viernes, 10 de abril de 2020

El “TAO TE CHING”: serenidad para tiempos convulsos

El Tao Te Ching es uno de los libros más célebres y provectos de la historia de la cultura humana, un clásico de la sabiduría china con más de veintiséis siglos de antigüedad y de una belleza poética incomparable. El Tao, o Camino del Tao, es un sistema de pensamiento (no cerrado, aunque sí reúne un conjunto de ideas comunes e hilvanadas) que se desarrolla mediante una concepción unitaria del mundo y, más allá, constituye una manera de estar en él, de habitarlo y acogerlo. Frente a los característicos desgarros del universo humano, repleto de traición, corrupción, dolor, desigualdad y sufrimiento, el Tao nos habla de un regreso al elemento más esencial y a recuperar la sencillez perdida por el progreso y los procesos que han acelerado peligrosamente nuestro modo de vivir. 

Lo insondable es un flujo permanente que no admite nombre. 

Siempre retorna al no-ser. 

Es la forma sin forma, 

la imagen de lo inmaterial, 

inaccesible para la imaginación. 

La clave reside en el desapego y la quietud, en guiar nuestra conducta a través de un vaciamiento de lo exterior que nos conduzca a la introspección y conocimiento de uno mismo. Mientras que nuestra “sociedad del cansancio” (así denominada por el filósofo Byung-Chul Han) se siente impelida a desarrollar una constante producción, a reaccionar a los constante estímulos a los que nos vemos expuestos, el Tao nos insta, al contrario, a la no-acción, a la contemplación, así como al compromiso con nosotros y el mundo que vivimos, teniendo siempre en cuenta que “el viaje que dura diez mil leguas empieza por un paso”. Ese paso, auténtico inicio de una revolución silenciosa, es el más importante de todos. Frente a la acción enfermiza, constante y narcisista, el Tao nos habla de la utilidad del vacío, del paréntesis. 

No llenes hasta el borde: 

es mejor frenar a tiempo. 

no afiles al máximo: 

¿quién lo podrá mantener siempre afilado? 

El taoísmo nos prepara, es una vía iniciática hacia el buen vivir. De ahí su altura simbólica e incluso metafísica, que, sin embargo, se traduce en evocadores versos de fácil digestión, si bien su sentido, en ocasiones, guarda cierto grado enigmático, mas siempre sugerente: “Todas las cosas surgen del vacío / y regresan a él. / Los seres nacen y crecen / para retornar a su raíz. / El regreso al origen devuelve la calma. / La calma permite aceptar el destino”. El ser humano es una criatura a mitad de camino entre el cielo y la tierra, un privilegiado intermediario entre ambos. Como tal, está expuesto a un conjunto de fuerzas, tanto teúrgicas como celestiales, que ha de arrostrar para encontrar el debido equilibrio. Ahora bien: no se trata de un pensamiento que abogue por la primacía de lo discursivo o lo racional, sino por lo intuitivo y contemplativo. La idea principal del Tao es la de recuperar la acción espontánea, como la del niño que juega por jugar, como la del aire al mover las hojas de los árboles. 

Renunciando al saber 

se eliminan las preocupaciones. 

Por eso, la primera consigna taoísta es la de desentrenarse de lo aprendido: el Tao es una gran invitación a desaprender, a volver al origen para hacer de nuestro interior un vacío que llenar con la percepción de lo verdadero, de lo que se esconde tras la ilusión de lo que llamamos realidad, contaminada por el yo. Debemos desprendernos de ese fastidioso y medroso yo, de lo egótico, que constantemente se adueña de nuestras acciones y las malogra; la visión del Todo ha de ser, así, puesta en primer término. No existe la autosuficiencia, que se cifra en la ignorancia y en una ególatra visión del sí mismo. 

Un texto breve, conciso, tan evocador como necesario para tiempos de aceleracionismo, en el que el lector encontrará una necesaria paz que lo conducirá a preguntarse por el camino más apropiado para obtener y practicar la virtud, a pesar de que la realidad, como dice el Tao, sea inexpresable en palabra. Los oradores no son más que brillantes tramposos que nos engañan con sus argucias: el camino del Tao está dentro de cada individuo, y es allí donde ha de ser buscado. Lo fundamental es la conciencia permanente del funcionamiento del mundo: tras lo efímero y perecedero se encuentra un elemento inalterable, en el que hemos de fundirnos para alcanzar la más alta revelación. 

Sin salir de la propia casa, 

se conoce el mundo. 

Sin mirar por la ventana, 

se conoce el Tao del cielo. 

Cuanto más lejos se va, 

menos se sabe. 

Por eso el sabio conoce sin viajar, 

distingue las cosas sin mirar 

realiza su obra sin actuar.


por Carlos Javier González Serrano

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