la salud de los jóvenes de constitución fuerte parece no tener desventajas.
Son puras ventajas.
Atractivo personal, encanto, entusiasmo, belleza, flexibilidad, habilidades naturales en su máxima forma, energía inagotable.
Pero al llegar a la madurez, comienza el otoño de la vida y todo este "yang" se convierte en "yin".
Aparece la otra cara, la que nadie quiere ver.
Porque todo comienzo tiene fin.
La fuerza y salud juvenil es fácil.
Pero es perecedera y puede terminar trágicamente.
La fuerza y la salud del hombre maduro no es fácil.
Pero es inagotable y puede desarrollarse al infinito.
Porque la salud del joven se basa en la capacidad física.
Y la salud del sabio se fundamenta en su disciplina personal.
Por ello no hay enfermedades incurables.
Hay personas que no desean con suficiente pasión pagar el precio para merecer la gloria de la salud infinita.
La enfermedad es sólo el despertador para la toma de conciencia.
Es la oportunidad de acceder a la más alta sabiduría.
Y una vez adquirida ésta y con una voluntad de hierro podemos crear la salud infinita.
Gracias al poder de la mente y a la fuerza maravillosa de la nutrición de la más alta calidad.
Qué sólo se obtiene en el hogar.
Nunca en restaurantes.
-Martín Macedo-
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