viernes, 10 de julio de 2020

Una utopía llamada ‘liberalismo’

Cada vez más individuos están abandonando el rebaño, aprendiendo a gobernarse a sí mismos para no depender de ningún Gobierno. Mientras, el Estado totalitario sigue tratando de controlarnos a través del miedo.

Cada vez más ciudadanos son conscientes de que los Estados están en quiebra, completamente endeudados. No en vano, gastan cada año mucho más de lo que ingresan. Y no solo eso. Cada vez más administraciones públicas se ven salpicadas por escándalos de corrupción, malversación y despilfarro de los recursos económicos que gestionan. Por no hablar de las pensiones, cuya insostenibilidad resulta evidente. Papá Estado no va a cumplir su promesa. La cruda verdad que ningún político se atreve a decir es que -después de haber estado pagando religiosamente los impuestos durante toda nuestra vida- lo más probable es que no vayamos a cobrar la pensión de jubilación.

Sin embargo, los Ministerios de Hacienda van a hacer lo posible por seguir esquilmando a la población y a las empresas por medio del pago de impuestos. De hecho, en el nombre del estado del bienestar se inventarán cualquier excusa para justificar el aumento de la presión fiscal. Sin embargo, ni siquiera esto será posible, pues no habrá suficiente solvencia con el que pagar dichos impuestos, lo cual provocará que mengüen y se recorten -todavía más- las prestaciones y ayudas públicas. Así, España y Latinoamérica acabarán imitando a las economías anglosajonas, donde incluso la educación y la sanidad están privatizadas.

La paradoja del convulso mundo en el que vivimos es que van a entrar en jaque dos filosofías políticas totalmente opuestas. De forma muy simplificada, la postura dominante hasta ahora ha sido y sigue siendo el «totalitarismo» inherente al establishment. De hecho, no importa la ideología de sus diferentes partidos, pues a pesar de su fachada aparentemente democrática, todo Estado totalitario se reconoce por ser absolutamente soberano frente al individuo. Es decir, por gozar de poder y autoridad legal para imponerse sobre los ciudadanos que supuestamente representa, privándoles -en muchos casos- de impulsar proyectos vitales que cuestionen y alteren el statu quo.[i]

El principal objetivo del totalitarismo es preservar el poder de las oligarquías que mueven los hilos desde la sombra, manteniendo así el orden social establecido. Su gran aliado es la ignorancia, la inconsciencia y el desempoderamiento generalizado de los ciudadanos. Y su principal estrategia, mantener a estos dormidos y anestesiados, bombardeándoles con mensajes que les llenen de miedo. Y que les recuerden que necesitan de Papá Estado, que dependen de Mamá Corporación y que precisan del Tío Gilito de la Banca para poder sobrevivir económicamente.

Lo cierto es que la agitación, la inestabilidad, el conflicto, el caos y la incertidumbre van a ir en aumento en los próximos años. Y tal y como George Orwell describió en su novela distópica «1984», van a seguir apareciendo grandes líderes totalitarios, cada vez más populistas y radicales. Y serán fácilmente reconocibles, pues prometerán la salvación a cambio de control, aniquilando nuestras libertadas individuales para garantizar la «seguridad nacional». Y dado que la mayoría de ciudadanos padecen de un profundo miedo a la libertad y siguen hipnotizados por el Matrix, lo más probable es que les voten, esperando desesperadamente que se hagan cargo de ellos.

LA VERSIÓN MÍNIMA DEL ESTADO
“De lo que se trata no es de cambiar de pastor, sino de dejar de ser ovejas.”
(Estanislao Zulueta)

Irónicamente, todo esto sucederá al mismo tiempo que el tamaño del Estado irá reduciéndose hasta su versión mínima y necesaria. Y no por una cuestión ideológica, sino porque no habrá suficiente dinero para sostenerlo. Es aquí donde puede tener sus opciones una postura opuesta: el «liberalismo». Se trata de un concepto muy malentendido y que en el imaginario colectivo carece de un significado preciso y riguroso.[ii]Para empezar, se rige desde un nuevo paradigma político, trascendiendo cualquier noción obsoleta de derechas e izquierdas propia de la lucha de clases de la Era Industrial.

En esencia, se trata de «una filosofía política cuya finalidad es proteger y promover la libertad de cada ser humano para decidir como desea vivir su vida»[iii]. Se limita a plantearse bajo qué condiciones normativas pueden los distintos individuos convivir de forma pacífica, de manera que se respete y se proteja la pluralidad, la heterogeneidad, la diversidad y la diferencia. En un Estado liberal nada ni nadie pueden imponerse sobre ningún ciudadano. Su lema es «vive y deja vivir». Tanto es así, que la única restricción que promueve es la de respetar las visiones ajenas discordantes, fomentando así el respeto estructural hacia cada individuo, sea cuál sea su ideología.[iv]

La doctrina liberal ensalza la soberanía individual. Y promueve que los ciudadanos ostenten el poder de decidir por encima y por delante de cualquier partido, líder o representante político. Así, un gobierno verdaderamente liberal carece de soberanía sobre los ciudadanos, entregándole así el poder al pueblo. Se limita estrictamente a proteger los derechos individuales de sus ciudadanos, así como a hacer que se reparen los daños causados por otros.[v]

Y se compromete a hacerlo de un modo justo y parcial, posibilitando que todos seamos iguales frente a la ley. Y no como hoy en día. De ahí que se autodenomine «Estado mínimo», desempeñando las funciones mínimas indispensables para mantener el orden público. Así, un Estado liberal solo está legitimado a regular las libertades personales y a establecer los impuestos mínimamente necesarios para asegurar la coexistencia pacífica de sus ciudadanos. El resto de regulaciones e impuestos son considerados como una violación de las libertades de los individuos.[vi]

LA DEMOCRACIA LÍQUIDA Y DIGITAL
“El sistema no puede combatir la corrupción
porque es el propio sistema el que se ha corrompido.”
(Oliver Stone)

Cabe señalar que el liberalismo es una aspiración con tintes utópicos. Principalmente porque requiere que una gran mayoría de ciudadanos estemos verdaderamente despiertos y gocemos de libertad de pensamiento. Y que nos relacionemos entre nosotros de forma responsable, madura, sabia y consciente. Para que esto sea posible, primero es necesaria una profunda revolución del sistema educativo. Solo así las nuevas generaciones estarán lo suficientemente empoderadas para no necesitar de intermediarios políticos que limiten ni coarten su libertad de ningún modo.

En este sentido, el concepto de «nación» tal y como hoy lo conocemos seguramente sea reemplazado por el de «territorio» o «cluster». De este modo, se devolverá la soberanía y el protagonismo a zonas y localidades donde las personas y empresas puedan cooperar y aportarse valor mutuamente. Y mientras, las banderas y las fronteras serán sustituidas por un gigantesco mercado virtual global. Se estima que como muy tarde, en 2030 más del 90% de la producción mundial será intangible y se comercializará de forma digital.[vii]

Por todo ello, el liberalismo es el modelo de organización política más opuesto posible al totalitarismo actual. Es el único y principal enemigo de las oligarquías y los poderes establecidos. Y el verdadero estandarte de la democracia. Esta es la razón por la que la palabra «liberalismo» sea tan poco conocida y malentendida. Y que debido a una campaña de difamación bien diseñada, tenga tan mala prensa y sea tan demonizado por la mayoría. Prueba de ello es que el prejuicio y el estereotipo más común es vincular esta filosofía política con un adjetivo tan vacío de contenido y peyorativo como es «neoliberal». Curiosamente, el auténtico liberalismo es universalista, cosmopolita y profundamente anti-imperalista.[viii]

Si bien el totalitarismo parte con mucha ventaja, el liberalismo tiene a su favor el imparable auge de las nuevas tecnologías disruptivas, las cuales van a favorecer la aparición y consolidación de la denominada «democracia líquida»[ix]y la «democracia digital»[x]. Así, los ciudadanos podremos votar electrónicamente sobre diferentes asuntos relevantes sin necesidad de hacerlo por medio de un partido político. Llegado el caso, incluso podremos delegar nuestro voto en algún otro ciudadano. De este modo, se pondrá fin a la democracia parlamentaria o partidista actual, la cual poco tiene de democrática.

Este artículo corresponde a un capítulo del libroQué harías si no tuvieras miedo, de Borja Vilaseca.

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