sábado, 25 de abril de 2020

Ameghino (45)

Su pupila supo ver en la noche, antes de que amaneciera para to-dos. Reveló y creó: fue su misión. Lo mismo que Sarmiento, llegó Ameghino en su clima y a su hora. Por singular coincidencia ambos fueron maestros de escuela, autodidactos, sin título universitario, formados fuera de la urbe metropolitana, en contacto inmediato con la naturaleza, ajenos a todos los alambicamientos exteriores de la mentira mundana, con las manos libres, la cabeza libre, el corazón libre, las alas libres. Diríase que el genio florece mejor en las regiones solitarias,acariciado por las tormentas, que son su atmósfera propia; se agosta en los invernáculos del Estado, en sus universidades domesticadas, en sus laboratorios bien rentados, en sus academias fósiles y en su funciona miento jerárquico. Fáltale allí el aire libre y la plena luz que sólo da la naturaleza: el encebadamiento precoz enmohece los resortes de la imaginación creadora y despunta las mejores originalidades. El genio nunca ha sido una institución oficial.

La vasta obra de Ameghino, en nuestro continente y en nuestra época, tiene los caracteres de un fenómeno natural. ¿Por qué un hombre, en Luján, da por juntar huesos de fósiles y los baraja entre sus dedos, como un naipe compuesto con millares de siglos, y acaba por pedir a esos mudos testigo.; la historia de la tierra, de la vida, del hombre. como si obrara por predestinación o por fatalidad?

Tenía que ser un genio argentino, porque ningún otro punto de la superficie terrestre contiene una fauna fósil comparable a la nuestra;tenía que ser en nuestro siglo, porque le habría faltado el asidero de las doctrinas evolucionistas que sirven de fundamento; no podía ser antes de ahora, porque el clima intelectual del país no fue propicio a ello hasta que lo fecundó el apostolado de Sarmiento y tenía que ser Ameghino, y ningún otro hombre de su tiempo. ¿Cuál otro reunía en tal alto grado su aptitud para la observación y la hipótesis, su resistencia para el enorme esfuerzo prolongado durante tantos años, su desinterés por todas las vanidades que hacen del hombre un funcionamiento, pero matan al pensador?

Ninguna convergencia de rutinas detiene al genio en su oportunidad. Aunque son fuerzas todopoderosas, porque obran continua y sordamente, el genio las domina: antes o después, pero en dominarlas radica la realización de su obra. Las resistencias, que desalientan al mediocre, son su estímulo; crece a la sombra de la envidia ajena. La sociedad puede conspirar contra él, acumulando en su contra la detracción y el silencio. Sigue su camino, lucha, sin caer, sin extraviarse,dionisiacamente seguro. El genio, por su definición, no fracasa nunca.El que ha creado no es genio, no llegó a serlo, fue una ilusión disipada.No quiere esto decir que viva del éxito, sino que su marcha hacia la gloria es fatal, a pesar de todos los contrastes. El que se detiene prueba impotencia para marchar. Algunas veces el hombre genial vacila y se interroga ansiosamente sobre su propio destino: cuando muerden su talón los envidiosos o cuando le adulan los hipócritas. Pero en dos circunstancias se ilumina o se desencadena: en la hora de la inspiración y en la hora de la diatriba. Cuando descubre una verdad parece que en sus pupilas brillara una luz eterna; cuando amonesta a los envilecidos diríase que refulge en su frente la soberanía de una generación.

Firme y serena voluntad necesitó Ameghino para cumplir su función genial. Sin saberlo y sin quererlo nadie crea cosas que valgan o duren. La imaginación no basta para dar vida a la obra: la voluntad la engendra. En este sentido -y en ningún otro- el desarrollo de la aptitud nativa requiere "una larga paciencia" para que el ingenio se convierta en talento o se encumbre en genialidad. Por eso los hombres excepcionales tienen un valor moral y son algo más que objetos de curiosidad:"merecen" la admiración que se les profesa. Si su aptitud es un don dela naturaleza, desarrollarla implica un esfuerzo ejemplar. Por más que sus gérmenes sean instintivos e inconscientes, las obras no se hacen solas. El tiempo es aliado del genio; el trabajo completa las iniciativas de la inspiración. Los que han sentido el esfuerzo de crear, saben lo que cuesta. Determinado el Ideal, hay que realizarlo: en la raza, en la ley, en el mármol, en el libro. La magnitud de la tarea explica por qué,habiendo tantos ingenios, es tan escaso el número de obras maestras. Si la imaginación creadora es necesaria para concebirlas, requiérese para ejecutarlas otra rara virtud: la virtud tenaz que Newton bautizó como simple paciencia, sin medir los absurdos corolarios de su apotegma.

No diremos, pues, que la imaginación es superflua y secundaria,atribuyendo el genio a lo que fue virtud de bueyes en el simbolismo mitológico. No. Sin aptitudes extraordinarias, la paciencia no produce un Ameghino. Un imbécil, en cincuenta años de constancia, sólo con-seguirá fosilizar su imbecilidad. El hombre de genio, en el tiempo que dura un relámpago, define su Ideal; después, toda su vida, marcha tras él, persiguiendo la quimera entrevista.

Las aptitudes esenciales son nativas y espontáneas; en Ameghino se revelaron por una precocidad de "ingenio" anterior a toda experiencia. Eso no significa que todos los precoces puedan llegar a la genialidad, ni siquiera al talento. Muchos son desequilibrados y suelen agotarse en plena primavera; pocos perfeccionan sus aptitudes hasta convertirlas en talento; rara vez coinciden con la hora propicia y ascienden a la genialidad. Sólo es genio quien las convierte en obra luminosa, con esa fecundidad superior que implica alguna madurez; los más bellos dones requieren ser cultivados, como las tierras más fértiles necesitan ararse. Estériles resultan los espíritus brillantes que desdeñan todo esfuerzo, tan absolutamente estériles como los imbéciles laboriosos; no da cosecha el campo fértil no trabajado, ni las da el campo estéril por más que se are.

Ése es el profundo sentido moral de la paradoja que identifica el genio con la paciencia, aunque sean inadmisibles sus corolarios absurdos. La misma significación originaria de la palabra genio presupone algo como una inspiración trascendental. Todo lo que huele a cansancio, no siendo fatiga de vuelo alígero, es la antítesis del genio. Solamente puede acordarse el supremo homenaje de este título a aquel cuyas obras denuncian menos el esfuerzo del amanuense que una especie de don imprevisto y gratuito, algo que opera sin que él lo sepa, por lo menos con una fuerza y un resultado que exceden a sus intenciones o fatigas. Para griegos y latinos, "genio" quería decir "dominio"; era aquel espíritu que acompaña, guía o inspira a cada hombre desde la cuna hasta la tumba. Sócrates tuvo el más famoso. Con la acepción que hoy se da, universalmente, a la palabra "genio" los antiguos no tuvieron ninguna; para expresarla anteponían al sustantivo "ingenio" un adjetivo que expresara su grandeza o culminación.

No es lícito denominar genios a todos los hombres superiores.Hay tipos intermediarios. Los modernos distinguen al hombre de genio del hombre de talento, pero olvidan la aptitud inicial de ambos: el"ingenio", es decir, una capacidad superior a la mediana. Presenta una gradación infinita, y cada uno de sus grados es susceptible de educarse ilimitadamente. Permanece estéril y desorganizado en los más, sin implicar siquiera talento. Este último es una perfección alcanzada por pocos, una originalidad particular, una síntesis de coordinación, culminante y excelsa, sin ser por eso equivalente al genio. Rara vez la máxima intensificación del ingenio crea, presagia, realiza o inventa; sólo entonces adquiere significación social y asciende a la genialidad, como en el caso de Ameghino. La especie, con ser exigua, representa infinitas variedades: tantas, casi, como ejemplares.

Habría ligereza de método y de doctrina en no distinguir entre las mentes superiores, a punto de catalogar como genios a muchos hombres de talento y aun a ciertos ingenios desequilibrados, que son su caricatura. Ensayó Nordau una discreta diferenciación de tipos. Llama genio al hombre que crea nuevas formas de actividad no emprendidas antes por otros o desarrolla de un modo enteramente propio y personal actividades ya conocidas; y talento al que practica formas de actividad,general o frecuentemente practicadas por otros, mejor que la mayoría de los que cultivan esas mismas aptitudes. Este juicio diferencial es discreto, pues toma en cuenta la obra realizada y la aptitud del que la realiza. El hombre de ingenio implica un desarrollo orgánico primitivamente superior; el hombre de talento adquiere por el ejercicio una integral excelencia de ciertas disposiciones que en su ambiente posee la mayoría de los sujetos normales. ¿Entre la inteligencia y el talento sólo hay una diferencia cuantitativa, que es cualitativa entre el talento y el genio?

No es así, aunque parezca. El talento implica, en algún sentido,cierta aptitud inicial verdaderamente superior, que la educación hace culminar en su propio género. De entre esas mentes preclaras, algunas llegarán a la genialidad si lo determinan circunstancias extrínsecas: su obra revelará si tuvieron funciones decisivas en la vida o en la cultura de su pueblo.

Genio y talento colaboran por igual al progreso humano. Su labor se integra. Se complementan como la hélice y el timón: el talento trepana sin sosiego las olas inquietas y el genio marca el rumbo hacia imprevistos horizontes.

La obra de Ameghino es creadora: eso la caracteriza. Una inmensa fauna paleontológica permanecía en el misterio antes de que él la revelara a la ciencia moderna y formulase una teoría general para explicar sus emigraciones en los siglos remotos. Crear es inventar, como lo expresó Voltaire. El genio revélase por una aptitud inventiva o creadora aplicada a cosas vastas o difíciles. En la vida social, en las ciencias, en las artes, en las virtudes, en todo, se manifiesta con anticipaciones audaces, con una facilidad espontánea para salvar los obstáculos entre las cosas y las ideas, con una firme seguridad para no desviarse de su camino. En ciertos caos descubre lo nuevo; en otros acerca lo remoto y percibe relaciones entre las cosas distantes, según lo definió Ampére. No consiste simplemente en inventar o descubrir: las invenciones que se producen por casualidad, sin ser expresamente pensadas,no requieren aptitudes geniales. El genio descubre lo que escapa a la reflexión de siglos o generaciones, induce leyes que expresan una relación inesperada entre las cosas, señala puntos que sirven de centro a mil desarrollos y abre caminos en la infinita exploración de la naturaleza.

¿En qué consiste, entonces? ¿No es soplo divino, no es demonio,no es enfermedad? Nunca. Es más sencillo y más excepcional a la vez.Más sencillo, porque depende de una complicada estructura del cerebro y no de entidades fantásticas; más excepcional, porque el mundo pulula de enfermos y rara vez se anuncia un Ameghino.

Cuanto mejor cerebrado está el hombre, tanto más alta y significativa es su función de pensar. Ignórase todavía el mecanismo íntimo de los procesos intelectuales superiores. Los acompañan, sin duda,modificaciones de las células nerviosas: cambios de posición y permutas químicas muy complicadas. Para comprenderlas deberían conocerse las actividades moleculares y sus variables relaciones, además dela histología exacta y completa de los centros cerebrales. Esto no basta:son enigmas la naturaleza de la actividad nerviosa, las transformaciones de energía que determina en el momento que nace, durante el tiempo que se propaga y mientras se producen los fenómenos que acompañan la complejísima función de pensar. Los conocimientos científicos distan de ese límite. Sin embargo, mientras la química y la fisiología permitan acercarse al fin, existe ya la certidumbre de que ésa,y ninguna otra, es la vía para explicar las aptitudes supremas de un genio en función de su medio. 

Nacemos diferentes; hay una variadísima escala desde el idiota hasta el genio. Se nace en una zona de ese espectro, con aptitudes subordinadas a la estructura y la coordinación de las células que intervienen en la elaboración del pensamiento; la herencia concurre a dar un sistema nervioso, agudo u obtuso, según los casos. La educación puede perfeccionar esas capacidades o aptitudes cuando existen; no puede crearlas cuando faltan: Salamanca no las presta.

Cada uno tiene la sensibilidad propia de su perfeccionamiento nervioso; los sentidos son la base de la memoria, de la asociación, de la imaginación; de todo. Es el oído lo que hace el músico; el ojo lleva la mano del pintor. El poder concebir está subordinado al de percibir:cada hombre tiene la memoria y la imaginación que corresponde a sus percepciones predominantes. La memoria no hace al genio, aunque no le estorba; pero ella, y el razonamiento a sus datos, no crean nada superior a lo real que percibimos. La fecundidad creadora requiere el con-curso de la imaginación, elemento necesario para sobreponer a la realidad algún Ideal. Cuando, pues, se define el genio como "un grado exquisito de sensibilidad nerviosa", se enuncia la más importante de sus condiciones; pero la definición es incompleta. La sensibilidad es el complejo instrumento puesto al servicio de las aptitudes imaginativas,aunque éstas, en último análisis, no han podido formarse sino sobre datos de la misma sensibilidad.

En los genios estéticos es evidente la superintendencia de la imaginación sobre los sentidos: no lo es menos en los genios especulativos como Ameghino, y en los genios pragmáticos, como Sarmiento. Gracias a ella se conciben los problemas, se adivinan las soluciones, se inventan las hipótesis, se plantean las experiencias, se multiplican las combinaciones. Hay imaginación en la paleontología de Ameghino,como la hay en la física de Ampére y en la cosmología de Laplace; y la hay en la visión civilizadora de Sarmiento, corno en la política de César o en la de Richelieu. Todo lo que lleva la marca del genio es obra de la imaginación, ya sea un capítulo del Quijote o un pararrayos de Franklin; no digamos de los sistemas filosóficos, tan absolutamente imaginativos como las creaciones artísticas. Más aún: muchos son poemas, y su valor suele medirse por la imaginación de sus creadores.

En toda la gestión de su doctrina, la genialidad de Ameghino se traduce por una absoluta unidad y continuidad del esfuerzo, que es la antítesis de la locura. También a él le, supusieron loco, sobre todo en su juventud. Con bonhomía risueña recordaba las burlas de vecinos y niños de su escuela, cuando le veían dirigirse, azada al hombro, hacia las márgenes del Luján; para esas mentes sencillas tenía que estar loco ese maestro que pasaba días enteros cavando la tierra y desenterrando huesos de animales extraños, como si algún delirio le transformara en sepulturero de edades extinguidas. Cambiando de ambientes sin asimilarse a ninguno, consiguió pasar más desapercibido y atenuar su reputación de inadaptado.

Basta leer su inmensa obra -centenares de monografías y volúmenes- para comprender que sólo presenta los desequilibrios inherentes a su exuberancia. Sus descubrimientos, grandes y útiles, nunca fueron adivinados al acaso ni en la inconsciencia, sino por ,una vasta elaboración; no fueron frutos de un cerebro carcomido por la herencia o los tóxicos, sino de engranajes perfectamente entrenados; no ocurrencias,sino cosechas de siembras previas; jamás casualidades, sino claramente previstos y anunciados.

El genio es una alta armonía; necesita serlo. Es absurdo suponer caídos bajo el nivel común a esos mismos que la admiración de los siglos coloca por encima de todos. Las obras geniales sólo pueden ser realizadas por cerebros mejores que los demás; el proceso de la creación, aunque tenga fases inconscientes, sería imposible sin una clarividencia de su finalidad. Antes que improvisarse en horas de ocio, opérase tras largas meditaciones y es oportuno, llegando a tiempo deservir como premisa o punto de partida para nuevas doctrinas y corolarios. Nunca tal equilibrio de la obra genial será más evidente que en lade Ameghino: si hubiéramos de juzgar por ella, el genio se nos pre-sentaría como una tendencia al sistemático equilibrio entre las partes de un nuevo estilo arquitectónico.

Esto no excluye que la degeneración y la locura puedan coexistir con la imaginación creadora, afectando especiales dominios de lamente humana; pero la capacidad para la síntesis más vasta no necesita ser desequilibrio ni enfermedad. Ningún genio lo fue por su locura;algunos como Rousseau, lo fueron a pesar de ella; muchos, como Nietzsche, fueron por la enfermedad sumergidos en la sombra.

Ameghino, a la par de todos los que piensan mucho e intensa-mente, se contradijo muchas veces en los detalles, aunque sin perder nunca el sentido de su orientación global. Cuando las circunstancias convengan a ello, el genio especulativo nace recto desde su origen,como un rayo de luz que nada tuerce o apaga. Basta oírlo para reconocerlo: todas sus palabras concurren a explicar un mismo pensamiento, a través de cien contradicciones en los detalles y de mil alternativas en la trayectoria; parecen tanteos para cerciorarse mejor del camino, sin romper la coherencia de la obra total; esa armonía de la síntesis que escapa a los espíritus subalternos. Ameghino converge a un fin por todos los senderos; nada le desvía. Mira alto y lejos, va derechamente,sin las prudencias que traban el paso a las medianías, sin detenerse ante los mil interrogantes que de todas partes la acosan para distraerle de la Verdad que le entreabre algún pliegue de sus velos.

La verdadera contradicción, la que esteriliza el esfuerzo y el pensamiento, reside en la deshilvanada heterogeneidad que empalaga las obras de los mediocres. Viven éstos con la pesadilla del juicio ajeno y hablan con énfasis para que muchos les escuchen aunque no les entiendan; en su cerebro anidan todas las ortodoxias, no atreviéndose a bostezar sin metrónomo. Se contradicen forzados por las circunstancias:los rutinarios serían supremas lumbreras si éstas se juzgaran por la simple incongruencia. Para señalar el punto de intersección entre dos teorías, dos creencias, dos épocas o dos generaciones, requiérese un supremo equilibrio. En las pequeñas contingencias de la vida ordinaria,el hombre vulgar puede ser más astuto y hábil; pero en las grandes horas de la evolución intelectual y social todo debe esperarse del genio.Y solamente de él.

Sería absurdo decir que la genialidad es infalible, no existiendo verdades imperfectibles; cien rectificaciones Podrán hacerse en la obra de Ameghino, y muy especialmente en sus hipótesis sobre el sitio de origen de la especie humana. Los genios pueden equivocarse. suelen equivocarse, conviene que se equivoquen. Sus creaciones falsas resultan utilísimas por las correcciones que provocan. las investigaciones que estimulan, las pasiones que encienden, las inercias que remueven.Los hombres mediocres se equivocan de vulgar manera; el genio, aun cuando se desploma, enciende una chispa, y en su fugaz alumbramiento se entrevé alguna cosa o verdad no sospechada antes. No es menos grande Platón por sus errores ni lo son por ello Shakespeare o Kant. En los genios que se equivocan hay una viril firmeza que a todos impone respeto. Mientras los contemporizadores ambiguos no despiertan grandes admiraciones, los hombres firmes obligan el homenaje de sus propios adversarios. Hay más valor moral en creer firmemente una ilusión propia, que en aceptar tibiamente una mentira ajena.

del libro "El hombre mediocre" por José Ingenieros

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