Desde muy joven comprendí la íntima conexión entre la alimentación y la felicidad.
Gracias a la lectura de los maravillosos libros de Georges Ohsawa.
Las primeras conferencias que escuché sobre la macrobiótica fueron en 1981.
Desde el primer momento comprendí lo poderosa que era esta enseñanza y juré con toda mi alma que tendría algún día esa calidad suprema de alimento en mi mesa diaria.
¿Quién no quiere con toda la fuerza de su alma ser feliz?
Yo lo vi tan claro hace casi 40 años.
Pero había importantes obstáculos antes de llegar a la ansiada meta.
A mis 16 años no tenía muchas opciones ni siquiera podía viajar sin autorización.
En mi hogar los alimentos tenía una calidad muy baja y la mentalidad estaba basada en ideas religiosas arraigadas, viejas tradiciones que se pasaban de generación en generación sin cuestionarlas ni revisarlas.
Paradigmas.
Y la carne era la base de cada comida.
Y se compraban 3 litros de leche de vaca entera cada día.
En la década de los años 60 y 70 la leche se vendía en botellas de vidrio y la traía a la casa cada mañana el lechero en un elegante carro tirado por un caballo.
El pan se compraba en una panadería elaborada con harinas refinadas por inmigrantes españoles; cada día tres grandes piezas de pan francés.
Las pastas en una fábrica de pastas de unos conocidos que habían puesto ese negocio para tener éxito económico.
Todo muy blanco, refinado, fácil de preparar y muy delicioso.
El azúcar se regaba generosamente en casi todas las comidas.
En la medida que mi padre progresaba rápidamente en su profesión aumentaban los ingresos y aumentaba la cantidad de alimentos deliciosos.
Pero mi infelicidad aumentaba con esa pobre calidad de alimento y creencias.
Entonces los libros de Ohsawa llegaron en el momento oportuno cuando desde una profunda desesperanza la mente se abre con infinita sed de aprender a estas enseñanzas frescas y poderosas.
Poco a poco comencé a dar los primeros pasos.
Encontré muchos obstáculos iniciales pero mi deseo era demasiado poderoso para que pudieran detenerme.
Tardé unos 10 años en decidirme a ir a San Pablo a estudiar y disfrutar con la cocina magnífica de la Escola Musso.
Adoré esa cocina y no quería volver a comer nunca más las tristes preparaciones del hogar de mis padres.
No tenía alternativa: me tendría que convertir en chef.
Lo más rápidamente posible y sin importar los costos materiales o sentimentales.
Ahora mi sueño se ha cumplido.
Tengo un hermoso refugio donde se preparan a diario los mejores alimentos del mundo.
Con la mejor actitud, la más profunda gratitud, la más grande pasión por mantener esta dicha y compartirla con el mundo, con las personas que desean experimentarla.
Con el tiempo comprendí que todo lo que ahora tengo entre manos fue en un principio una idea, un deseo, una visión.
Ese es uno de los mayores méritos de los grandes maestros como Ohsawa y Kikuchi; hacer ver la inmensa belleza del alimento macrobiótico de máxima calidad.
Despertar el buen criterio para diferenciar esta cocina suprema que otorga la salud infinita a quienes la reciben con un corazón agradecido y feliz, de la cocina que intenta seducir con preparaciones dulces y fáciles de hacer porque apuntan a un público sin pasión ni comprensión que da más importancia a la apariencia y al sabor que a la verdadera belleza de la vida saludable.
Y debe ser así, porque la alta calidad sólo existe gracias a la baja calidad.
-Martín Macedo-
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