viernes, 22 de mayo de 2020

No confíes en tus buenas intenciones

"NO CONFÍES EN TUS BUENAS INTENCIONES", Kenneth Wapnick.

Esta tarde vamos a hablar acerca de la línea del Texto donde Jesús dice: “No confíes en tus buenas intenciones, pues tener buenas intenciones no es suficiente” (T-18.IV.2:1-2). 

Estamos más que familiarizados con las personas bienintencionadas, a las que a veces nos referimos como las “los hacedores del bien" del mundo. Esta es la gente que intenta aliviar el sufrimiento de las personas, aminorar las adversas condiciones ambientales, siempre intentando ser amables y serviciales con las personas que tienen angustia, etc. Si bien, el Curso ciertamente no está en contra de nuestro deseo de ser serviciales —obviamente eso sería una locura—, lo que Jesús nos está advirtiendo con ser serviciales es sobre nuestras relaciones especiales. 

No es suficiente tener buenas intenciones si al mismo tiempo nuestro ego está cavando y surgiendo dentro de las buenas intenciones para convertirlas en sus propios propósitos de especialismo. En otras palabras, me siento terrible conmigo mismo, pero me sentiré bien si puedo ayudar a la gente. Siento que mi vida es un total desperdicio, pero sería significativa si repentinamente pudiera hacer algo para acabar con el hambre en el mundo o si pudiera unirme a una causa importante. Y aunque, una vez más, Jesús de ninguna manera está diciéndonos que debamos o no hacer algo en cuanto al comportamiento, él está, como siempre, apuntando hacia nuestras mentes y diciendo: ahí es donde está el problema, y ahí es donde está la solución.

Un muy claro ejemplo de cómo sutilmente se vuelve un vicio lo de ser “hacedores del bien” o personas bienintencionadas —no estoy diciendo que todas las personas sean así, pero muy a menudo se ven atraídas a ello—, es que si necesito que la gente esté en problemas para yo poder ayudarles, entonces me sentiré bien conmigo mismo; es imperativo que la gente sufra, es imperativo que la gente tenga problemas para que sólo yo pueda salvarles. En otras palabras, sentirme bien conmigo mismo depende directamente de que alguna otra persona se sienta mal. Así es como sabes que “algo está podrido en el estado de Dinamarca”, para citar a Hamlet. Algo está realmente mal si mi sentido de bienestar depende de que otra persona tenga problemas, angustia o sufrimiento. Una vez más, según el ego, para que yo sea “un verdadero hacedor del bien” y pueda ayudar a las personas, tiene que haber personas que quieran ser ayudadas. 

Lo que estoy intentando explicar con esto, parafraseando el anexo “El Canto de la Oración”, es que lo que estoy haciendo con mis "buenas intenciones" es realmente practicar la “ayuda-para-destruir”, ya que, tal como en este anexo, en el capítulo 2 y 3, en “El perdón y la sanación”, Jesús señala que cuando nosotros estamos “perdonando” y “sanando” desde el ego, lo que realmente estamos enseñando es separación en lugar de unidad; diferencia en lugar de la inherente igualdad del Hijo de Dios. Cuando yo te perdono por tus “pecados”, estoy diciendo que tú eres el pecador y yo estoy “perdonándote”, entonces somos diferentes. 

Lo mismo ocurre cuando digo que tengo cierto poder o cierta habilidad para sanarte: estoy diciendo que tú eres el enfermo y yo soy el sano; somos diferentes. Todo el punto de este anexo —y, de hecho, de todo el Curso—, es enseñarnos que somos iguales. Todos sufrimos; todos tenemos necesidad de sanación; todos estamos enfermos y todos tenemos en nuestro interior el poder de sanar a través de nuestra elección a favor de la mente correcta. Todos somos iguales. Las formas pueden diferir, pero todos somos lo mismo. 

Entonces si tiene que haber gente que esté con dolor o sufrimiento, o que tengan que haber condiciones en el mundo que "requieran" de mi experticia, benevolencia y generosidad, entonces estoy diciendo que la gente es diferente de mí. Así que realmente estoy reforzando las muchas semillas de enfermedad que todos compartimos en lugar de deshacerles, porque estoy predicando diferencia y separación. Estoy predicando que una persona es mejor que otra, o que una persona tiene una habilidad o talento que lo hace distinto de los demás. 

Si bien es cierto que en el nivel de la ilusión; de las formas y cuerpos, todos somos diferentes, en el nivel de la mente es donde está la única realidad. Si uno empleara el concepto de igualdad para el mundo de la ilusión, estaría reforzando la misma ilusión que estamos tratando de deshacer. Y, por lo tanto, si pensamos que es a esto donde Jesús nos está guiando como estudiantes del Curso —ser iguales en la ilusión—, tomaremos el balón y saldremos corriendo en la dirección equivocada. E incluso tal vez logremos hacer una anotación (touchdown), pero será para el equipo equivocado. Entonces lo que necesitamos es ser plenamente conscientes de cuál es nuestra inversión; que nuestra motivación está en ayudar a “otras” personas como "separadas". Nuevamente, nuestras buenas intenciones no son suficientes.

Nuestras buenas intenciones deben estar relacionadas con nuestra decisión en favor de la mente correcta para ver cualquier cosa que estemos haciendo, con quien sea que estemos, como parte de un gran salón de clases en donde todos estudiamos las mismas lecciones, donde todos participamos de la misma enseñanza del mismo Maestro. Y esto quiere decir que nada en el mundo puede afectarnos de ninguna manera, modo o forma. Todo sufrimiento es lo mismo, porque todo sufrimiento proviene del mismo error, que es creer que nos separamos de nuestro Creador o Fuente. 

Y, como todo sufrimiento es lo mismo, toda sanación es la misma: aceptar el principio de Expiación que nos dice que la separación nunca ocurrió, y que, de hecho, nunca nos fuimos de la Casa de nuestro Padre. Entonces la Unidad del Cielo es reflejada en este mundo a través de ver la igualdad universal del hijo de Dios.

Todos compartimos el mismo sistema de pensamiento del ego, todos compartimos el mismo sistema de pensamiento de corrección del Espíritu Santo, y todos compartimos el mismo poder de elegir entre éstos (el tomador de decisiones). Somos iguales. No somos diferentes.

Kenneth Wapnick.

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