La sensibilidad se atenúa en los viejos y se embotan sus vías de comunicación con el mundo que les rodea; los tejidos se endurecen y tórnanse menos sensibles al dolor físico. El viejo tiende a la inercia,busca el menor esfuerzo; así como la pereza es una vejez anticipada, la vejez es una pereza que llega fatalmente en cierta hora de la vida. Su característica es una atrofia de los elementos nobles del organismo, con desarrollo de los inferiores; una parte de los capilares se obstruye ya mengua el aflujo sanguíneo a los tejidos; el peso y el volumen del sistema nervioso central se reducen, como el de todos los tejidos propiamente vitales; la musculatura fláccida impide mantener el cuerpo erecto; los movimientos pierden su agilidad y su precisión. En el cerebro disminuyen las permutas nutritivas, se alteran las transformaciones químicas y el tejido conjuntivo prolifera, haciendo degenerar las células más nobles. Roto el equilibrio de los órganos, no puede subsistir el equilibrio de las funciones: la disolución de la vida intelectual y afectiva sigue ese curso fatal perfectamente estudiado por Ribot en el capítulo final de su psicología de los sentimientos.
A medida que envejece, tórnase el hombre infantil, tanto por su ineptitud creadora como por su achicamiento moral. Al período expansivo sucede el de concentración; la incapacidad para el asalto perfecciona la defensa. La insensibilidad física se acompaña de analgesia moral; en vez de participar del dolor ajeno, el viejo acaba por no sentir ni el propio; la ansiedad de prolongar su vida parece advertirle que una fuerte emoción puede gastar energía, y se endurece contra el dolor como la tortuga se retrae debajo de su caparazón cuando presiente un peligro. Así llega a sentir un odio oculto por todas las fuerzas vivas que crecen y avanzan, un sordo rencor contra todas las primaveras.
La psicología de la vejez denuncia ideas obsesivas absorbentes.Todo viejo cree que los jóvenes le desprecian y desean su muerte para suplantarle. Traduce tal manía por hostilidad a la juventud, considerándola muy inferior a la de su tiempo, juicio que extiende a las nuevas costumbres cuando ya no puede adaptarse a ellas. Aun en la cosas pequeñas exige la parte más grande, contrariando toda iniciativa, desdeñando las corazonadas y escarneciendo los ideales, sin recordar que en otro tiempo pensó, sintió e hizo todo lo que ahora considera comprometedor y detestable.
Ésa es la verdadera psicología del hombre que envejece. La edad"atenúa o anula el celo, el ardor, la aptitud para crear, descubrir o simplemente saborear el arte, para tener la curiosidad despierta. Omito las rarísimas excepciones que exigirían, cada una, un examen particular.Para la mayoría de los hombres, el debilitamiento vital suprime de seguida el gusto de esas cosas superfluas. Señalemos, también, con la vejez, la hostilidad decidida contra las innovaciones: nuevas formas artísticas, nuevos descubrimientos, nuevas maneras de plantear o tratar problemas científicos. El hecho es tan notorio, que no exige pruebas.Ordinariamente, en estética sobre todo, cada generación reniega a la que le sigue. La explicación común de ese misoneísmo, es la existencia de hábitos intelectuales ya organizados", que serían conmovidos por un contraste violento, si aún existiera una capacidad de emoción o de pasión. Esto último es lo que falta en los viejos, por la modorra de su vida afectiva. Agrega Ribot que a esa disolución de los sentimientos superiores sigue la de todos los sentimientos altruistas y la de los ego altruistas, perdurando hasta el fin los egoístas, cada vez más aislados y predominantes en la personalidad del viejo. Ellos mismos naufragan en la ulterior senilidad.
Los diversos elementos del carácter disuélvense en orden inverso al de su .formación. Los que se han adquirido al fin son menos activos,dejan surcos poco persistentes, son adventicios, incoordinados. Esto revélase en la regresión de la memoria senil; los fantasmas de las primeras impresiones juveniles siguen rodando en la mente, cuando ya han desaparecido los recuerdos más cercanos, los del día anterior. La falta de plasticidad hace que los nuevos procesos psíquicos no dejen rastros, o muy débiles, mientras los antiguos se han grabado hondamente en materia más sensible y sólo se borran con la destrucción delos órganos.
Con el crecimiento de las neuronas en el hombre joven, y su poder de crear nuevas asociaciones, explicaría Cajal la capacidad de adaptación del hombre y su aptitud para cambiar sus sistemas ideológicos; la detención de esas funciones en los ancianos, o en los adultos de cerebro atrofiado por la falta de ilustración u otra causa, permite comprender las convicciones inmutables, la inadaptación al medio moral y las aberraciones misoneístas. Se concibe, igualmente, que la falta de asociación de ideas, la torpeza intelectual, la imbecilidad, la demencia,puedan producirse cuando -por causas más o menos mórbidas- la articulación entre los neurones llega a ser floja, es decir, cuando se debilitan y se dejan de estar en contacto, o cuando la memoria se desorganiza parcialmente. Para formular esta hipótesis, Cajal ha tenido en cuenta la conservación mayor de las memorias juveniles; las vías de asociación creadas hace mucho tiempo y ejercitadas durante algunos años,han adquirido indudablemente una fuerza mayor por haber sido organizadas en la época en que el cerebro poseía su más alto grado de plasticidad.
Sin conocer esos datos modernos, observó Lucrecio (III, 452) que la ciencia y la experiencia pueden crecer andando la vida, pero la vivacidad, la prontitud, la firmeza, y otras loables cualidades se marchitan y languidecen al sobrevenir la vejez:
A medida que envejece, tórnase el hombre infantil, tanto por su ineptitud creadora como por su achicamiento moral. Al período expansivo sucede el de concentración; la incapacidad para el asalto perfecciona la defensa. La insensibilidad física se acompaña de analgesia moral; en vez de participar del dolor ajeno, el viejo acaba por no sentir ni el propio; la ansiedad de prolongar su vida parece advertirle que una fuerte emoción puede gastar energía, y se endurece contra el dolor como la tortuga se retrae debajo de su caparazón cuando presiente un peligro. Así llega a sentir un odio oculto por todas las fuerzas vivas que crecen y avanzan, un sordo rencor contra todas las primaveras.
La psicología de la vejez denuncia ideas obsesivas absorbentes.Todo viejo cree que los jóvenes le desprecian y desean su muerte para suplantarle. Traduce tal manía por hostilidad a la juventud, considerándola muy inferior a la de su tiempo, juicio que extiende a las nuevas costumbres cuando ya no puede adaptarse a ellas. Aun en la cosas pequeñas exige la parte más grande, contrariando toda iniciativa, desdeñando las corazonadas y escarneciendo los ideales, sin recordar que en otro tiempo pensó, sintió e hizo todo lo que ahora considera comprometedor y detestable.
Ésa es la verdadera psicología del hombre que envejece. La edad"atenúa o anula el celo, el ardor, la aptitud para crear, descubrir o simplemente saborear el arte, para tener la curiosidad despierta. Omito las rarísimas excepciones que exigirían, cada una, un examen particular.Para la mayoría de los hombres, el debilitamiento vital suprime de seguida el gusto de esas cosas superfluas. Señalemos, también, con la vejez, la hostilidad decidida contra las innovaciones: nuevas formas artísticas, nuevos descubrimientos, nuevas maneras de plantear o tratar problemas científicos. El hecho es tan notorio, que no exige pruebas.Ordinariamente, en estética sobre todo, cada generación reniega a la que le sigue. La explicación común de ese misoneísmo, es la existencia de hábitos intelectuales ya organizados", que serían conmovidos por un contraste violento, si aún existiera una capacidad de emoción o de pasión. Esto último es lo que falta en los viejos, por la modorra de su vida afectiva. Agrega Ribot que a esa disolución de los sentimientos superiores sigue la de todos los sentimientos altruistas y la de los ego altruistas, perdurando hasta el fin los egoístas, cada vez más aislados y predominantes en la personalidad del viejo. Ellos mismos naufragan en la ulterior senilidad.
Los diversos elementos del carácter disuélvense en orden inverso al de su .formación. Los que se han adquirido al fin son menos activos,dejan surcos poco persistentes, son adventicios, incoordinados. Esto revélase en la regresión de la memoria senil; los fantasmas de las primeras impresiones juveniles siguen rodando en la mente, cuando ya han desaparecido los recuerdos más cercanos, los del día anterior. La falta de plasticidad hace que los nuevos procesos psíquicos no dejen rastros, o muy débiles, mientras los antiguos se han grabado hondamente en materia más sensible y sólo se borran con la destrucción delos órganos.
Con el crecimiento de las neuronas en el hombre joven, y su poder de crear nuevas asociaciones, explicaría Cajal la capacidad de adaptación del hombre y su aptitud para cambiar sus sistemas ideológicos; la detención de esas funciones en los ancianos, o en los adultos de cerebro atrofiado por la falta de ilustración u otra causa, permite comprender las convicciones inmutables, la inadaptación al medio moral y las aberraciones misoneístas. Se concibe, igualmente, que la falta de asociación de ideas, la torpeza intelectual, la imbecilidad, la demencia,puedan producirse cuando -por causas más o menos mórbidas- la articulación entre los neurones llega a ser floja, es decir, cuando se debilitan y se dejan de estar en contacto, o cuando la memoria se desorganiza parcialmente. Para formular esta hipótesis, Cajal ha tenido en cuenta la conservación mayor de las memorias juveniles; las vías de asociación creadas hace mucho tiempo y ejercitadas durante algunos años,han adquirido indudablemente una fuerza mayor por haber sido organizadas en la época en que el cerebro poseía su más alto grado de plasticidad.
Sin conocer esos datos modernos, observó Lucrecio (III, 452) que la ciencia y la experiencia pueden crecer andando la vida, pero la vivacidad, la prontitud, la firmeza, y otras loables cualidades se marchitan y languidecen al sobrevenir la vejez:
Ubi jam validis quassatum est viribus aebi corpus, elobtusis cecciderunt vibus artus, claudicat ingenium, de-lirat linguaque mensque.
Montaigne, viejo, estimaba que a los veinte años cada individuo ha anunciado lo que de él puede esperarse y afirmó que ningún alma oscura -hasta esa edad se ha vuelto luminosa después: "Si l'epine nopique pas en naissant, a peine piquerat-t-elle jamais"
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, agrega que casi todas las grandes acciones de la historia han sido realizadas antes de los treinta años (Essais, libr. 1, cap. LVII).
A distancia de siglos un espíritu absolutamente diverso llega a las mismas conclusiones. "El descubrimiento del segundo principio de la energética moderna fue hecho por un joven: Carnot tenía veintiocho años al publicar su memoria. Meyer, Joule y Helmotz teman veinticinco, veintiséis y veinticinco, respectivamente; ninguno de estos grandes innovadores había llegado a los treinta años cuando se dio a conocer.Las épocas en que sus trabajos aparecieron no representan el inomento en que fueron concebidos; hubieron de pasar algunos arios antes de que tuviesen desarrollo suficiente para ser expuestos y de que ellos traran medios de publicarlos. Asombra la juventud de estos maestros de la ciencia; estamos acostumbrados a considerar que ésta es privilegio de una edad avanzada, y nos parece que todos ellos han faltado al respeto a sus mayores, permitiéndoles abrir nuevos caminos a la ver-dad. Se dirá que la solución de esos problemas por verdaderos muchachos fue una singular y excepcional casualidad; fácil es comprobar que ocurre lo mismo en todos los dominios de la ciencia: la gran mayoría de los trabajos que señalaron horizontes nuevos fueron la obra de jóvenes que acababan de transponer los veinte años. No es éste el sitio para buscar las causas y consecuencias de ese hecho pero es útil recordarlo,pues aunque señalado más de una vez, está muy lejos de ser reconocido por los que se dedican a educar la juventud. Los trabajos de hombres jóvenes son de carácter principalmente innovador; el mecanismo de la instrucción pública no debe ser obstáculo a ellos..., permitiéndoles desde temprano desarrollar libremente sus aptitudes en los institutos superiores, en vez de agotar prematuramente, como ocurre ahora, un gran número de talentos científicos originales". Y para que sus conclusiones no parezcan improvisadas, W. Ostwald las ha desenvuelto en su último libro sobre los grandes hombres, donde el problema del genio juvenil está analizado con criterio experimental.
Por eso las academias suelen ser cementerios donde se glorifica a los hombres que ya han dejado de existir para su ciencia o para su arte.Es natural que a ellas lleguen los muertos o los agonizantes; dar entrada a un joven significaría enterrar a un vivo.
del libro "El hombre mediocre" por José Ingenieros
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