lunes, 9 de marzo de 2020

El poder de los decretos

Te propongo que pongas atención  a todo lo que tú decretas en un solo día. 



“Los negocios están malísimos”. 

“Las cosas andan muy malas”. 

“La juventud está perdida”. 

“El tráfico está imposible”.

“El servicio está insoportable”.

“No se consigue servicio”. 

“No dejes eso rodando porque te lo van a robar”.

“Los ladrones están asaltando en todas las esquinas”. 

“Te va a pisar un carro”. 

“Mi mala memoria...”, “mi alergia...”, “mi dolor de cabeza...”, “mi reumatismo...”, “mi mala digestión...”,

“Tenía que ser, cuando no”. 


No te sorprendas ni te quejes si al expresarlo lo ves ocurrir. Lo has decretado. Has dado una orden que tiene que ser cumplida. Ahora recuerda y no olvides jamás, cada palabra que pronuncias es un decreto. Tanto si suma o si resta. 

SE TE DEVUELVE. Si es bondadoso y  comprensivo hacia el prójimo, recibirás bondad y comprensión de los demás hacia ti. Y cuando generes algo molesto y desagradable, no digas “¡Pero si yo no estaba pensando ni temiendo generar esto!”. Ten la sinceridad y la humildad de tratar de recordar en cuáles términos te expresaste de algún prójimo. En qué momento salió de tu corazón un concepto viejísimo, arraigado allí, que tal vez no es sino una costumbre social como la generalidad de esas citadas más arriba y que tú realmente no tienes deseos de seguir usando.

Cuando estés en reunión de otras personas, te darás perfecta cuenta de la clase de conceptos que poseen y los constatarás en todo lo que generan. Siempre que escuches conversaciones tóxicas no afirmes nada de lo que expresen. Piensa “no lo acepto ni para mi ni para ellas”. No tienes que decírselo a ellas. Es mejor no divulgar la verdad que estás aprendiendo, no porque haya que ocultarlo sino porque hay una máxima ocultista que dice: “Cuando el discípulo está preparado aparece el maestro”.

Por ley de atracción, todo el que está preparado para subir de grado es automáticamente acercado al que lo pueda adelantar, de manera que no trates de hacer labor de catequista. No obligues a nadie a recibir lecciones sobre la Verdad porque te puedes encontrar que aquellos que tú creías más dispuestos, son los que menos simpatizan con ella.

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