No lo vemos al virus, pero sabemos que está. Nos dan indicios los contagiados, los muertos, los hisopados. Algo muy parecido sucede con los relatos simbólicos de la política y los partidos políticos. No están explícitos en ningún lado, pero están implícitos en todos los discursos y todas las acciones. En estos tres meses, el gobierno de Lacalle Pou logró desmontar dos tramas incorporadas al relato del Frente Amplio (FA) y a esa entelequia llamada “sensibilidad de izquierda”. En términos políticos, este logro es más importante y radical que el trabajo diario para controlar al coronavirus.
El primer golpe es a la noción de solidaridad, que el FA quiso adjudicarse como patrimonio exclusivo junto con la preocupación por el más débil. Habría una integridad moral que al practicarla implica, como consecuencia evidente, votar al Frente Amplio. El argumento siempre fue insostenible en términos técnicos (decir que la solidaridad es exclusiva de un partido político es como decir que los goles son exclusivos de un cuadro de fútbol). Sin embargo, como relato estaba instalado hasta que el coronavirus logró desmoronarlo (como está instalado que solo el Barcelona hace goles y nadie registra los que le hacen).
Es innegable que el nuevo gobierno tomó la bandera solidaria para paliar la pandemia. Cuidado, esto no debería implicar que ahora la coalición multicolor es la que tiene el patrimonio de la preocupación por el prójimo. La fuerza simbólica de lo sucedido es que ahora la solidaridad quedó diluida entre las fuerzas políticas y la ciudadanía, que es la mejor manera de entenderla, no como algo que pertenece a una agrupación específica sino como aquello que desarrolla espontáneamente los ciudadanos en el espacio público.
“Lo urgente es la solidaridad”, pintó el PIT-CNT para conmemorar el Día de los Trabajadores. Exactamente lo mismo podría haber pintado Pablo Bartol con un escuadrón del Mides o podría haberlo dicho Lacalle Pou al comenzar una de las tantas conferencias de prensa. Algunos niegan esto porque necesitan creer que el nuevo gobierno encarna el egoísmo neoliberal, explotador, capitalista, despreciador del prójimo, materialista y mezquino. Buscarán validar la creencia en todo momento. Es la fuerza del relato simbólico que no quieren perder. Si aún hay personas en esa posición, a pesar de la inmensa ola solidaria de las últimas seis semanas, imaginen lo que sería si no hubiera coronavirus. Es sensato creer que el gobierno de Lacalle Pou no hubiera podido siquiera darle un empujón a este relato. Ahora lo dejó tumbado.
Otro golpe, aunque más sutil, fue a la ciencia y la investigación como expresión exclusiva de la izquierda y de la Universidad de la República (Udelar). La ANII y el SNI son creaciones de la primera presidencia de Vázquez. Paradójicamente, desde que empezaron a funcionar fueron desmantelando el mismo relato que las hizo nacer. Investigar, innovar, producir ciencia no es patrimonio de una única universidad (aunque la Udelar lidere por historia y masa crítica) ni de una única sensibilidad política. Aun así, a pesar de que las universidades trabajan en conjunto y la mayoría de los investigadores no se preguntan a quién votan, en el imaginario social, la ciencia y la investigación son algo defendido por “la izquierda” y despreciado por “la derecha”.
El Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), formado por 55 científicos y liderado por Rafael Radi, Fernando Paganini y Henry Cohen, introduce una nueva era en la relación entre la ciencia, la investigación y el Estado. Que no haya sido con el FA en el gobierno, podrá ser algo anecdótico en algunas décadas, pero hoy es un golpe duro para una fuerza política que se autoproclamaba principal defensora del saber y la investigación.
La valiosa entrevista de Leo Lagos a Rafael Radi en la diaria del pasado sábado, sobrevuela otra arista de esta compleja relación entre la urgencia y la ciencia. La llegada del coronavirus activó una luna de miel entre la investigación científica y el gobierno. Todos nos favorecemos ahora de este romance. Pero al momento de firmar los papeles para el matrimonio, la situación será otra: la política es siempre urgente y la investigación es siempre lenta. La vida académica lleva tiempo y hay que respetar esa parsimonia. Merece los recursos, aunque no genere aplicaciones ni respuestas inmediatas. Que el gobierno apoye esa necesidad estructural es algo que todavía no sabemos.
En todo caso, regreso al argumento central: Lacalle Pou como presidente de la República desarrolló a partir de la pandemia una relación con la ciencia, la investigación y el sistema académico-universitario, que dio un golpe certero al relato hegemónico del Frente Amplio, que percibía al candidato blanco como alguien que no comprendía cabalmente el valor de la formación superior.
Sobrevuela en el aire, invisible como el virus, un tercer pliegue del relato y es el que refiere a la cultura. La izquierda se ha instalado como la única portavoz de las manifestaciones culturales, sobre todo capitalinas. ¿Por qué se da esta asociación casi inmediata entre cultura —artistas— e izquierda? Es una pregunta relevante. Hay que articular demasiadas pistas: el rol de los intelectuales en el siglo XX; el desprecio por el sistema capitalista y su necesidad productiva y rentable, enfrentada a la libertad del creador que no piensa en el lucro sino en la belleza; la falta de respeto del empresariado por el intelectual que no produce y por el artista que no piensa en el negocio; el desprecio de los círculos artísticos a los cálculos de viabilidad comercial, el desdén consumista de aquello que parece inútil o sin aplicaciones concretas, esa pregunta siempre impertinente de ¿para qué sirve leer El Quijote, contemplar las lunas de Cúneo o emocionarte con Pirandello?
Hay una madeja fascinante ahí y un desafío inconmensurable (no quiero llenar de siglas este paréntesis, pero acá está el MEC, la Dirección de Cultura, el Sodre, las artes escénicas, la industria audiovisual, museos, ferias del libro, festivales, fondos concursables, colectivos artísticos, diálogo Montevideo-interior, redes sociales, intendencias, intelectuales, universidades, teatros, tablados, bibliotecas, patrimonio). Hay señales alentadoras, como la de este martes, donde las máximas autoridades de la cultura se juntaron en la Biblioteca Nacional para recibir la donación de 84 cajas con libros, documentos, papeles y objetos que pertenecieron a Tomás de Mattos. Todo un simbolismo.
Si este gobierno logra quitarle al Frente Amplio la hegemonía del relato simbólico de la cultura, habrá logrado algo muy importante en términos de la salud de la democracia y del impulso creativo. Al igual que vimos con la solidaridad, pensar que algunas virtudes pertenecen a una fuerza política es algo que perjudica al sistema político todo. Hay que liberarlas, no apropiárselas, para que desarrollen todo su potencial.
Facundo Ponce de León
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