Casi todo lo que sabemos acerca del dinero lo hemos mamado en casa. Es parte de la herencia económica de nuestros padres. En general, las creencias sobre el dinero se pasan de generación a generación por inercia, sin darnos cuenta. Del mismo modo que no elegimos nuestro equipo de fútbol, nuestra visión laboral y financiera del mundo ha sido prefabricada; viene de serie. De forma inconsciente y por medio de las neuronas espejo, los hijos comenzamos a imitar la mentalidad y el comportamiento económicos de nuestros progenitores. Principalmente porque no hemos conocido otra cosa.
En la escuela convencional esta asignatura todavía no se enseña. De ahí que imitar a nuestros padres sea una decisión tan inconsciente como biológica. Es una cuestión de supervivencia emocional. Al haber sido tan dependientes financieramente de nuestros progenitores, nos aterra enfrentarnos por nuestra cuenta al mundo real. Así, tendemos a reproducir sus actitudes y conductas económicas para sentirnos nuevamente seguros y protegidos.
Es evidente que el dinero no da la felicidad. Pero dado que nuestra vida se ha construido sobre un sistema monetario, sin dinero no podemos permitirnos el lujo de sobrevivir. Curiosamente, la mayoría de personas creemos que el dinero corrompe. De forma contradictoria, deseamos tener dinero casi tanto como lo rechazamos. A muchos nos incomoda hablar sobre este tema. Sin embargo, ¿por qué nos pasamos más de ocho horas al día trabajando? ¿Por qué esperamos cobrar la nómina cada final de mes? El dinero es muy importante para algunas cosas y no lo es para otras. Y lo cierto es que remueve y despierta -más que cualquier otra cosa- los traumas que todavía escondemos dentro. De ahí que a menos que aprendamos a manejar y gestionar el dinero, éste termina por controlarnos a nosotros.
Borja Visaseca
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