miércoles, 6 de mayo de 2020

Los cierres ya no son la medicina correcta

[Les dejo la traducción de la nota original de Ioannidis y Silva, aparecida este domingo último en THE TIMES de Londres.]
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LA CIENCIA SE ESTÁ VOLVIENDO CLARA: LOS CIERRES YA NO SON LA MEDICINA CORRECTA
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John Ioannidis y Rohan Silva (1)

Cuando emergieron en Wuhan, capital de la provincia china de Hubei, las informaciones sobre una epidemia, los políticos tuvieron que tomar decisiones de largo alcance basados en información extremadamente limitada. Estadísticas aterrorizadoras llevaron a muchos líderes mundiales a cerrar sus economías y a poner a poblaciones enteras en cuarentena.
La Organización Mundial de la Salud declaró al comienzo que la tasa de letalidad del Covid-19 era de 3.4%. Modelos preparados en el Imperial College —basados en datos tempranos, poco confiables— sugirieron que más de 500.000 personas podrían morir en el Reino Unido, a menos que se tomasen medidas drásticas.
Desde entonces, los académicos han estado trabajando duro para entender mejor el Covid-19, y ya hemos visto progresos marcados en ese sentido. He aquí algunos de los hallazgos.
Primero, es claro que el Covid-19 es mucho más común de lo que se asumió al principio. La vasta mayoría de la población infectada tiene síntomas leves, o ningún síntoma. Los investigadores han hecho tests de anticuerpos en poblaciones generales, y llegado a la misma conclusión: el número de personas infectadas con Covid-19 es muchas veces mayor al conteo hecho por las estadísticas oficiales.
Hace casi un mes estudios hallaron que las tasas de infección eran ya del 11% en Robbio, al norte de Italia, y de 14% en Gangelt, al oeste de Alemania. Más recientemente, en Nueva York, tests de anticuerpos sugieren que hasta un 25% de la población ya se había infectado para fines de abril, comparado esto con la cifra oficial de 1.7%.
Segundo, la evidencia muestra claramente que el Covid-19 es mucho menos letal que lo que se temió al comienzo. Una vez que se corrige por el gran número de casos de infección no detectados, tiene una tasa de letalidad comparable a la de una gripe estacional severa, al menos en áreas en donde los hospitales no han sido superados en su capacidad.
Vemos también que la letalidad del Covid-19 tiene un gradiente de edad muy agudo, con alrededor de un 90% a 95% de las muertes en Europa registradas en mayores de 65 años. Para los niños y la gente joven, sabemos que el Covid-19 es menos letal que la gripe.
Tercero, entendemos ahora también cuándo y cómo es que Covid-19 puede volverse devastador en una población local determinada. La infección letal de Covid-19 es a menudo una infección “de nosocomio”: la gente se la contagia en el hospital mismo. El virus puede ser también devastador en hogares de ancianos: en varios países europeos, alrededor de la mitad de los decesos reportados han ocurrido en hogares de ancianos.
Esto ayuda a explicar por qué ciertas áreas —Bérgamo en Italia, Queens en New York- tienen un número desproporcionado de fatalidades. Estos son lugares con alto nivel de infección en el personal médico, que pasa el virus a pacientes que ya están enfermos de otras condiciones. Los trabajadores de la salud infectados pueden —sin saberlo— crear infecciones en cadena dentro de los hospitales, con consecuencias trágicas para las personas vulnerables.
De modo semejante, los hogares de ancianos están llenos con personas muy añosas y con discapacidades -y la política gubernamental en el Reino Unido (y en New York) fue, al comienzo, derivar a personas infectadas hacia estos hogares, para reducir la presión sobre las camas de hospital, con consecuencias fatales.
El conocimiento acumulado ahora tiene implicaciones importantes para los políticos. Quizá la más importante sea que nuestros líderes deban continuar adhiriendo a una aproximación científica, y no teman ahora comunicar a la población los últimos hallazgos.
Puesto que el riesgo de morir de Covid-19 es bajo, los políticos pueden asegurar al público que nuestros peores miedos quedaron atrás.
Otra consecuencia es que un cierre total no es ya una respuesta proporcionada, en especial debido a que tiene un impacto profundamente negativo: desempleo masivo, y crecimiento de la violencia doméstica, problemas mentales y abuso infantil, así como muertes causadas por las demoras o cancelaciones de otros tratamientos médicos.
Si los políticos están basando sus decisiones en los últimos descubrimientos, terminar los cierres totales no debe significar tampoco comenzar una era de vigilancia masiva—sea a través de tests, rastreo de contactos o tests de anticuerpos poco confiables con el fin de emitir “certificados de inmunidad”.
El rastreo de contactos tiene sentido cuando hay un número pequeño de casos. Pero es probable que varios millones de personas se hayan infectado en el Reino Unido, lo cual hace que realizar tests en la escala requerida se haya vuelto impracticable.
Tampoco las medidas de terminación del cierre total deben verse como un intento de buscar inmunidad de rebaño —una estrategia no recomendable para una infección que puede infectar tan fácilmente los hospitales y los hogares de ancianos.
Una aproximación mejor es emplear los tests de un modo preciso para guiar la reapertura. El personal de hospitales y hogares de ancianos se debe testar regularmente para proteger a los más vulnerables —junto a un control de infección muy estricto, y aun más estrictas medidas de higiene en ambos tipos de institución.
El público debe ser urgido a permanecer lejos de los hospitales si tienen síntomas de Covid-19 —salvo que estén extremadamente enfermos— y las personas frágiles pueden tener que quedarse en cuarentena en sus casas por más tiempo. Un aflojamiento posterior de los cierres puede planificarse evaluando cuidadosamente cómo se desarrolla la epidemia, y la capacidad de camas disponibles en los hospitales.
Desde el comienzo de esta crisis global, nuestros dirigentes han tomado medidas basadas en los mejores datos disponibles. Al comienzo, esa información era escasa y alarmante, y es comprensible que se hayan tomado medidas extremas. Es verdad, el Covid-19 es un virus nuevo, y hay todavía mucho que aprender sobre él. Pero la última evidencia y datos apuntan, todos, en una dirección favorable.
Para decirlo de otro modo: las nuevas noticias son buenas noticias. Dado todo lo que sabemos sobre este virus, los políticos pueden ya pasar a la siguiente fase y comenzar a terminar con los cierres masivos.
(1) John Ioannidis es profesor de medicina, epidemiología y estadística en Stanford University.
Rohan Silva fue consejero político senior del Primer Ministro inglés, y es senior visiting fellow de la London School of Economics.

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