Resulta desalentador darse cuenta de que nuestras vidas tienen muy poco de libre albedrío. Creemos que tomamos decisiones libremente, sin darnos cuenta de que estas vienen condicionadas por multitud de factores: creencias, prejuicios, tabús y, sobre todo, aprendizajes y programas ocultos en el inconsciente.
No entendemos por qué siempre volvemos a caer en los mismos conflictos interpersonales, aunque nos esforcemos en cambiar de relación, en evitar repetir ciertas conductas o frecuentar ciertos lugares para poder modificar nuestras historias. Cuántas veces habré visto en mis consultas mujeres que desean quedarse embarazas pero se enamoran de hombres estériles y, si cambian de pareja, la nueva tiene el mismo problema. Una vez me dijo un amigo: «Todas las mujeres que me encuentro en mi vida son iguales; solo se diferencian por el nombre». Luego resultó que este amigo mío buscaba inconscientemente a su madre en todas las mujeres. El estudio del árbol genealógico permite hallar las pistas que emplea el inconsciente para mantener este tipo de relaciones.
Creemos que nos enamoramos de una persona porque es alta, por sus ojos, por su carácter, por lo que sea. El consciente siempre busca explicaciones a las actuaciones o a las elecciones del inconsciente.
Diversos investigadores han demostrado que el inconsciente regula entre el noventa y cinco y el noventa y siete por ciento de las actividades mentales, y solo el resto es atribuible al consciente. Esto quiere decir que la mayor parte de la información que nos rodea, haya o no drama, es la inconsciente quien la controla. Ante un acontecimiento cargado de emoción, de drama, el inconsciente lo graba todo, hasta el más mínimo detalle, y lo guarda por si se hace necesario avisar al consciente de un posible peligro.
En Las pasiones del alma, René Descartes dijo: «La estructura de la vida emocional también está influida por acontecimientos». Descartes volvía constantemente a las experiencias pasadas de la niñez.
〽️ Enric Corbera
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