Ayer fue el día de las mujeres.
Las mujeres son tan poderosas.
Son diosas pero muchas no lo saben.
Son capaces de lograr todo lo que quieran pero muchas no lo creen.
Ellas viven en la dualidad junto a nosotros.
Ellas son el polo femenino de la divinidad.
Tras su aparente fragilidad se esconden gigantescas fuerzas creadoras.
La belleza de la mujer es el hechizo más poderoso del universo.
Pero esa belleza dura poco cuando la salud se pierde.
Cuando la mujer sale a competir al mundo masculino y descuida el control de su propio fuego, su gran poder comienza a declinar.
En las culturas tradicionales las mujeres son exitosas en el campo profesional.
Pero han aprendido a cultivar su salud y su fuerza vital desde que son niñas.
Entonces lo interno y lo externo se nutren mutuamente.
Porque el éxito visible es sólo una proyección del éxito invisible.
Pero algunas mujeres sacrifican su salud por las prisas de la vida moderna.
O por ayudar a otros descuidan su propia vida.
Así renuncian a su poder.
Renuncian a ser diosas.
Renuncian a ser hechiceras.
Y luego se deprimen y comienzan a tomar medicamentos.
La mujer sabia es disciplinada.
La mujer sana y fuerte es una encarnación del poder infinito.
Los hombres sucumbimos ante este poder.
Nos rendimos ante este poder.
Adoramos este poder.
Somos capaces de matar por unos sorbos de este poder.
La mujer fuerte y disciplinada convierte en belleza todo lo que toca.
Pero la vida moderna destruye la fuerza femenina.
Destruye el poder femenino.
Y destruye a la humanidad.
Porque el futuro del mundo está en manos de la diosa femenina.
Hermosa y hechicera.
Sabia y fuerte.
Y nosotros los hombres caemos rendidos ante su poder.
Me gustaría curar a todas las mujeres del mundo.
Porque sólo así tendremos un paraíso en este planeta.
Controlado por la belleza, la sabiduría y la fuerza femenina.
Me gustaría vivir en un planeta así.
Y casarme con la más bella, sabia y poderosa mujer del mundo.
-Martín Macedo-
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