Dios no necesita competir.
Ni deshacerse de sus rivales.
Ni destruir a sus enemigos.
Tampoco se preocupa por las acciones ajenas.
Ya que Dios es la libertad infinita.
En nosotros.
Encarnamos a Dios.
Porque somos sus hijos.
Una parte de nosotros es divina.
Y está resonando con la sabiduría infinita.
Nuestro lado infinito ya es Dios.
Pero nuestro ego no lo acepta ni lo quiere.
Porque si lo asumimos, dejaría de existir y perdería todos sus privilegios.
Sólo el ego tiene adversarios.
Que le quitan el sueño.
Sólo el ego se esfuerza para ser más que sus rivales.
Y planea 24 hs la forma de vencerlos.
Y su mayor deseo es destruirlos.
Como en las guerras.
Guerras de egos.
No guerra de dioses.
Los dioses no necesitan las guerras.
Porque saben que todo es uno.
Y ellos sólo disfrutan de una manifestación temporal.
En la que sólo se ocupan de cristalizar todos sus deseos.
Permitiendo que otros hagan, digan, crean o piensen lo que deseen.
Porque los deseos de los otros son también sagrados.
Y están destinados a realizarse.
Y nosotros no debemos interferir.
Porque hay espacio infinito.
Y tiempo infinito.
En el gran palacio del universo.
-Martín Macedo-
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