Una prima de mi padre soñaba con ser una abogada exitosa.
Tenía un deseo claro y fuerte.
Y estaba dispuesta a hacer lo necesario para lograrlo.
Confiaba en su capacidad y talento.
Entonces logró su sueño.
Luego se propuso hacer carrera en la política.
Aplicando la misma táctica logró convertirse en senadora y también en embajadora del Uruguay en una nación centroamericana.
Quiso casarse con un hombre influyente.
Y también lo encontró aunque el amor no duró mucho y se divorciaron.
Entonces se fue a vivir con su madre ( su padre murió joven ) y se consagró a la realización de su carrera.
A los 60 años era una abogada reconocida, embajadora y senadora.
Compró varias propiedades y vivía en un lujoso apartamento con su madre y allí recibían a amigos y familiares.
Casi todos los días había invitados a cenar o a tomar el té.
Tenía una cocinera que se ocupada de la alimentación y atención de los invitados a la que llamaba con un timbre que había hecho colocar en el piso del comedor y que accionaba con su pie.
Entonces venía la empleada y preguntaba ...¿qué desea señora?
Y salían de paseo en un bonito automóvil con su madre y un perrito faldero con encantadores rizos blancos.
Algunos parientes menos afortunados creían que ella había tenido más suerte en la vida porque había estudiado en la facultad y era muy inteligente.
Otros atribuían su situación a que se había "metido" en política.
Raquel era una mujer inteligente, y había leído mucho y sabía lo suficiente sobre el potencial humano como para aplicarlo en su vida y en su profesión.
Sabía que para lograr una meta es necesario formularla con claridad.
Que para conseguir un sueño se lo debe desear con pasión.
Que hay que pagar un precio para llegar a donde queremos.
Que hay que confiar en la propia capacidad y talento.
Su estrategia funcionó y la llevó hasta donde ella quiso llegar.
Pero cometió un error sutil.
El mismo que cometen casi la totalidad de las personas exitosas.
Cuando llega la abundancia comienzan a darse todos los gustos.
Comer en restaurantes elegantes.
Cruceros de placer, con delicada gastronomía.
Hoteles frente a encantadoras playas tropicales donde se los trata a cuerpo de rey.
Raquel recibía con frecuencia a amigos y parientes menos afortunados.
Entonces hacía pedidos casi a diario a la confitería para pedir sandwiches, saladitos y masas dulces.
Y refrescos para los niños, vinos de calidad para los adultos.
Y tocaba enérgicamente con el pie el timbre, para que viniera la empleada y sirviera a los invitados.
Esa vida de placeres la fue debilitando.
Al cumplir los 70 hizo una gran fiesta con sirvientes y barbacoa en una de sus propiedades frente al océano Atlántico.
Pero una mañana se sintió mal y llamó a su médico de cabecera, un prestigioso internista catedrático de la facultad de medicina que venía a verla a su domicilio.
Le diagnosticó una insuficiencia cardíaca que requería un cambio de varias válvulas.
Entonces coordinó la cirugía en una clínica cardiológica en Brasil, una de las mejores y más caras de sudamérica.
El cirujano era considerado uno de los mejores del mundo.
Viajó y se operó.
La operación fue un éxito, pero falleció unos días después por una descompensación metabólica.
Y trajeron el cuerpo para darle sepultura en el Uruguay como corresponde a una figura importante del campo político.
La gente desea el éxito y la abundancia.
Y luego los utilizan para destruir la fuerza que les permitió alcanzar los deseos de su corazón.
Destruyen su corazón con bebidas alcohólicas, azúcar y carnes seleccionadas.
Y las generaciones jóvenes repiten el mismo error.
Que se viene cometiendo desde los tiempos del imperio romano.
Es el destino inevitable de aquellos que buscan su felicidad en las cosas finitas.
Pero los que buscamos la felicidad infinita sabemos que el fundamento de la vida es la salud y que ésta es nuestro primer punto de apoyo.
-Martín Macedo-
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