Muchas personas aprovechan las facilidades que brindan los medios de transporte modernos para conocer el mundo.
Desean conocer otras culturas, otras costumbres, otras tradiciones.
Y sobre todo la gastronomía.
Ese es uno de los mayores atractivos.
Conocer los platos típicos de otras culturas.
Y ello se ha convertido en un gran negocio.
Como lo llamaba irónicamente el profesor Kikuchi: "turismo gastronómico".
La gente viaja al Perú y está deseosa de probar el ceviche peruano.
O vienen en cruceros de placer al Uruguay con la expectativa de probar los asados típicos de esta región.
Pero todo este despliegue gastronómico se basa en el segundo nivel de juicio o a lo sumo en el tercero.
Es decir sensorio o sentimental.
Es comida para el placer o la emoción fugaz.
No se trata de la comida tradicional, la que ha creado la fuerza y la belleza de cada pueblo.
Se trata de algo más comercial....lo que seduce por el placer sensorial.
Cuanto más rico es, más público se interesa y desea regresar para volver a repetir la experiencia.
Las escuelas de gastronomía donde se forman los mejores chefs del mundo son destinadas a crear platos sensuales y con maravillosa presentación.
Se trata de una nutrición al servicio del comercio gastronómico.
No busca la salud infinita ni crear una nutrición de alta calidad.
Sólo placer, sólo un poco de emoción.
Cuando la nutrición se convierte en una búsqueda de placer como objetivo supremo la enfermedad es inevitable.
Y muchas personas tienen como meta suprema en la vida hacer cruceros y viajes de placer por el mundo.
Trabajan duro toda su vida y al llegar a su edad jubilatoria se dedican a viajar y a disfrutar de los manjares de cada región.
Y así debilitan su salud.
Gastan todo su dinero en destruir su cuerpo y su vitalidad.
Se embotan de lácteos, carnes, postres azucarados y olvidan su misión sagrada en esta encarnación.
Y entonces deben volver una y otra vez hasta que comprendan.
Por eso es tan emocionante la vida.
Por que el proceso de aprendizaje lleva miles de años.
Miles de vidas.
Y cuando llega ese momento, la emoción es indescriptible.
Porque cuanto más larga es la espera, más grande es la felicidad.
-Martín Macedo-
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