¿Alguna vez has sentido que te «partían el corazón»? Cuando decimos que algo nos ha dolido, ¿hasta qué punto es un dolor real? ¿Podemos decidir cuánto sufrirlo?
Todos nos hemos sentido dolidos alguna vez en nuestra vida por algo que nos ha sucedido. Más allá de el dolor puramente físico, hemos experimentado un tipo de daño que aparenta ser etéreo, invisible, un daño que físicamente hablando no parece tener una razón pero que nos causa un sufrimiento comparable a cualquier herida física.
Según una investigación llevada a cabo por doctores de la facultad de psicología de Los Angeles observaron mediante técnicas de neuroimagen que las áreas cerebrales que se activan en una experiencia de rechazo, indiferencia o exclusión eran las mismas áreas cerebrales que las implicadas en cualquier otro tipo de dolor físico. En su articulo «Does rejection hurt? An FMRI study of social exclusion» demuestran experimentalmente que el sufrimiento físico puede ser percibido de la misma forma que el sufrimiento emocional.
De hecho, este tipo de dolor emocional puede llegar a ser tan o más destructivo, enfermizo e insoportable que el dolor del cuerpo.
Sin embargo, muchas veces es menospreciado o se considera de una “categoría inferior”, no se le suele dar la importancia que tiene en realidad. La agresividad o la violencia parece que son de segundo grado cuando no implican actos físicos. Sería un interesante acto de reflexión comenzar a ser igual de cuidadosos y consecuentes con nuestras palabras como con nuestros actos. Sin olvidar que, siguiendo con la analogía, todo daño cicatriza, y que detrás de cada dolor hay un aprendizaje que vivir.
Igual que nos parece inadmisible golpear o agredir a otra persona, hemos de tomar conciencia de que ciertas palabras, ciertos gestos y ciertas acciones más “normalizadas” pueden generar el mismo efecto. Acciones rutinarias y aparentemente inofensivas que todos hemos visto en otros o vivido personalmente como comparar a una pareja con otra anterior de forma despectiva, criticar a otros a sus espaldas, dejar de hablar con alguien sin dar ningún argumento para ello, tratar de que la otra persona sea como nosotros queremos que sea y rechazar o menospreciar lo que es hoy en día, corregir lo que consideramos errores del otro con desprecio o soberbia…
A menudo confudimos lo «común» con lo «normal» y lo «aceptado» con lo «correcto».
En este caso, podemos decir que la circunstancia de que sean actos comunes no quiere decir que sean lógicos o adecuados. Y el hecho de que sean más aceptados en sociedad que la violencia física no quiere decir que sean más correctos. Esta relativización ética es el primer paso para actuar de una forma más consciente. Desarrollar la empatía y el respeto hacia el otro es una forma de ampliar la conciencia y conectarnos con nuestras propias emociones y necesidades.
No obstante, no se trata de hacerse cargo de las emociones de los demás, sería más bien hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos y de nuestras palabras. Siempre estamos frente a nosotros mismos, hemos de entender que el respeto y la consideración hacia los demás son la mejor señal de coherencia y inteligencia emocionalpropias.
“La empatía siempre entraña un acto de autoconciencia. “
Daniel Goleman
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