Supongamos que te despiertas por la mañana y, en lugar de encontrar ese espacio despejado que se
encuentra potencialmente a tu disposición, te pones a pensar en los problemas que tuviste ayer en el
trabajo. Recuerdas el dilema en el que te hallabas. Piensas en el malestar y la discordia. Y cuando te
concentras en eso durante diecisiete segundos acuden a tu mente más pensamientos iguales.
Si continúas albergando esos pensamientos durante otros diecisiete segundos, habrá aún más
impulso. Al cabo de diecisiete segundos más, el impulso se incrementará otro poco, y así hasta que
cruces el umbral de los sesenta y ocho segundos.
En ese breve plazo se te habrá escapado la ventana
de resonancia con la Fuente.
Eso le ocurrió recientemente a Esther, así que le dijimos: «Bueno, siempre puedes empezar otra
vez mañana con pensamientos más positivos». Y Esther dijo: «Me niego a aceptar que deba esperar a
mañana para volver a mi disco de frecuencia elevada. Puedo hacerlo si me concentro».
Y estamos de acuerdo en que, con cierta concentración deliberada, Esther pudo regresar a una
corriente de pensamiento más positiva, pero es mucho más fácil hacerlo antes de que empiece el
impulso negativo que una vez que ha comenzado.
Nos gusta hablar de la Ley de la Atracción porque es el motor vibratorio que lo organiza todo. Sin
embargo, no podemos hablar de la Ley de la Atracción sin hablar del impulso, porque hay un impulso
en el pensamiento. Y si albergas suficiente tiempo un pensamiento se convierte en un fuerte hábito de
pensamiento, en una creencia. Una creencia no es otra cosa que un pensamiento que no dejas de
albergar.
A veces continúas perpetuando creencias que no te sirven, pero cuando acabas de despertarte esas
creencias están lo bastante inactivas para que puedas encontrar una nueva que provenga de la Fuente
y que hable de quién eres y qué sabes realmente.
¿Ocurriría lo contrario si te despertaras y tuvieras un pensamiento muy positivo, como «Voy a
sanarme a mí mismo de este problema...»?
Bueno, cuando pones en marcha ese impulso es maravilloso.
Pero ¿se le aplicaría también la norma de los diecisiete segundos?
La norma de los diecisiete segundos se aplica a todo. Resulta muy útil reconocer que la Ley de la
Atracción —tanto si eres consciente de ello como si no— responde a la vibración que estás
ofreciendo ahora mismo y que por lo tanto se produce el impulso. Por eso, si estuviéramos en tu lugar
físico y el pensamiento fuese agradable, nos concentraríamos en él. Pensaríamos más en él.
Hablaríamos de él. Lo anotaríamos. Lo comentaríamos con otras personas. Fomentaríamos
deliberadamente ese impulso.
Sin embargo, si fuese un pensamiento molesto, de inquietud, haríamos
lo posible por generalizarlo.
Cuanto más específico resulta el pensamiento, más rápido es el impulso. Cuanto más general es el
pensamiento, más lento es el impulso.
Esther recuerda que, estando en San Francisco, subió con su coche hasta la cima de una de esas
colinas. No podía creer que la gente subiera y bajara por ellas. Así que imagínate encaramando tu
coche en la cima de una de esas colinas, dejándolo en punto muerto y quitando el freno de mano. Y
ahora, solo por divertirte viendo lo que sucederá, empujas tu coche un poquito desde atrás. Bueno, ya
sabes lo que sucederá. Con solo un leve empujón tu coche bajará a toda velocidad por la ladera.
Pero si te sitúas delante de él enseguida y dejas que choque contra ti puedes detener fácilmente ese
impulso que no deseas. No te conviene tratar de detener el impulso en la base de esa colina.
Y tus pensamientos son iguales. Cada pensamiento es vibración, y la Ley de la Atracción responde
a cada pensamiento, y por lo tanto el pensamiento va a aumentar. La cuestión es: ¿quieres que
aumente ese pensamiento? Porque la Ley de la Atracción insiste en que lo hará.
Wayne Dyer
Wayne Dyer
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