UN FRAGMENTO DE 'EL BANQUETE' DE PLATÓN NOS OFRECE UNA HIPÓTESIS
ATRACTIVA PARA ABRAZAR EL CAMBIO PROPIO DE LA EXISTENCIA
Lord, we know what we are, but know not what we may be
Shakespeare, Hamlet (IV,
v)
Que el ser
humano se encuentra en cambio constante es algo que, en nuestra época, hemos
dejado de tener en cuenta. Con cierta ilusión pero sobre todo con mucha
resistencia, nos empeñamos en creer que permanecemos siempre iguales, nos
afanamos en sostener las mismas ideas, creemos que debemos proteger y conservar
ciertas formas de ser. Es mucha la energía, mucho el tiempo y muchos los
recursos que, en ocasiones, en ciertas etapas de nuestra vida, llegamos a
dedicar a ser fieles no a lo que somos, sino a lo que aprendimos a creer que
somos.
Es posible que
este sea un síntoma generacional. Es posible que muchos de nosotros, que
crecimos al abrigo de la protección familiar en un grado que nuestros mismos
padres no tuvieron, hayamos fraguado la idea un tanto fantástica de que las
cosas se mantienen en un solo estado siempre, una especie de statu quo mágico,
inamovible.
Es posible,
también, que esta sea una inclinación humana más o menos general. Que la
conciencia del hombre, en todas las épocas, tienda a querer la permanencia ahí
donde todo fluye, a pretender la continua identidad de lo mismo ahí donde todo
cambia.
¿Pero por qué
desear esto cuando lo contrario, abrazar el flujo natural de la vida, podría
significar una forma de inmortalidad? ¿Quién elegiría lo fugaz y lo perenne
cuando ante sus ojos y a sus manos se ofrece la perla preciosa de la
inmortalidad?
Este, cuando
menos, es el sentido que Platón da al cambio natural de la vida en un fragmento
de El banquete, sin duda el más hermoso de sus Diálogos.
En cierto momento de éste, el filósofo pone en boca de Diotima una singular
teoría de la inmortalidad, parcialmente contradictoria con las ideas que Platón
sostuvo en otros lugares de su obra pero, más allá de esta pretendida
coherencia argumentativa, interesante y seductora –como casi todo lo que se
dice en El banquete.
Nos dice
Platón, por la vía de Diotima:
–Pues bien,
–dijo–, si crees que el amor es por naturaleza amor de lo que repetidamente
hemos convenido, no te extrañes, ya que en este caso, y por la misma razón que
en el anterior, la naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir
siempre y ser inmortal. Pero sólo puede serlo de esta manera: por medio de la
procreación, porque siempre deja otro ser nuevo en lugar del viejo. Pues incluso
en el tiempo en que se dice que vive cada una de las criaturas vivientes y que
es la misma, como se dice, por ejemplo, que es el mismo un hombre desde su
niñez hasta que se hace viejo, sin embargo, aunque se dice que es el
mismo, ese individuo nunca tiene en sí las mismas cosas, sino que
continuamente se renueva y pierde otros elementos, en su pelo, en su carne,
en sus huesos, en su sangre y en todo su cuerpo. Y no sólo en su cuerpo, sino
también en el alma: los hábitos, caracteres, opiniones, deseos, placeres,
tristezas, temores, ninguna de estas cosas jamás permanece la misma en
cada individuo, sino que unas nacen y otras mueren. Pero mucho más extraño
todavía que esto es que también los conocimientos no sólo nacen unos y mueren
otros en nosotros, de modo que nunca somos los mismos ni siquiera en relación
con los conocimientos, sino que también le ocurre lo mismo a cada uno de ellos
en particular. Pues lo que se llama practicar existe porque el conocimiento
sale de nosotros, ya que el olvido es la salida de un conocimiento, mientras
que la práctica, por el contrario, al implantar un nuevo recuerdo en lugar del
que se marcha, mantiene el conocimiento, hasta el punto de que parece que es el
mismo. De esta manera, en efecto, se conserva todo lo mortal, no por
ser siempre completamente lo mismo, como lo divino, sino porque lo que se
marcha y está ya envejecido deja en su lugar otra cosa nueva semejante a lo que
era, por este procedimiento, Sócrates, lo mortal participa de inmortalidad,
tanto el cuerpo como todo lo demás; lo inmortal, en cambio, participa de
otra manera. No te extrañes, pues, si todo ser estima por naturaleza a su
propio vástago, pues por causa de inmortalidad ese celo y ese amor acompaña a
todo ser.
En breve, esta
tesis nos invita a mirar los cambios propios de nuestra existencia como
momentos en que lo nuevo sustituye a lo viejo, esto es, como una expresión de
regeneración, quizá cabría decir incluso de resucitación, como cuando un ser se
perpetúa en otro por la vía de la progenie. Con cada cambio, podría decirse con
cierta lasitud a partir de este argumento, engendramos a un nuevo ser, damos a
luz a un nuevo Yo, renovado en su vigor, exultante, dispuesto a enfrentar
nuevamente la vida.
Pero
esto, claro, solamente si aceptamos cambiar, si olvidamos lo que hemos
aprendido, si rectificamos, si decidimos emprender nuevas tareas, adquirir
nuevos hábitos, entender que con cada cambio vendrán temores desconocidos y
pesares nunca antes enfrentados. Ese es el precio de esta forma de eternidad,
parece decirnos Platón. Y aunque parece un precio justo, cabe la pregunta:
¿habrá quien rechace ser eterno en su propia vida sólo por la comodidad
aparente que implica permanecer siempre igual?
Compartimos la
traducción de M. Martínez Hernández publicada por la editorial Gredos. Los
subrayados son del autor.
por Juan Pablo Carrillo Hernández
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