Haciendo inventario de uno mismo, Bhikkhu Bodhi.
"Aunque en principio el camino Buddhista conduce directa e infaliblemente desde las ataduras a la libertad, cuando lo aplicamos a nosotros mismos, a menudo parece tomar una ruta difícil impuesta por los giros y las vueltas de nuestra propia topografía mental. A menos que nuestras cualidades y raíces sanas estén excepcionalmente maduras, no podemos esperar acercarnos a la meta "como el cuervo", volando sin obstáculos a través de rápidos y felices estados de concentración profunda (jhanas) y de elevada sabiduría. En su lugar, debemos estar preparados para recorrer el camino desde la tierra, moviéndonos de manera lenta, constante y cautelosa a través de los serpenteantes caminos de montaña de nuestras propias mentes. Comenzamos en el inevitable punto de partida, con la constelación única de cualidades personales, hábitos y potenciales que traemos a la práctica.
Nuestras impurezas arraigadas y nuestros delirios obstinados, así como nuestras reservas ocultas de bondad, fuerza interior y sabiduría, son al mismo tiempo el material a partir del cual se forja la práctica, el terreno por el que pasar y el vehículo que nos lleva a nuestro destino.
En el camino Buddhista, la confianza es un requisito previo para persistir en este viaje. Sin embargo, a menudo sucede que, aunque podemos estar completamente convencidos de la eficacia liberadora del Dhamma, nos tropezamos perplejos en cuanto a cómo podemos aplicar el Dhamma fructíferamente a nosotros mismos. Un paso importante hacia la obtención de los beneficios de la práctica del Dhamma consiste en hacer una evaluación honesta de nuestro propio carácter.
Si queremos utilizar de manera efectiva los métodos que el Buddha ha enseñado para superar las impurezas de la mente, primero debemos evaluar esas impurezas particulares que prevalecen en nuestra composición individual. No nos bastará sentarnos y consolarnos con la idea de que el camino conduce infaliblemente al final de la codicia, el odio y el engaño. Para que el camino sea eficaz en nuestra propia práctica, tenemos que familiarizarnos con nuestras propias codicias, odios y delirios persistentes a medida que surgen en la vida cotidiana.
Sin esta confrontación honesta con nosotros mismos, todas nuestras otras búsquedas del Dhamma pueden ser en vano y en realidad nos pueden llevar por mal camino. Si bien podemos obtener un amplio conocimiento de las escrituras Buddhistas, aclarar nuestra visión y agudizar nuestras capacidades de reflexión y, además invertir muchas horas en el cojín de meditación, si no reconocemos nuestras propias imperfecciones, estos otros logros, lejos de reducir las impurezas de nuestras mentes pueden llegar a reforzarlas.
Sin embargo, aunque una autoevaluación honesta es uno de los pasos más importantes en la práctica del Dhamma, también es uno de los más difíciles. Lo que lo hace tan difícil es la perspectiva radicalmente nueva que debe adoptarse para emprender una investigación de sí mismo y las barreras densas que deben ser penetradas para llegar a la autocomprensión verdadera. Al intentar evaluarnos a nosotros mismos, ya no estamos observando una entidad externa que podemos tratar como un objeto extraño que debe evaluarse en términos de nuestros propósitos.
En cambio, estamos observando la sede de la observación en sí misma, el lugar desde el cual contemplamos el mundo, y lo estamos haciendo desde una perspectiva critica descubriendo nuestras motivaciones y proyecciones. Entrar en este dominio de la investigación es enfrentarse a nuestro propio sentido de identidad personal y, por lo tanto, penetrar los gruesos filtros de la percepción a través de la cual entendemos el mundo y la emotividad ciega que mantienen ese sentido de identidad intacto.
Normalmente, en sumisión a nuestra necesidad de confirmarnos como individuos únicos, importantes e irremplazables, procedemos a construir imágenes mentales, de hecho, una galería de imágenes, de lo que nos imaginamos que somos.
La autoimagen que emerge de estas imágenes se convierte simultáneamente en un pilar al que nos aferramos para mantener nuestra autoestima y un punto de vista desde el cual nos orientamos hacia otros y lanzamos nuestros proyectos en el mundo. Para atenuar todo esto, la mente emplea una variedad de tácticas a espaldas de nuestra consciencia. Crea una especie de anteojeras que nos impiden la visión total, nos adula con proyecciones fantasiosas, nos impulsa a manipular personas y situaciones de manera que validan las construcciones sobre nuestras virtudes e identidad.
Todos estos proyectos nacidos de la búsqueda de probar nuestro sentido de identidad solo aumentan nuestro sufrimiento. Cuanto más nos encerramos en las imágenes que formamos de nosotros mismos, más nos alejamos de los demás y cerramos nuestro acceso a la verdad liberadora. Por lo tanto, liberarse del sufrimiento requiere que gradualmente descartemos nuestras imaginaciones, construcciones ilusorias, a través de un examen riguroso de nuestras mentes.
El venerable Sariputta, en el Discurso Sobre las Imperfecciones (MN 5), hace hincapié en el papel de la autoevaluación honesta como un requisito previo del crecimiento espiritual. Señala que al igual que un cuenco de bronce sucio, depositado en un lugar polvoriento y completamente descuidado, solo se vuelve más sucio y polvoriento, si no reconocemos los defectos de nuestras mentes no haremos ningún esfuerzo por limpiarlos y seguiremos albergando codicia, odio y engaño. Y al igual que un tazón de bronce sucio que se limpia y pule, y que con el tiempo se vuelve brillante y radiante, así mimo, si reconocemos las imperfecciones de nuestras mentes, despertaremos nuestra energía para purificarlas. La tarea del autoconocimiento requiere de esfuerzo, pero solo conociendo nuestras mentes podremos darles forma, y solo entrenando nuestras mentes podremos liberarnos."
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