miércoles, 5 de junio de 2019

La dinámica del ego

KENETH WAPNICK. LA DINÁMICA DEL EGO (Primera Parte). Extracto del libro “Psicología Cristiana en Un Curso de Milagros”, de Kenneth Wapnick, Ph.D., Cap. 1, La dinámica del ego, Págs. 5/13, Copyright© 1994, Foundation for A Course in Miracles®, FACIM, USA. Reproducido con autorización.

EL MIEDO Y LA CULPA

El Curso afirma que la base de nuestras dificultades es el problema de la autoridad (T-C3.VI.7:2), un concepto psicológico que se redefine en términos religiosos. En la opinión del Curso este problema se apoya en la creencia de que nosotros, en lugar de Dios, nos creamos a nosotros mismos. Esta extraña creencia es ilustrada por el actual énfasis de la psicología en el “concepto del yo”, lo cual implica que nos corresponde a nosotros definir y cambiar nuestra realidad como mejor nos convenga. Esto puede considerarse como una versión moderna de la situación que se encuentra en el libro del Génesis, en que Adán y Eva decidieron que querían ser “distintos” a Dios y querían tener una voluntad que estuviera separada de la Suya.
La Biblia no da una explicación real de cómo ni por qué esto pudo haber ocurrido, así como tampoco el Curso se interesa en este asunto. Como señala éste, ¿por qué interesarnos en la razón por la cual algo sucedió en el pasado cuando todavía está sucediendo en el presente? (T-C4.II.1:3; 3:4) Y en efecto, la mayoría de nosotros continuamente reafirma la creencia de que estamos separados de nuestro Creador a cada segundo de nuestras vidas.
En el relato bíblico, Adán, el prototipo del ego o nuestro falso yo, ya no quería permanecer en su estado de Unidad con Dios e intentó cambiar lo que su Padre había creado tan perfecto como El y uno con El. El estado posterior en el cual se encontró a sí mismo -al estar fuera del jardín- se convirtió en el símbolo de este acto y en el recordatorio y la justificación de su culpa por lo que creyó que Le había hecho a Dios y a sí mismo. La culpa origina el miedo al castigo, de modo que se ve a Dios como un vengador que intenta castigar a sus hijos por el crimen de éstos. El Dios de Amor es así transformado en un dios de miedo, y la paz que es nuestra herencia natural se convierte en un estado de terror, ansiedad y continua vigilancia por temor a ser destruidos por el Padre a Quien creemos haber atacado.
Esta atmósfera de miedo y culpa es la condición de la “post-separación” que todos llevamos adentro. Nuestro estado conduce a una culpa mayor que intensifica el miedo y se establece un ciclo aparentemente interminable que no parece tener solución. Este es el patrón que sustenta la mayoría de nuestras actitudes, sentimientos y acciones, y que constituye el infierno psicológico que hemos hecho como sustituto del Cielo para el cual fuimos creados.
En resumen, pues, nuestro miedo básico es a Dios, puesto que inconscientemente creemos que si Lo dejáramos entrar en nuestras vidas seríamos destruidos por su furia por haberío atacado, lo cual nuestra culpa afirma continuamente. Esta es la causa de nuestra ansiedad básica, la que se mantiene fuera de nuestra conciencia por medio del uso constante de defensas. La causa de nuestra aflicción aparenta deberse a problemas de todas clases, pero en realidad no permitimos que la verdadera causa entre en nuestro consciente. La voz del ego o nuestro yo de la post-separación, el cual se asemeja mucho al “hombre viejo” de San Pablo (Col 3:9), nos dice que debido a que somos culpables de este acto tan terrible, cada uno de nosotros se ha convertido en una criatura horrorosa. Los sentimientos de indignidad, insuficiencia e inferioridad de los cuales todos sufrimos nacen de este sentido de culpa subyacente, de algún error que jamás puede corregirse; alguna “malignidad” básica en nosotros que jamás se puede sanar.
Es esta creencia en nuestro carácter pecaminoso inherente e irredimible lo que constituye el fundamento de la existencia del ego. Por lo tanto, es una creencia que debe mantenerse a cualquier precio si el ego ha de sobrevivir. El costo es inmensurable porque implica una pérdida de conocimiento de la inherente y verdadera inocencia que es nuestro patrimonio natural como Hijos de Dios, creados a Su imagen y semejanza. Para asegurar su supervivencia, el ego tiene que mantener siempre nuestro miedo y culpa. La situación se parece mucho a la de alguien que está parado frente a la puerta de un armario cerrado, una puerta que el ego nos dice que jamás abramos. Nos dice que dentro del armario está la “verdad” pecaminosa y terrible acerca de nosotros. Es una “verdad” que, si la mirásemos alguna vez, nos cegaría de horror. Sobre esta puerta está escrito, en palabras de Dante: “Abandonen la esperanza todos los que aquí entren”. Y mientras este miedo permanezca indisputable, nuestras vidas enteras serán gobernadas por la necesidad de mantener la puerta del armario cerrada.
Nuestra identificación con este miedo y con el sistema de pensamiento que el ego ha hecho como sustituto de nuestra realidad, no nos deja otra alternativa que no sea seguir la lógica del ego e intentar, por todos los medios posibles, mantenernos alejados de la puerta del armario. El ego dice: “Sígueme y yo te daré seguridad y paz”. Y de acuerdo con su propio pensamiento así lo hace porque si seguimos sus mandatos, de hecho, nos apartamos cada vez mas de nuestro “secreto culpable”, el cual mantenemos libre de exposición y hasta nos olvidamos de lo que es. El sistema teórico completo del Curso descansa sobre este entendimiento del origen y meta del ego. Nuestra culpa secreta, que puede considerarse como la contraparte psicológica del pecado original, debe permanecer inviolada si el ego se va a mantener. Esto nos aprisiona en un mundo de miedo, con el ego como guardián del portal.
Los efectos de la culpa tienen implicaciones poderosas. Si persistimos en escuchar la voz del ego y permanecemos renuentes a entender la fuente real de la culpa, nunca podemos desechar el miedo que yace más allá de la misma. Las consecuencias son devastadoras. Al creer en la enormidad de nuestra culpa, nos vemos obligados a hacer lo posible por bregar con ésta como si reflejara nuestra realidad. Al reconocer su intolerable naturaleza, acudimos al ego como “salvador”. “Esta culpa”, murmura el ego, “jamás puede deshacerse, pero puede alejarse de ti”. Y esto se logra negando su presencia en nosotros y proyectándola sobre algo o alguien externo a nosotros. Así, aparentemente la descartamos y ubicamos con seguridad lejos de nosotros. Estas son las defensas del ego contra lo que él nos ha convencido de que es nuestra espantosa realidad.

EL PLAN DE SALVACIÓN DEL EGO

El plan de salvación del ego es un tanto análogo a la falsa solución que intenta usar una persona cuando barre el polvo debajo de la alfombra en un esfuerzo inadecuado por deshacerse de éste. El problema aparenta haberse ido porque ya no se ve. Sin embargo, así como el polvo permanece amontonado debajo de la alfombra, asimismo nuestra culpa secreta permanece en nosotros, sepultada por la negación y la proyección. Estas defensas protegen la culpa de nuestra conciencia, pero en realidad mantienen su existencia. Como señala el Curso, las defensas dan lugar a lo que quieren defender (T-C17.IV.7:1). Concebidas para mantener el miedo alejado, realmente lo intensifican. Al mantenerse oculto, el miedo es reforzado por la necesidad de una vigilancia constante contra el mismo. Tememos continuamente que pueda atravesar nuestras defensas en cualquier momento. Lo que nos atemoriza no es cualquier cosa específica que pretendemos negar, sino el proceso mismo de la negación, el cual aumenta nuestro miedo al convencemos de que realmente hemos hecho algo por lo cual debemos estar temerosos.
Si bien el ego puede parecer autónomo y externo a nosotros, ésta es en realidad una decisión que hemos tomado o un marco de referencia que hemos aceptado. Parecemos indefensos frente a su persuasión. Creemos que sus mandatos de miedo y culpa, dolor y sufrimiento, desesperanza y desolación son realidades de la vida que debemos aceptar y a las cuales debemos ajustarnos. A toda costa el ego tiene que ocultar de nuestra conciencia la verdad sobre nuestra Identidad, la cual está separada de él. La “trama” para su propia supervivencia puede verse y entenderse claramente ahora. Mientras creamos que el ego es real y externo a nosotros, no tendremos esperanzas de alterar la situación. Nos hemos tornado impotentes para hacer algo excepto sacar el mejor partido de una situación cruel que descansa sobre la culpa y el miedo, y de la cual sólo podemos escapar a través del engaño a nosotros mismos. Mas a pesar de la culpa que el ego intenta engendrar, cuando miremos hacia adentro y más allá de nuestro miedo, encontraremos únicamente el Cristo que vive como nuestro verdadero Ser en lugar de los horrores de los cuales nos habla el ego. El Cristo es la brillante realidad que el ego procura ocultarnos.
En el libro de Revelación, Jesús nos dice que Él está a la puerta y llama (Rv 3:20). Mientras nos identifiquemos con el ego nuestro miedo no es, como podríamos pensar, a que cuando abramos la puerta Él no estará ahí. El miedo es realmente a que Él esté ahí. Pues en Su Presencia, y en nuestra identificación con esa Presencia, el mundo del ego se desvanece y todo el miedo y la culpa desaparecen. La razón subyacente para la atracción de culpa del ego se hace evidente. Mientras creamos en su realidad jamás veremos nuestra Inocencia, y mantendremos la culpa para siempre como un velo sobre el rostro de Cristo, el símbolo de nuestra Inocencia de acuerdo con el Curso. La culpa quiere que creamos que no somos de nuestro Padre, y que por lo tanto no podemos compartir la Paz, el Gozo y la Felicidad que sólo pueden venir de Él. 
Así como en palabras de San Juan: “El Amor Perfecto Expulsa el Temor” (1 Jn 4:18), asimismo el miedo o la culpa oscurecen o expulsan el Amor Perfecto de nuestra conciencia. La luz y la oscuridad no pueden coexistir. Cuando una llega la otra desaparece. Cuando tenemos miedo no podemos sentir la Paz de Dios. Esto no significa que nos hayan quitado Su Paz, lo que si quiere decir es que mientras estemos asustados no sabremos que está ahí. Cuando una nube pasa frente al sol, realmente no nos han quitado el sol. Sin embargo, su luz es removida momentáneamente de nuestra vista. De igual modo, la proyección oscurece la realidad de nuestra conciencia, aunque no puede cambiarla. Puesto que la culpa es fundamental para el sistema de pensamiento del ego, creeremos en ella mientras este sistema de pensamiento sea el nuestro. Y debido a esta creencia no veremos la Luz que está más allá. Por esta razón el ego busca continuamente testigos que le proveerán evidencia de nuestra culpa, aun cuando sus testimonios sean falsos. Mientras aceptemos la meta de culpa del ego sus testigos servirán para reforzar nuestros sentimientos de inferioridad y desesperación y estaremos cada vez más ignorantes de su falsedad.

En resumen, el ego representa nuestro miedo a Dios y nuestro deseo de permanecer separados de Él. De este miedo surge el temor al castigo y la necesidad de protección, ya que parece que no hay una manera en que podamos deshacer dicho miedo. La culpa es el agente “protector” del ego, y la proyección, complementada por la negación, se convierte en el medio a través del cual se mantiene esa culpa. Este proceso es el arma principal del ego en su “guerra en contra de Dios”.

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