El destino de los seres humanos está hecho de momentos felices, toda la vida los tiene, pero no de épocas felices. La felicidad es frágil y volátil porque solo puede vivirse en determinados momentos.
De hecho, si pudiéramos experimentarla ininterrumpidamente perdería todo su valor, ya que únicamente podemos percibirla por contraste.
Tras una semana de cielo cubierto, el día soleado nos parece un milagro de la Creación. Del mismo modo, sentimos la alegría más radiante al salir del pozo de la tristeza. Ambas emociones se complementan y necesitan, porque ni la melancolía es eterna ni podríamos soportar cien años de felicidad.
Este es uno de los factores de estrés de la sociedad moderna: creer que tenemos la obligación de ser felices en todo momento y lugar. La negación de la tristeza hace que se dispare el consumo de antidepresivos, las terapias y el derroche en cosas que no necesitamos. Parece como si no esgrimir una sonrisa permanente fuera motivo de vergüenza.
Contra esta perspectiva falsa e infantil, Nietzsche nos recuerda que la felicidad se da solo a destellos y que al pretender perpetuarla matamos incluso esos mismos destellos que nos ayudan a avanzar en el largo y tortuoso camino de la vida.
Allan Percy
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