domingo, 8 de julio de 2018

Humildad


Imagínate un día cualquiera. Desde que te levantas no haces otra cosa que pensar en “aquello”, en esas cosas que crees que te van a pasar, organizas tu vida sin atender al presente. Intentas ponerles soluciones a cosas que no han pasado, y nos cuesta mucho entender que esa cosa que piensas “no existe”. O, dicho de otra manera, en “lo que crees que va a pasar”. La cantidad de energía que desaprovechamos en esos procesos. Fíjate, te acabas de levantar, y no te has dado ni un segundo para pensar en ti, para sentir la experiencia de vida que estás teniendo. No te culpes por ello, desde bien pequeñitos nos han educado para que eso ocurra, para atender “a otros”, y no para atendernos. Tenemos una deuda con nosotros mismos. La deuda de escucharnos desde un lugar tan íntimo y profundo que podamos descubrir la base de nuestra experiencia humana.

Nos pasamos cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, cada mes, cada año de nuestras vidas viviendo para resolver “los problemas”. Nos pasamos los mismos segundos, los mismos minutos, las mismas horas, días, semanas, meses y años de nuestras vidas sin atender nuestra vida y, curiosamente, esa atención es la única realidad que tenemos. Una educación que desde bien pequeños nos moldea para una adaptación que “supuestamente” sucederá cuando seamos adultos, ha hecho que hayamos ido perdiendo progresivamente nuestra verdadera identidad. No sabemos atender nuestras vidas y este es el inicio de todos los problemas.
Nuestro día a día es una “realidad” ficticia, una película de ciencia ficción dirigida por nosotros mismos. Salimos de casa a interpretar un papel, el papel que tantos condicionamientos nos han dicho a lo largo de nuestras vidas lo que tenemos que ser. Pero, y esto es algo muy importante, existe un mundo interior que nos está pidiendo atención, y no lo estamos atendiendo. No seas el protagonista de la película de tu vida, sé el protagonista de tu vida, así, simplemente, sin interpretar nada.
Solo existe este instante, no existe otra cosa. Tu única preocupación, tu máxima preocupación a resolver algo sería este instante, todo lo demás es ficticio. No puedo resolver lo de antes, ni el instante posterior, pero sí que puedo estar en este instante. Cuando veo aquello a resolver desde el presente, veo que no hay nada que resolver, sino que atender, pues lo estoy viviendo, no resolviendo. Cuando vives en el presente y lo atiendes, no generas cosas a resolver. Cuando vives el presente, eres capaz de vivir.
¿De verdad crees que cuando sales de casa y piensas en esos “problemas a resolver” le vas a poner solución? No te equivoques y, sobre todo, no te engañes. No puedes resolver nada que no existe, pues son solo ideas, y las ideas no tienen ninguna base real. Te imaginas cosas a resolver, pero son solo pensamientos, son solo imágenes, no son realidades.
Entonces, ¿por qué los seres humanos hemos optado por hacer nuestro objetivo de vida la resolución de problemas en vez de atender la vida, cada instante, cada momento? ¿Por qué dedicamos tanto tiempo a mirar el futuro y tan poco a vivir lo único que de verdad existe, este instante?
Usar el tiempo para establecerse a sí mismo o para vivirse. Tenemos un hábito resolutorio de cosas. Dependo de mi experiencia para tener la sensación de que resuelvo algo que no resuelvo.
La perspectiva con la que diariamente acudimos a las aulas y a la vida, es desde la idea de resolver lo que allí ocurre, porque si lo hago me sentiré en paz y ya habré resuelto otra cosa. Pero eso es falso. Nunca podremos saber las cosas de manera anticipada. Tu programación cobra sentido en el momento en que miras a los ojos de tus alumnos. No saber qué hacer es un estado de humildad. Humildad es saber que puedes mirar cualquier situación sabiendo que no puedes resolverla.

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