La personalidad individual se constituye por sobre posiciones sucesivas de la experiencia. Se ha señalado una "estratificación" del carácter; la palabra es exacta y merece conservarse para ulteriores desenvolvimientos.
En sus capas primitivas y fundamentales yacen las inclinaciones recibidas hereditariamente de los antepasados: la "mentalidad de la especie". En las capas medianas encuéntranse las sugestiones educativas de la sociedad: la "mentalidad social". En las capas superiores florecen las variaciones y perfeccionamientos recientes de cada uno, los rasgos personales que no son patrimonio colectivo: la "mentalidad individual".
Así como en las formaciones geológicas las sedimentaciones más profundas contienen los fósiles más antiguos, las primitivas bases de la personalidad individual guardan celosamente el capital común a la especie y a la sociedad. Cuando los estratos recientemente constituidos van desapareciendo por obra de la vejez, el psicólogo descubre, poco apoco, la mentalidad del mediocre, del niño y del salvaje, cuyas vulgaridades, simplezas y atavismos reaparecen a medida que las canas van reemplazando a los cabellos.
Inferior, mediocre o superior, todo hombre adulto atraviesa un período estacionario, durante el cual perfecciona sus aptitudes adquiridas,pero no adquiere otras nuevas. Más tarde la inteligencia entra en su ocaso.
Las funciones del organismo empiezan a decaer a cierta edad.Esas declinaciones corresponden a inevitables procesos de regresión orgánica. Las funciones mentales, lo mismo que las otras, decaen cuando comienzan a enmohecerse los engranajes celulares de nuestros centros nerviosos.
Es evidente que el individuo ignora su propio crepúsculo; ningún viejo admite que su inteligencia haya disminuido. El que esto escribe hoy, creerá, probablemente, lo contrario cuando tenga más de sesenta años. Pero objetivamente considerado, el hecho es indiscutible, aunque podrá haber discrepancia para señalar límites generales a la edad en que la vejez desvencija nuestros resortes. Se comprende que para esta función, como para todas las demás del organismo, la edad de envejecer difiere de individuo a individuo; los sistemas orgánicos en que se inicia la involución son distintos en cada uno. Hay quien envejece antes por sus órganos digestivos, circulatorios o psíquicos; y hay quien conserva íntegras algunas de sus funciones hasta más allá de los límites comunes. La longevidad mental es un accidente; no es la regla.
La vejez inequívoca es la que pone más arrugas en el espíritu que en la frente. La juventud no es simple cuestión de estado civil y puede sobrevivir a alguna cana: es un don de vida intensa, expresiva y mista. Muchos adolescentes no lo tienen y algunos viejos desbordan de él. Hay hombres que nunca han sido jóvenes; en sus corazones, prematuramente agostados, no encontraron calor las opiniones extremas ni aliento las exageraciones románticas. En ellos, la única precocidad es la vejez. Hay, en cambio, espíritus de excepción que guardan, algunas originalidades hasta sus años últimos, envejecidos tardíamente. Pero,en unos antes y en otros después, despacio o de prisa, el tiempo consuma su obra y transforma nuestras ideas, sentimientos, pasiones,energías.
El proceso de involución intelectual sigue el mismo curso que el de su organización, pero invertido. Primero desaparece la "mentalidad individual", más tarde la "mentalidad social", y, por último, la "mentalidad de la especie".
La vejez comienza por hacer de todo individuo un hombre mediocre. La mengua mental puede, sin embargo, no detenerse allí. Los engranajes celulares del cerebro siguen enmoheciéndose, la actividad de las asociaciones neuronales se atenúa cada vez más y la obra destructora de la decrepitud es más profunda. Los achaques siguen desmantelando sucesivamente las capas del carácter, desapareciendo una tras otra sus adquisiciones secundarias, las que reflejan la experiencia social. El anciano se inferioriza, es decir, vuelve poco a poco a su primitiva mentalidad infantil, conservando las adquisiciones más antiguas de su personalidad, que son, por ende, las mejor consolidadas. Es notorio que la infancia y la senectud se tocan; todos los idiomas consagran esta observación en refranes harto conocidos. Ello explica las profundas transformaciones psíquicas de los viejos: el cambio total de sus sentimientos (especialmente los sociales y altruistas), la pereza progresiva para acometer empresas nuevas (con discreta conservación de los hábitos consolidados por antiguos automatismos) y la duda o la apostasía de las ideas más personales (para volver primero a las ideas comunes en su medio y luego a las profesadas en la infancia o por los antepasados).
La mejor prueba de ello -que los ignorantes suelen dictar contra la ciencia- la encontramos en los hombres de más elevada mentalidad y de cultura mejor disciplinada; es frecuente en ellos, al entrar en la ancianidad, un cambio radical de opiniones acerca de los más altos problemas filosóficos, a medida que decaen las aptitudes originariamente definidas durante la edad viril.
del libro "El hombre mediocre" por José Ingenieros
En sus capas primitivas y fundamentales yacen las inclinaciones recibidas hereditariamente de los antepasados: la "mentalidad de la especie". En las capas medianas encuéntranse las sugestiones educativas de la sociedad: la "mentalidad social". En las capas superiores florecen las variaciones y perfeccionamientos recientes de cada uno, los rasgos personales que no son patrimonio colectivo: la "mentalidad individual".
Así como en las formaciones geológicas las sedimentaciones más profundas contienen los fósiles más antiguos, las primitivas bases de la personalidad individual guardan celosamente el capital común a la especie y a la sociedad. Cuando los estratos recientemente constituidos van desapareciendo por obra de la vejez, el psicólogo descubre, poco apoco, la mentalidad del mediocre, del niño y del salvaje, cuyas vulgaridades, simplezas y atavismos reaparecen a medida que las canas van reemplazando a los cabellos.
Inferior, mediocre o superior, todo hombre adulto atraviesa un período estacionario, durante el cual perfecciona sus aptitudes adquiridas,pero no adquiere otras nuevas. Más tarde la inteligencia entra en su ocaso.
Las funciones del organismo empiezan a decaer a cierta edad.Esas declinaciones corresponden a inevitables procesos de regresión orgánica. Las funciones mentales, lo mismo que las otras, decaen cuando comienzan a enmohecerse los engranajes celulares de nuestros centros nerviosos.
Es evidente que el individuo ignora su propio crepúsculo; ningún viejo admite que su inteligencia haya disminuido. El que esto escribe hoy, creerá, probablemente, lo contrario cuando tenga más de sesenta años. Pero objetivamente considerado, el hecho es indiscutible, aunque podrá haber discrepancia para señalar límites generales a la edad en que la vejez desvencija nuestros resortes. Se comprende que para esta función, como para todas las demás del organismo, la edad de envejecer difiere de individuo a individuo; los sistemas orgánicos en que se inicia la involución son distintos en cada uno. Hay quien envejece antes por sus órganos digestivos, circulatorios o psíquicos; y hay quien conserva íntegras algunas de sus funciones hasta más allá de los límites comunes. La longevidad mental es un accidente; no es la regla.
La vejez inequívoca es la que pone más arrugas en el espíritu que en la frente. La juventud no es simple cuestión de estado civil y puede sobrevivir a alguna cana: es un don de vida intensa, expresiva y mista. Muchos adolescentes no lo tienen y algunos viejos desbordan de él. Hay hombres que nunca han sido jóvenes; en sus corazones, prematuramente agostados, no encontraron calor las opiniones extremas ni aliento las exageraciones románticas. En ellos, la única precocidad es la vejez. Hay, en cambio, espíritus de excepción que guardan, algunas originalidades hasta sus años últimos, envejecidos tardíamente. Pero,en unos antes y en otros después, despacio o de prisa, el tiempo consuma su obra y transforma nuestras ideas, sentimientos, pasiones,energías.
El proceso de involución intelectual sigue el mismo curso que el de su organización, pero invertido. Primero desaparece la "mentalidad individual", más tarde la "mentalidad social", y, por último, la "mentalidad de la especie".
La vejez comienza por hacer de todo individuo un hombre mediocre. La mengua mental puede, sin embargo, no detenerse allí. Los engranajes celulares del cerebro siguen enmoheciéndose, la actividad de las asociaciones neuronales se atenúa cada vez más y la obra destructora de la decrepitud es más profunda. Los achaques siguen desmantelando sucesivamente las capas del carácter, desapareciendo una tras otra sus adquisiciones secundarias, las que reflejan la experiencia social. El anciano se inferioriza, es decir, vuelve poco a poco a su primitiva mentalidad infantil, conservando las adquisiciones más antiguas de su personalidad, que son, por ende, las mejor consolidadas. Es notorio que la infancia y la senectud se tocan; todos los idiomas consagran esta observación en refranes harto conocidos. Ello explica las profundas transformaciones psíquicas de los viejos: el cambio total de sus sentimientos (especialmente los sociales y altruistas), la pereza progresiva para acometer empresas nuevas (con discreta conservación de los hábitos consolidados por antiguos automatismos) y la duda o la apostasía de las ideas más personales (para volver primero a las ideas comunes en su medio y luego a las profesadas en la infancia o por los antepasados).
La mejor prueba de ello -que los ignorantes suelen dictar contra la ciencia- la encontramos en los hombres de más elevada mentalidad y de cultura mejor disciplinada; es frecuente en ellos, al entrar en la ancianidad, un cambio radical de opiniones acerca de los más altos problemas filosóficos, a medida que decaen las aptitudes originariamente definidas durante la edad viril.
del libro "El hombre mediocre" por José Ingenieros
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