La palabra ‘paciente’ tiene su origen del latín “patiens“, o “patientis“, el participio presente del verbo “pati” que significa sufrir, aguantar, padecer, sobrellevar. “Patientia” es cualidad de ser paciente; por tanto, esta actitud nos puede indicar que para esperar hay que padecer, y se hace con la esperanza de que el beneficio por el que esperamos lo recibiremos.
Es la capacidad de sobrellevar las situaciones difíciles o conflictos que se presentan de diversa índole, con tranquilidad, es decir, que por más desfavorable que resulte una realidad no se pierda la calma. Constituye un atributo que exige poner en acción muchos de nuestros recursos emocionales.
Vivimos en un mundo donde la tecnología nos ofrece resultados inmediatos, donde con solo apretar un botón resolvemos problemas, sin necesidad de perder tiempo; donde podemos tener bajo control toda la información que nos interesa. Por ejemplo, el tiempo que va hacer dentro de tres días, acceder a información sobre la enfermedad que tengo que no termina de curarse, sacar billetes de tren con tiempo de antelación… etc.
Estamos en una sociedad donde satisfacer de forma inmediata un deseo se ha convertido en una necesidad inevitable, lo que provoca que nos volvamos impacientes. Esto supone que toda acción que desarrollemos la queremos terminar rápidamente; de lo contrario, el enfado, la irritabilidad o el abandono de dicha acción irán apareciendo directamente proporcionales al retardo de la solución.
El concepto de necesidad se ha ido desvirtuando, porque en muchas ocasiones llamamos “necesidad” a toda clase de deseos que queremos ver cumplidos, y no a lo verdaderamente necesario o urgente. Por lo tanto, trastornos como la ansiedad, el estrés o la depresión aparecen en nuestras vidas sin entender el porqué.
Como consecuencia, la irritabilidad y la impaciencia que llegamos a generar nos crean desequilibrios y nos empeoran aquellas situaciones que no podemos cambiar, o que requieren un tiempo para su resolución. También la impulsividad nos conduce al equívoco. Terminamos agravando problemas que no eran difíciles, creando escollos o barreras donde no los había.
A lo largo de la vida se nos presentan elementos que no esperábamos, aparecen sin que podamos evitarlos. En cuanto a la imposibilidad de poder controlar los diversos factores que surgen y agitan nuestro interior, es necesario aceptar esa frustración y, por tanto, es necesario aprender a gestionar esas situaciones.
Una persona paciente es aquella que sabe esperar y logra tomarse las cosas con tranquilidad, sabe ser reflexiva y puede encontrar diferentes formas de encarar el conflicto, pudiendo llegar a modificarlo. No se trata de apatía, indiferencia, despreocupación o pasividad, sino que se responde al conflicto con argumentos basados en la sabiduría y no en lo que nos gritan las tripas. Es aceptar con serenidad y tolerancia lo que nos toca vivir, por muy ásperas que sean esas realidades.
La paciencia es el factor que representa, de manera más eficiente, el equilibrio del hombre que se candidatea a cualquier menester. Fácil es el entusiasmo del primer impulso, común es el desencanto de la tercera hora. La paciencia es la medida metódica y eficaz que enseña a producir en el momento exacto la tarea correcta. Dictado por el Espíritu Joanna de Ângelis. Al médium Divaldo Pereira Franco. Extraído del libro “Convites de la vida”.
La paciencia nos protege de los sentimientos negativos que nos pueden crear el hecho de no conseguir lo que nos hemos propuesto. Nos enseña que hay que controlar con sosiego las adversidades, como puede ser la sensación de perder el tiempo, por esperas interminables de las que no podemos librarnos, o soportar las enfermedades que padecemos, o el hijo rebelde que nos hace sufrir… En todos los casos, la paciencia nos ayuda a soportar sin derrumbarnos aquellas situaciones inevitables por las que tenemos que pasar.
Asimismo, si desarrollamos la fe y la esperanza, que son atributos del espíritu, nos proporcionará la confianza necesaria para ser constantes en lo que tenemos que realizar, sabiendo que lo que hoy no hayamos conseguido lo alcanzaremos mañana. Todo esto junto al tiempo, ese educador que va puliendo nuestro interior y que nos va enseñando, por medio de la experiencia, en el momento propicio con la lección precisa, dónde tenemos que ir mejorando para sacar provecho espiritual de esta encarnación.
También nos mejora la comprensión en las situaciones que nos toca vivir y, sobre todo, aceptarlas con resignación. Además de la espera necesaria, nos ayuda a mantener una distancia, otra perspectiva ante los problemas que se suscitan, facilitándonos la reflexión.
“La paciencia es la compañera de la sabiduría”. S. Agustín de Hipona.
Otra vertiente donde la paciencia está presente es en la caridad, pero la caridad espiritual, aquella que sabe soportar y perdonar a personas que se nos cruzan en el camino provocándonos episodios de incomodidad o sufrimiento de los que, muchas veces, no nos podemos sustraer, poniendo a prueba nuestra serenidad.
Incluso el conocimiento de las leyes espirituales, entre las que se encuentran la Ley de Causalidad y la Ley de Justicia, nos proporciona el poder dar sentido a la vida y la comprensión de lo que hemos venido a hacer.
Siendo la Ley de Causalidad una ley que gobierna sabiamente nuestras vidas, nos demuestra que las cosas no pasan por casualidad. Nos anima a aceptar lo que nos toca vivir sin que sentimientos negativos o descontrolados nos lleguen a desequilibrar. Y la Ley de Justicia nos enseña que se nos da según merecemos, y sufrimos las penas en función del daño ocasionado. Este discernimiento nos asiste para actuar con prudencia y mesura ante toda actividad diaria, aceptando lo que nos toca vivir y no anhelar otros posibles espacios que no nos corresponden.
No nos amarguemos ni nos precipitemos. En múltiples ocasiones, los atajos o las soluciones fáciles se convierten en malas consejeras. Por otra parte, la serenidad y el análisis tranquilo nos evitan desequilibrios ante situaciones negativas o desbordantes; porque la fortaleza y la reflexión favorecerán el abordaje de las contrariedades, conservando la calma y el equilibrio interior, y nos permitirá decir lo que queríamos decir, hacer lo queríamos hacer y pensar lo que queríamos pensar.
Estamos en un tiempo donde todo son prisas: el trabajo, los niños, la casa… No nos damos una oportunidad para parar y reflexionar sobre qué estamos haciendo con nuestra vida; no nos damos tiempo para disfrutar de todo lo que nos rodea y que el Padre ha puesto a nuestra disposición. Por eso es importante pararnos a pensar y descubrir qué clase de vida queremos llevar.
Aprendamos a vivir lo que nos corresponde con calma y paz, con paso firme, perseverando con dignidad y decisión, sin entretenernos en actividades que pueden dañar nuestro interior.
La paciencia es un árbol de raíz muy amarga pero de frutos muy dulces.
F. Fénelon (1651-1715) Teólogo, poeta y escritor.
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