Las experiencias que podemos identificar formando parte o
constituyéndose como economía solidaria, son aquellas que operan con racionalidades
económicas distintas tanto de la que tienen las empresas organizadas
por el capital y que responden a la lógica de la ganancia y el lucro
individual, como de las unidades económicas organizadas por el Estado y que responden
a una lógica de planificación centralizada.
En términos generales, conforman la economía solidaria las
iniciativas, experiencias y unidades económicas protagonizadas por familias,
grupos, asociaciones, comunidades y organizaciones intermedias, y que persiguen
objetivos de cooperación, ayuda mutua y reciprocidad, a nivel de sujetos
sociales integrados por acuerdos y compromisos asumidos libre y conscientemente
sobre la base de afinidades objetivas o culturales particulares.
Nuestra
economía solidaria se constituye, entonces, a partir de una cierta racionalidad
económica especial, que funda modos alternativos de
emprender, de organizar y de gestionar la producción, la distribución, el
consumo y la acumulación.
No es posible en el breve espacio de esta exposición
explicitar dicha racionalidad económica especial; pero diremos algo sobre ello
más adelante. Por el momento digamos solamente que, en general, la economía
solidaria se funda básicamente en dos factores cuya presencia económicamente
operante da lugar a organizaciones económicas de características especiales.
1. El primero de estos factores es la solidaridad y la cooperación, convertidos en fuerzas productivas organizadoras de las actividades económicas, lo que hemos llamado el "factor C", esto es, la fuerza creadora, organizativa y eficiente de la voluntad y la conciencia colectiva, comunitaria o asociativa.
2. El segundo factor es el trabajo humano en el más amplio sentido, puesto al centro de la organización y por encima del capital y de los factores materiales y financieros de producción y distribución.
1. El primero de estos factores es la solidaridad y la cooperación, convertidos en fuerzas productivas organizadoras de las actividades económicas, lo que hemos llamado el "factor C", esto es, la fuerza creadora, organizativa y eficiente de la voluntad y la conciencia colectiva, comunitaria o asociativa.
2. El segundo factor es el trabajo humano en el más amplio sentido, puesto al centro de la organización y por encima del capital y de los factores materiales y financieros de producción y distribución.
En términos más directos, diremos entonces que en la
economía solidaria converge un conjunto de organizaciones y actividades
económicas muy variadas, pero que tienen en común la presencia activa y central
del trabajo humano y de la solidaridad social, como factores organizadores de
la actividad económica.
¿En qué tipos de organizaciones económicas se manifiesta
esta racionalidad especial, al menos de manera embrionaria pero suficiente para
impactar sobre el modo de organizar y de realizar la actividad económica? Una
rápida mirada panorámica a la realidad nos permitirá comprender que estamos en
presencia de un mundo mucho más amplio, rico y extendido de lo que habitualmente
reconocemos. En efecto, operan poniendo al centro esos dos factores básicos -y
me refiero ahora a América Latina en particular-, al menos las siguientes
realidades y procesos:
Pongamos en primer lugar a las cooperativas y las empresas
autogestionadas, que son las formas más difundidas de búsqueda y construcción
explícita y consciente de modos alternativos de organización económica, y que
se han desarrollado en el ámbito de la producción, de los servicios, de la
distribución y el consumo, del ahorro y el financia-miento, de la vivienda, la
comercialización, el ahorro y el crédito.
Agreguemos luego las "organizaciones económicas
populares", formas asociativas surgidas más o menos espontáneamente en
diversos contextos de marginación y pobreza, que han dado lugar a una gran
variedad de grupos de personas y familias que enfrentan en común problemas de
alimentación, vivienda, desocupación, salud, capacitación y otras carencias,
sobre la base de la auto ayuda y la ayuda mutua. Encontramos entre otras, las ollas
comunes, los comedores populares, los ‘comprando juntos’, los centros de
abasteci-miento, los talleres laborales, los grupos de salud, de recreación
alternativa, de educación comunitaria, etc.
Relacionado con estas organizaciones, podemos considerar
también al menos una parte de la más amplia "economía popular",
constituida a menudo de manera informal, por personas, familias y grupos que
buscan su subsistencia y progreso organizando actividades productivas,
comerciales y de servicios al margen de las empresas y del mercado oficial.
Muchos de ellos a menudo alcanzan viabilidad y espacios de desarrollo
organizándose en sindicatos (por ejemplo de trabajadores independientes, de
vendedores ambulantes, de cartoneros, etc.), en asociaciones gremiales, en
ferias libres que han conquistado espacios públicos para el ejercicio de sus
actividades comerciales.
Asociado con este fenómeno social de dimensiones inmensas
en cada país de América Latina, podemos considerar también una parte de la
realidad conocida como microempresas o microemprendi-mientos. Una parte
importante de ellas es de hecho economía popular fundada en el trabajo, tiene
una base de organización familiar y vecinal, da lugar a procesos de integración
de funciones económicas (por ejemplo, al comercializar en conjunto, al
participar en cooperativas de ahorro y crédito, al constituir asociaciones
gremiales que operan como instancias coordinadoras de actividades conjuntas), y
en todo ello pone de manifiesto también importantes relaciones y valores de
solidaridad y cooperación.
Por cierto, en el mundo campesino existe en toda la región
latinoamericana una extendida realidad de economía fundada en el trabajo, la
solidaridad y la cooperación. La llamada "economía campesina", con
sus unidades de base familiar extendida, sus articulaciones a nivel territorial
y comunal, sus tradicionales formas de reciprocidad para hacer frente a los
requeri-mientos variables y temporales de fuerza de trabajo, tecnologías, medios
de producción y financia-miento, son sin duda constituyentes de nuestra economía
solidaria.
También despliegan formas asociativas y de reciprocidad en
las relaciones económicas, varias otras actividades de producción
tradicionales, como es el caso de la pesca artesanal y su organización en
"caletas de pescadores", la minería de pequeña escala realizada por
"pirquineros" y otros extractores asociados, y en muchas ocasiones la
artesanía como actividad en que se especializan pueblos y villorrios que
adquieren una identidad por su dedicación a un rubro determinado: cerámica,
trabajo de cuero, tejido, tallado de madera, trabajo de la piedra, etc.
No podemos dejar de mencionar también numerosas comunidades
de pueblos indígenas, integradas económicamente por una común adscripción y
posesión de la tierra y otros factores de producción, por la utilización
comunitaria del ‘saber hacer’ ancestral, y donde las relaciones de reciprocidad
son habituales en la distribución, el consumo y la acumulación, dando lugar a
formas de vida comunitarias altamente integradas.
De más reciente origen, se están desenvolviendo en
numerosos pueblos, villorrios rurales, ciudades de provincia, comunas populares
urbanas, campamentos, etc., un vasto conjunto de iniciativas que integran
energías organizadas de la comunidad, en términos de procesos conocidos como
programas de desarrollo local.
Existen, además, en toda América Latina, múltiples
experiencias asociativas orientadas por principios de participación y
desarrollo de la comunidad, formadas por mujeres, jóvenes, ancianos, pobladores
sin casa, campesinos sin tierra, etc., que llevando adelante procesos de
reivindicación de derechos e intereses compartidos correspondientes a sus
distintas identidades, dan lugar a organizaciones sociales que de un modo u
otro integran recursos y realizan actividades económicas que benefician a la
comunidad local y territorial.
Cabe mencionar también iniciativas asociativas y
comunitarias que se distinguen por hacerse cargo de ciertas preocupaciones
sociales que son enfrentadas mediante la organización de actividades económicas
conjuntas, como es el caso de experiencias de comercialización comunitaria, de
auto construcción de viviendas utilizando tecnologías y materiales alternativos,
de cultivos biológicos o de agricultura orgánica, de tecnologías alternativas
que implican la utilización de fuentes de energía no contaminantes, el
reciclaje de recursos, etc.
Podemos decir que la preocupación ecológica y la protección
del medio ambiente están originando una incipiente búsqueda de una economía
ecológica, que encuentra en las formas económicas fundadas en la solidaridad y
el trabajo su expresión más coherente y natural.
Debe considerarse, también, una parte al menos del vasto
mundo de las ONGs, u organizaciones no-gubernamentales de servicio y/o de
desarrollo, que se organizan de maneras autogestionadas conforme a diversas
alternativas jurídicas, y que se distinguen como formas institucionales o
empresas "sin fines de lucro", o con explícitos fines de beneficio
social. Muchas de ellas operan como instancias de apoyo a las formas económicas
mencionadas anteriormente, y juegan un importante papel como organizaciones de
financia-miento que gestionan fondos rotatorios, de comercialización, de
asesoría organizacional, apoyo a la gestión, asistencia técnica y capacitación;
otras tienen fines específicos acotados a necesidades sociales determinadas, y
buscan mejorar la calidad de vida de sus beneficiados.
Cabe en este sentido considerar a las numerosas fundaciones, corporaciones, asociaciones profesionales, organizaciones de voluntariado, asociaciones culturales, etc. que canalizan recursos y servicios de varios tipos, incluidos los de estudio e investigación, que contribuyen de manera significativa a darle identidad y presencia social, política y cultural a las expresiones económicas surgidas de la llamada "sociedad civil".
Cabe en este sentido considerar a las numerosas fundaciones, corporaciones, asociaciones profesionales, organizaciones de voluntariado, asociaciones culturales, etc. que canalizan recursos y servicios de varios tipos, incluidos los de estudio e investigación, que contribuyen de manera significativa a darle identidad y presencia social, política y cultural a las expresiones económicas surgidas de la llamada "sociedad civil".
Forman parte de la economía solidaria, también algunos
movi-mientos económicos que derivan de opciones éticas y espirituales, creados y
realizados por personas que quieren ser consecuentes con sus creencias religiosas,
con sus valores humanos, con sus búsquedas éticas y espirituales. Podemos
mencionar, entre otros, el movi-miento de la ‘economía de comunión’, la economía
budista, la economía hinduista, la economía civil, etc.
Y también, las organizaciones del llamado comercio justo, o
comercio justo y solidario, que comercializan en los países más desarrollados
una gama de productos originados por pequeños productores y comunidades en los
países más pobres, eliminando intermediarios y favoreciendo el consumo de productos
ecológicos y producidos en condiciones de trabajo digno.
También el movi-miento de las finanzas éticas, o bancos éticos, que captan recursos de personas que desean que sus ahorros se empleen exclusivamente en unidades económicas comprometidas con ciertos valores de justicia, sustentabilidad ambiental, asociatividad, etc., estando dispuestos a sacrificar en parte los intereses que podrían obtener si colocaran tales ahorros en el sistema financiero y especulativo capitalista.
También el movi-miento de las finanzas éticas, o bancos éticos, que captan recursos de personas que desean que sus ahorros se empleen exclusivamente en unidades económicas comprometidas con ciertos valores de justicia, sustentabilidad ambiental, asociatividad, etc., estando dispuestos a sacrificar en parte los intereses que podrían obtener si colocaran tales ahorros en el sistema financiero y especulativo capitalista.
Y los movi-mientos del consumo responsable, del buen
consumo, y otros que se comprometen a preferir la compra y el consumo de bienes
y servicios producidos en condiciones justas, no contaminantes, sustentables,
respetuosos del medio ambiente, etc.
Han surgido también organizaciones que realizan trueque y reciprocidad, generando sistemas de monedas complementarias, monedas de circulación local, autoadministradas con criterios de cooperación y confianza recíproca.
Están también las muy numerosas experiencias de economía de
redes, basadas en la reciprocidad y el intercambio de saberes, servicios y
recursos. Numerosas redes informáticas, el movimiento del software libre
comparte también el espíritu solidario y la gratuidad, que implica poner
libremente a disposición de los usuarios programas computacionales y otros
servicios informáticos, en cuyo desarrollo se da una consistente cooperación.
No podemos dejar de mencionar las variadas experiencias de
voluntariado, el trabajo voluntario de estudiantes y jóvenes que se hacen cargo
de problemas de comunidades pobres, desarrollando iniciativas de capacitación,
de desarrollo local, de construcción de viviendas, etc.
Esta visión panorámica de la multiplicidad de
organizaciones que podemos considerar integrantes actuales y potenciales de la
economía de solidaridad, nos permite hacernos una idea de la vigencia,
importancia, actualidad y potencialidades que han adquirido las búsquedas de
una nueva economía.
¿Qué distingue a todas estas iniciativas, actividades y
organizaciones económicas? Ante todo, y lo más importante, es que sus
integrantes no tienen en su mente, cuando se organizan, cuando realizan las
actividades, cuando toman decisiones, cuando se relacionan unos con otros, no
tienen en su cabeza el interés individual, el afán de lucro, la búsqueda de
maximización de la utilidad propia, sino que tienen en la mente, y se comportan
y relacionan, con valores, de justicia, de solidaridad, de participación, de
cooperación, de comunidad. No se comportan como el ‘homo oeconomicus’
ávido y maximizador de la propia utilidad, que está a la base del
comporta-miento capitalista.
Luis Razeto
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